Un 21 de marzo de 1968, el fiscal general de los Estados Unidos ordenó el cierre de la infame Prisión Federal de Máxima Seguridad Alcatraz. Por casi 30 años, “La Roca” como la llamaban aquellos familiarizados con ella había sido el recinto en el cual fueron encarcelados algunos de los criminales más infames del país, desde Al Capone hasta el gangster Machine Gun Kelly. Situada sobre una isla del tamaño de nueve canchas de futbol frente a la costa de San Francisco, la cárcel estaba conformada por cuatro bloques de celdas que absolutamente carecían de privacidad; debían permitir que los guardias pudieran estar enterado a todo momento de lo que hacías.
Si terminabas aquí, probablemente habías cometido un crimen bastante peligroso. Solo aquellos criminales que los sistemas penitenciarios tradicionales no habían logrado rehabilitar de ninguna forma terminaban en la isla. Un escritor la describió como “la gran cubeta de basura de la bahía de San Francisco, en la que cada prisión federal bota sus manzanas más podridas”.
El recluso que inspiró la cinta La celda olvidada, Robert Stroud, por ejemplo, había asesinado a un guardia mientras cumplía condena en otra prisión federal en Leavenworth, Kansas.
Si un hombre no se comportaba correctamente en otra institución, lo mandaban a Alcatraz, “la cárcel de las cárceles”, donde aprendería a comportarse siguiendo una rutina diaria completamente monótona. Los prisioneros aquí solo tenían cuatro derechos: comida, ropa, refugio y cuidados médicos. El resto eran privilegios como el trabajo, la correspondencia con familiares y el acceso a la biblioteca de la prisión que uno debía ganarse. Una vez que uno de los guardias sintiera que un encarcelado ya no representaba un peligro para la sociedad y era capaz de seguir reglas, lo transferían a un recinto penitenciario más laxo.
La cárcel estaba compuesta por cuatro bloques, nombrados de la A a la D. Este último estaba reservado para los peores prisioneros; aquellos que residieran aquí debían mantenerse en sus celdas 24/7, almorzaban en ellas y solo podían ducharse dos veces a la semana.
Un grupo de estas celdas era denominado “El agujero”. Aquellos asignados a estas cinco celdas solo tenían derecho a una ducha de diez minutos y una hora de ejercicio en el patio del penitenciario a la semana. La peor era la última, denominada “La oriental”, la cual contenía solo un agujero en el piso que servía de baño, y quienes terminaban aquí debían mantenerse desnudos.
Un día en Alcatraz
El día empezaba a las 6.30 de la mañana. Los reclusos debían hacer sus camas, poner todos sus artículos sobre una estantería en un orden preestablecido, limpiar sus baños, barrer sus celdas, ducharte y prepararte para el recuento oficial de prisioneros.
Tras esto, partían a trabajar en fábricas, lavando ropa, manteniendo la prisión o preparando comida. Claro, si tenían los privilegios para hacerlo; si no, volvían a su pequeña celda a contemplar las razones que los habían llevado a tal deprimente lugar.
Los reclusos vestían el mismo uniforme la mayor parte del tiempo, que consistía en una camisa azul, pantalón azul y blanco, un cinturón y zapatos. Se les exigió que lo usaran de cierta manera; las mangas debían mantenerse bajas y el botón superior debía dejarse desabrochado. A los presos se les permitía traer algunas posesiones personales de casa, siempre y cuando todo estuviera anotado en una “tarjeta de propiedad”. A los presos no se les permitía hablar en voz alta o correr en la prisión. En los primeros meses de funcionamiento, los convictos se vieron obligados a seguir la “regla del silencio”, en la que no se les permitía hablar en absoluto. Muchos presos consideraron que este era su peor castigo y finalmente se terminó abandonando.
Tras almorzar a medio día, los prisioneros volvían al trabajo y luego eran llevados a sus celdas cuatro horas después. A las 8 de la tarde, los guardias contaban a cada recluso y luego apagaban las luces. Seguían contándolos mientras estos dormían.
