La primera impresión de Benjamín Walker es que, al igual que pasó con Francisca Valenzuela cuando se radicó en el extranjero, su estampa en el escenario adquirió más profesionalismo y empoderamiento. Un convencimiento de que lo que viene en su futuro musical depende de sí mismo.

Su actuación y debut en Lollapalooza fue de menos a más. Walker es un espíritu emo, un artista cuyas canciones siempre recaen en la misma historia: la imposibilidad de permanecer al lado de la persona amada. Sus letras son naif, atravesadas por una nostalgia de tintes adolescentes y cuyos mayores quebraderos mentales en la vida son atormentarse por romances que pudieron ser más que recuerdos desgraciados. Una especie de Canto Nuevo 2.0, sin maldad y con el mismo peligro del ladrido de un chihuahua.

Esa extrema suavidad y candidez resulta grata y enseñadora, pero también demasiado empalagosa. En el mundo perfecto de Walker, la pérdida romántica es un contratiempo severo, una disyuntiva que no te permite avanzar ni ver con claridad, un espejismo del futuro que te nubla. Esa esperanza por volver a vivir esos bellos momentos amorosos cristaliza en un show que no deja detalles al azar. Cada melodía, casi siempre, está en baja fidelidad, aunque el guitarrista Ignacio Barrientos brinda el contrapunto con riffs rockeros que desencajan la estructura rítmica del resto de sus compañeros.

“Ahora que estoy fuera de Chile y este es mi debut en Lollapalooza quise darme mis gustos e invité a unos de mis referentes, mi ídolo”, dijo el solista antes de presentar a Pancho Sazo, cantante de Congreso, para cantar a dúo el tema Brotes. Fue una versión acústica que podría haber sido perfecta si el micrófono del artista de Quilpué no hubiese fallado. Walker, vestido como Diane Keaton en la película Manhattan, se mostraba complacido. No transmitía nerviosismo. Más bien, disfrutaba.

Sus canciones se preocupan de privilegiar el lenguaje, siempre con la figura del corazón herido como hilo conductor. Los temas pulcros y limpios de Walker necesitan, sin embargo, un poco de caos, la sensación de salir de los márgenes en que está cómodo.

Algo de esa evolución se percibe en Quería Olvidarte, un single estrenado hace una semana y que recrea ese pop tan bailable y ochentero que es marca de fábrica de Alex Anwandter y que el solista compartió junto a Nicole, en una aparición celebrada por la audiencia –casi tanto como su single, Quiero Verte Hoy-, que por única vez se desató bailando. Es el principio de una metamorfosis a la que Walker debe hincarle el diente. Así como sus shows se estructuran a partir del amor y sus bemoles, también debe abrirse a otras propuestas que diversifiquen una carrera que le puede –y debe- otorgar otras miradas musicales y, sobre todo, llegar a otros segmentos.