Chancho en Piedra: con fecha de vencimiento
Muchas bandas no saben cuándo decir adiós, aunque la fecha de caducidad haya expirado notoriamente, coincidiendo con el agotamiento de la cantera creativa. Otras, las menos -R.E.M. entre ellas-, poseen la honestidad y lucidez de decir adiós cuando no hay nada más que agregar en términos artísticos. Lo que había que decir ya se dijo bajo el sello de Chancho en Piedra, con elocuencia y expresión de orgullosa nacionalidad, sin chovinismos, sino más bien un goce y la celebración genuina de las costumbres del país con guitarra y wah wah. .
Los Chancho en Piedra lo dieron todo y se acaban justo a tiempo, con anuncio de pausa indefinida y una última gira. Crearon un imaginario funk chilensis rescatando nuestra cultura pop del último medio siglo, generoso en detalles cotidianos: el orgullo por la vida de barrio, el cariño por los ídolos, la infancia con filtro nostálgico, la idealización del pasado.
Los disfraces, los videos y los shows con parafernalia, dotaron a su propuesta de un sentido del espectáculo como ninguna otra banda nacional lo había hecho, exceptuando las irrupciones teatrales de Gabriel Parra en Los Jaivas. La actitud tímida del chileno común no corría con ellos. Si había que vestirse de espermatozoide, adelante.
Introdujeron vetas de música negra en la escena tras el camino abierto por De Kiruza a fines de los 80, en una frecuencia prima hermana a Los Tetas, más inclinados al hip hop, aunque ambas bandas con impúdica admiración por Red Hot Chili Peppers. Eran “la familia chilenita del funk”, de la segunda mitad de los 90.
Disfrutaron de una etapa en la industria discográfica local con voluntad de invertir en artistas nacionales, impulso liderado por el proyecto de Carlos Fonseca para EMI. Sería la última vez del rock chileno disfrutando presupuestos.
Los dos primeros discos de Chancho en Piedra con Alerce -Peor es mascar lauchas (1995) y La Dieta del lagarto (1997)-, catapultaron un acuerdo con Sony para el exitoso Ríndanse terrícolas (1998).
Probaron suerte en el barrio latino, con trabajo promocional y en vivo en México, Argentina, Perú, Colombia y Bolivia. Pero la chilenidad orgullosa era también una limitante, un lenguaje basado en el ADN de los vecinos más formales de la América morena.
Como sucede con la mayoría de las bandas de larga trayectoria, casi tres décadas en este caso, los primeros diez años fueron particularmente fructíferos. Publicaron sus discos más ambiciosos como Marca chancho (2000) y El Tinto elemento (2002), configurando una fanaticada fiel que los seguía a cada concierto portando a Juanito, esa vieja alcancía de los 70.
Fue la primera generación en Chile que homenajeaba su niñez mediando un tesoro kitsch de la era análoga, una familia marrana hermanada en vivo en torno a ese cerdito de plástico amarillo, que solían levantar en dirección a esos músicos empecinados en un estado de adolescencia eterna, con títulos inequívocos como Niño peo.
Los Chancho tocaron todos sus álbumes al hilo en un maratónico concierto en 2010, grabaron covers -Otra cosa es con guitarra (2011)-, y tendieron lazos con artistas de distintas generaciones y estilos como Tommy Rey, Inti Illimani histórico y Quilapayún, demostrando que, conforme pasaba el tiempo, sus gustos eran más eclécticos que la comarca feliz del funk rock.
Con el correr de los años, fue evidente que ese universo marrano de códigos ya establecidos donde, por ejemplo, Lalo Ibeas era más un rapero que un intérprete de recursos melódicos, presentaba ciertas limitantes para el guitarrista Pablo Ilabaca.
El principal compositor de Chancho en Piedra hizo un trabajo fenomenal con 31 Minutos, y un camino solista interesante e intermitente bajo su nombre y el alter ego Joaco Sánchez, además de integrar el súper grupo Pillanes.
Su salida en 2018 fue un golpe irrecuperable para el grupo. El reemplazo por Cee-Funk de Los Tetas, tuvo tanto efecto como Dave Navarro en los reverenciados RHCP.
El futuro nunca está escrito. Un eventual regreso tendría sentido sólo si fuera la alineación original. Por ahora, conlleva dignidad despedirse así, antes de convertirse en una expresión repetitiva tocando ante un público cada vez más reducido, una generación que envejece bajo riesgo de lesión si levanta a Juanito en vivo.
Muchas bandas no saben cuándo decir adiós, aunque la fecha de caducidad haya expirado notoriamente, coincidiendo con el agotamiento de la cantera creativa. Otras, las menos -R.E.M. entre ellas-, poseen la honestidad y lucidez de decir adiós cuando no hay nada más que agregar en términos artísticos.
Lo que había que decir ya se dijo bajo el sello de Chancho en Piedra, con elocuencia y expresión de orgullosa nacionalidad, sin chovinismos, sino más bien un goce y la celebración genuina de las costumbres del país con guitarra y wah wah.
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