Willy Semler y su papel en la obra Lluvia Constante: “Me significó mucho desgaste emocional, físico, psicológico”
El actor es uno de los protagonistas de la obra, dirigida en Chile por Jesús Orqueta y basada en una de las aristas del caso de Jeffrey Dahmer. En ella, Semler interpreta a uno de los policías que en 1991 permitieron que el asesino retornara a su hogar con un joven vietnamita de 14 años, al que mantenía secuestrado. En conversación con Culto, el intérprete desmenuza todas las caras de su personaje, además de referirse al momento actual de la televisión y al nombramiento de Jaime de Aguirre como nuevo ministro de las Culturas.
La irrupción de A steady rain (2007) remeció la escena teatral estadounidense. Escrita por el guionista Keith Huff, reconocido por su trabajo en series como House of cards y Mad men, la obra no sólo dio una nueva perspectiva a los dramas policiales. También referenció una de las aristas del caso de Jeffrey Dahmer, uno de los asesinos seriales más famosos del país norteamericano y que ha calado hondo en la cultura popular.
Corría 1991 cuando la policía de Milwaukee recibió la denuncia. Una llamada los alertó sobre un joven vietnamita de 14 años que deambulaba desnudo y visiblemente drogado. Las sospechas de los vecinos cayeron sobre Dahmer, pero los patrulleros que llegaron al lugar optaron por creer en la versión del asesino, que aseguró ser la pareja de la víctima y que todo se trataba de un mal entendido. Un error que horas después decantaría en la muerte del joven y en una de las aristas más insólitas del expediente del caníbal.
Lo de Huff profundiza en la historia y relación de aquellos policías, compañeros, prácticamente hermanos, y la profunda crisis personal que atraviesan. Un escenario que no sólo afecta su carrera, sino también su amistad e incluso su escala de valores. Hace algunas semanas, la obra aterrizó en la cartelera de Teatro Zoco, bajo la dirección de Jesús Orqueta y bautizada como Lluvia constante, con un primer ciclo que llegó a más de 2 mil espectadores y que ya inició su segunda temporada.
En la versión criolla, el actor Willy Semler es el encargado de encarnar a Denny, el policía temperamental y que contrasta con su par Joey, interpretado por César Sepúlveda. “La obra fue un hallazgo de Pablo Halpern, director artístico del Centro Zoco, pero hace unos tres años. Mucho antes de que lo nombraran en este cargo. Y bueno, hemos trabajado juntos, somos muy amigos, tenemos mucha química en el escenario, así que inmediatamente me convocó”, recuerda Semler sobre cómo se gestó su participación en la pieza.
“Nos demoramos todo este tiempo en poder llevarlo a cabo, en términos de producción, de encontrar un teatro, etc. Y eso coincidió con que lo nombraran aquí, en el Centro Zoco. La dirección, por cuestiones prácticas, se la entregó a Jesús Urqueta. Y nos demoramos tres meses de ensayo en montarla. Una obra muy difícil, porque tiene dos líneas narrativas. Una que se narra al público, directamente, como una historia en pasado; y otra, que simultáneamente ocurre, teatralmente, como acción en presente”, explica el actor.
Justamente, señala que esas particularidades narrativas que abraza el texto fueron lo más desafiante del proceso: “Distinguir esos dos planos y hacerlos complementarse fue una de las dificultades, de los desafíos más grandes. El personaje de Denny, el policía descalibrado, sin mayor criterio con tal de llegar a resolver los casos y que se arriesga más de la cuenta, que rompe los protocolos policiales, me pareció tremendamente atractivo. Fueron los dos elementos que me ligaron al proyecto”.
- En lo personal, ¿cuáles crees que son las características más atractivas del personaje?
Cabe destacar que nosotros no tocamos, no neutralizamos nada de la obra. Es una historia que ocurre en Chicago, a propósito de un caso real de Jeffrey Dahmer, asesino serial y caníbal. Y uno de los tantos casos que hubo con él fue que dos policías, por error, le entregaron a una víctima, creyendo que era un pariente. Está basado en eso, pero también está ficcionado de tal forma que no es un thriller policial en lo absoluto, sino que se trata de la amistad, de la lealtad, de la ética, y de hacer las cosas bien.
