Durante los más de diez años de historia de Lollapalooza en Chile, pocos artistas se recuerdan con ese nivel de seguridad en sí mismos que tiene Drake. Como el último número de la jornada sabatina y, sobre todo, tras un brillante show de la española Rosalía –una solista completísima como hace rato no se veía-, su espectáculo debía ser espectacular. Pero como sucedió la noche del viernes en la versión de Lollapalooza en Buenos Aires, el canadiense partió con problemas.

Un evidente retraso de veinte minutos en un festival que prácticamente no tiene fisuras en sus horarios fue el primer punto de molestia del público. Drake, un campeón, trató de minimizar la espera con un mensaje para la galería apenas apareció en escena. “Conchamimadre”, gritó para empatizar. Lo logró. El auditorio río, aplaudió y la estrella apareció con el pecho inflado y su cuerpo erguido.

Esa autosuficiencia continuó. El músico no necesita a nadie más que él en el escenario. Y, la verdad, es que se planta con tanta personalidad que llena todos los espacios. A través de una pasarela que lo conectaba con el público, caminó y mencionó las típicas frases: “¿están listos?”, “estoy feliz por mi primera vez en Chile”, etc. y se lanzó con pistas a interpretar temas como Sicko Mode, original de Travis Scott, y Headlines. Ese impulso inicial nuevamente trastabilló. En lo que parecía algo planificado por el rapero, de improviso aparecieron tres personas micrófono en mano para exigir que parte del público que estaba en un costado se corriera porque podrían provocar una avalancha humana.

Como la espera fue más de la prevista, Drake, el hombre que destronó en números 1 a The Beatles en Estados Unidos, se empezó a mosquear. Con la bandera chilena en su mano, hizo un gesto a los tipos para que salieran rápido. Dijo que su show comenzaría de nuevo y empezaron a sucederse las pistas. Pero Drake, la superestrella, fue indiferente.

No era su noche ni tampoco parecía importarle.

Cada tema de ese hip hop mezclado con pop que lo ha hecho tan popular en Norteamérica –aunque sin mayor repercusión en países de habla hispana- era mutilado a menos de un minuto del inicio y se superponían otras pistas que nuevamente reiteraban la misma receta. Pasaron hits como Energy o Hold on, We’re Going Home, pero eran interrumpidos inexplicablemente.

Los miles de fanáticos comenzaron a tomar distancia y a no comprender el espectáculo del músico. Y aunque en primeras filas, la fiesta continuaba, el auditorio que estaba en los lugares posteriores empezó a soltar pifias y otros, derechamente, comenzaron a retirarse. De pronto y, como si tuviera un ataque de displicencia, decidió finalizar su show cuando apenas llevaba 45 minutos. Bajó el telón en tono despectivo y sin explicaciones. Un final decepcionante de una figura al que su ego lo supera.

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