Un lugar inescapable
En los treinta años que funcionó, se registraron 14 intentos de escape por parte de 36 prisioneros. El primero en intentarlo fue Joseph Bowers en 1936, encarcelado dos años antes por robar correos con un arma. Incapaz de lidiar con las condiciones de aislamiento del recinto, decidió obedecer a sus ganas de salir y, aprovechándose del descuido de un guardia, salió corriendo hacia una cerca de varios metros de altura. Llegando a la cima fue detectado por los guardias, quienes le gritaron para que desistiera de su intento de escape. Al rato alguien disparó, y Bowers cayó del cerco hacia su muerte.
El segundo intento ocurriría dos años después, cuando Theodore Cole y Ralph Roe, ambos condenados por robar bancos, lograron salir al exterior de la cárcel usando herramientas de lo más primitivo que podías conseguir dentro de la cárcel. Los guardias los vieron por última vez lanzándose a las aguas del pacífico, y nunca más se volvieron a ver.
En 1947, seis prisioneros se tomaron el control de la cárcel por un momento, tomando guardias de rehenes para intentar cruzar en un bote hacia las afueras de la isla. Sin embargo, el gobierno federal envió soldados para tomar control de la situación y dieron comienzo a la Batalla de Alcatraz, donde los reclusos murieron.
La gran huída
Sin embargo, el intento de escape más famoso sería el llevado a cabo el 11 de junio de 1962. Luego de seis meses de meticulosa preparación, el ladrón armado convicto Frank Morris y los hermanos Clarence y John Anglin lograron salir de la cárcel, dando lugar a una de las fugas más recordadas en la historia.
En la madrugada del 12 de junio de 1962, un guardia que hacía un recuento rutinario de cabezas en uno de los bloques, se encontró con tres reclusos que aparentemente aún dormían en sus celdas. Los “reclusos” eran en realidad cabezas ficticias, hechas de papel maché pintado con cabello pegado, y los ocupantes reales de las celdas, no se encontraban por ninguna parte. El guardia notificó de inmediato a sus superiores, comenzando una intensa búsqueda.
En las celdas de los hombres desaparecidos, las aberturas de las rejillas en las paredes traseras de concreto (de 20 centímetros de espesor) habían sido laboriosamente extendidas, con herramientas hechas a partir de cucharas robadas del comedor. Se habían utilizado rejillas falsas, hechas de papel sacado de revistas de la biblioteca del centro penal, para ocultar la excavación. Las autoridades rastrearon el trayecto de Morris y los hermanos Anglin, quienes pasaron un corredor de servicios públicos y subieron por la pared trasera del bloque de celdas, utilizando tuberías como escalones, hasta el techo.
Desde allí, los tres se elevaron a través de un gran conducto de ventilación y llegaron al techo del edificio. Luego usaron una gran tubería exterior para deslizarse más de 15 metros hasta el suelo. En ese punto, los hombres cortaron el alambre de púas en la parte superior de la valla del perímetro y descendieron por un terraplén empinado hasta la orilla del agua. Aquí, sacaron una balsa construida en base a goma y plástico disponible en la cárcel y se adentraron en las gélidas aguas en dirección a San Francisco.
Por cuatro días, las autoridades estadounidenses los buscaron. En las orillas de una playa no muy lejana al famoso puente Golden Gate encontraron los restos de la balsa, lo que para algunos significó que los tres fugitivos alcanzaron su propósito.
A pesar de esto, el FBI mantuvo una investigación por más de 15 años, cerrándola en 1979 con la conclusión de que, dadas las fuertes corrientes y las temperaturas de las aguas que rodeaban a la isla, las probabilidades de que los tres hubieran sobrevivido el escape eran nulas. Sin embargo, esto no evitó que se levantara una especie de mitología con respecto a lo que había pasado con los tres fugitivos, especulándose que habían logrado escapar hacia otros países.
El surgimiento en 2013 de una carta firmada por John Anglin obligó al Departamento de Policía de San Francisco a reabrir la investigación por un momento, pero su examinación no pudo concluir si la carta era verdadera o no. Lo cierto es que este escape elevó a la prisión de Alcatraz a un nivel de fama aún mas grande, fenómeno asistido por el filme La fuga de Alcatraz (1979). Hoy en día, la ex-cárcel puede ser visitada por turistas quienes quieran ver con sus propios ojos la prisión que dio lugar al escape más famoso de la historia.