En la primera jornada de la versión 2017 de Lollapalooza Chile el plato fuerte del día era Metallica y el resto del menú tenía buenos acompañamientos en nombres como The XX, Diplo, Rancid y The 1975. Pero había más por destacar.
El escenario Acer acogió una pequeña fiesta en su penúltimo turno. Armada de lo mejor de sus dos primeros discos, Queen of the clouds (2014) y Lady Wood (2016), la sueca Tove Lo se adueñó de un rincón del Parque O’Higgins habitualmente reservado para nombres internacionales en ascenso y viejas glorias de sus respectivos géneros.
Con una carrera en auge desde que lanzó Habits en marzo de 2013, la artista se echó inmediatamente al bolsillo a los asistentes y formó una gran comunión en su primer encuentro con la fanaticada chilena.
Seis años tuvieron que pasar para que la cantante retornara no sólo a la edición local del evento, sino que a cualquier instancia en suelo nacional. Desde entonces sumó nada menos que tres álbumes a su catálogo, agregando el último en 2022.
Primer LP editado fuera del alero de una gran casa discográfica, Dirt Femme (2022) la tiene en medio de una gira que pasó por Norteamérica y Europa, hasta desembarcar esta semana en Latinoamérica. Según ha insistido desde el inicio del tour, en octubre, ese trabajo es la piedra angular de cada una de sus actuales presentaciones en solitario y de sus shows en festivales. Y no fue diferente en su segunda experiencia en Lollapalooza Chile, donde aterrizó este sábado en el Costanera Center Stage cuando caía el sol.
Ante un marco importante de público (aunque inferior al que reunió Kali Uchis el día anterior a la misma hora), la sueca arrancó su set con Pineapple slice y Attention whore, dos buenas muestras de su perspectiva del amor y de las presiones de la industria.
En la sección rítmica de esta ultima se desplazó por la pasarela del escenario ocupándola como si se tratara de una pasarela de moda, disparando el entusiasmo de la fanaticada. La idea era proponer una fiesta y esta se desató con Cool girl, de su disco de 2016. Baile y canto para encender al atardecer en Cerrillos. “Hermoso, Santiago”, exclamó para luego pedir que en adelante todo se mantuviera “sexy”.
La pista de baile se terminó de configurar con Are U gonna tell her?, fogosa colaboración junto al brasileño ZAAC, con la pegajosa 2 Die 4 y especialmente con Talking body, una canción en que suele practicar topless en vivo. Al igual que en 2017, Tove Lo no quiso dejar a sus seguidores nacionales sin el gesto y al subirse el peto despertó aplausos. Siempre con un dominio arrollador, tomó una bandera chilena, pidió que el público se agachara y explotara en un gran salto. Y utilizó Disco tits para coronar con éxito un segmento dedicado a sus primeros álbumes.
Aunque pertenece a su último LP, Call on me mantuvo la energía arriba. Luego presentó Grapefruit como una canción sobre amar el cuerpo incluso cuando no lo sientas. Un mensaje y una melodía que encontraron gran acogida. Y se escuchó con más respeto que desmadre Suburbia, una composición en que canta que se niega a ser una “esposa Stepford”.
Si bien el sector trasero del público se empezó a retirar para encontrar una buena ubicación para ver a Rosalía en el otro escenario principal, sus fanáticos más fervorosos no se movieron y fueron premiados con True dísaster, track de Lady Wood (2016) que se cantó a todo pulmón.
Llegó el turno de la canción que “cambió mi vida” y que por estos días celebra sus primeros diez años de existencia: Habits. El tema, casi un himno generacional, desató la algarabía y la sueca una vez más se tomó la pasarela para guiar el coro, sacando brillo a su contundencia como maestra de ceremonias
Tove Lo celebra su pasado y da espacio a la nostalgia, pero también mira el futuro. Coronó su set con No one dies from love, un hit bailable al que es difícil resistirse y uno de los mejores tracks de su trabajo discográfico más reciente. Broche de oro para un reencuentro de alto vuelo con el público chileno. Una reunión que tendrá continuidad este lunes, en el sideshow que brindará en el Teatro Teletón.