Denny, este policía, con tal de hacer las cosas bien es capaz de hacerlas mal. Y tiene esta dualidad, digamos, de ser el más desquiciado, el “policía malo”; y, por otro lado, el más bueno. Un gallo que es capaz de dar los brazos por el beneficio de los demás, por rescatar a la víctima, por lo que sea. Al mismo tiempo que tiene un carácter explosivo, violento, pero tremendamente compasivo, solidario, humanitario. Es un ser humano que se está desgarrando todo el tiempo porque tiene consciencia de que se le pasa la mano, y mucho, pero no lo puede evitar tampoco. Por carácter. Esa contradicción, esa dualidad, también me resultó un desafío muy profundo. Tengo una metodología de actuación en la que me gusta encarnar al personaje. Hacerlo propio. Sentirlo y sentirme. Cuando estoy actuando, transformarme. Fue un camino duro, difícil. Me significó mucho desgaste emocional, físico, psicológico. Pero creo que lo resolvimos bastante apropiadamente.
- ¿Buscaste referencias en algún personaje ficticio a la hora de pensar tu interpretación de Denny?
Hay una película de Abel Ferrara, con Hervey Keitel, que se traduce como El maldito policía. Y Scorsese opinaba al respecto que nunca había visto un personaje más desesperado en búsqueda de redención, entendiendo la redención como el perdón a sí mismo. No como el perdón de Dios. Creo que Denny es un personaje que busca desesperadamente la redención, pero va contra el tránsito en esa búsqueda. Si la redención está al sur, el la va buscando hacia el norte. Y entonces, es imposible que la encuentre. Es algo que el desenlace que tiene la obra lo demuestra, sin hacer spoiler. Y es lo que hacemos todos los seres humanos. Tratar de perdonarnos a nosotros mismos por nuestras propias faltas, que todos las cometemos. Todos somos humanos.
- ¿La historia real del caso Dahmer jugó un rol especial en la preparación de tu papel? ¿Pensaste en revisar más antecedentes sobre el caso, como, por ejemplo, archivos de prensa?
No, no es mi caso. Yo no busco referentes reales, directos, porque me pueden hacer caer en el error de la imitación. Busco referentes más bien aproximados u orientados en el mismo sentido, pero que me permitan comprender vivencialmente lo que es pasar por ese tipo de situaciones, lo que es sentir el pasar por ese tipo de situaciones. Creo que, dentro de la actuación, algo muy importante es la emoción, el poder sentir de verdad lo que siente el personaje. Y ese camino es muy complejo. No solo en términos del sentir mismo; no actuarlo, no representarlo, sino que bucear, transitar por esa emoción, vivirla. Y, por otro lado, anterior a eso, descubrirla.
A lo mejor algún tipo siente felicidad de matar, y otro siente dolor. Hay que descubrir cuál es realmente esa emoción puntual, del momento, para poder vivenciarla, que es la segunda parte del proceso. Y que es la más difícil, por cierto.
- En ese ejercicio de compaginación con el personaje, ¿cómo definirías tu versión de Denny?
Hay tantos Hamlet como actores lo interpreten. O como directores lo dirijan. Un Hamlet es definitivamente un loco, otro es un Edipo que está enamorado de su madre... Otro, un personaje gay que no ha salido del closet; otro, un personaje completamente cuerdo pero que se hace el loco... En fin. Las variantes son distintas, y si tienen sentido dentro del desarrollo de la historia y de la historia, son válidas.
En el caso de Denny, lo describiría como un personaje muy temperamental, que carga con una depresión no tratada. Y que es una depresión, como dicen los psiquiatras, de un diagnóstico del narciso roto, que es aquel que lucha contra sus propias imperfecciones, siempre. Que siente que todo lo que hace no está lo suficientemente bien hecho. No es un afán de superación. Es una obsesión de rabia contra uno mismo.
También diría que es un personaje triste, obsesionado por el cuidado de su familia, pero obsesionado a un nivel patológico. Un personaje honestamente republicano, pero al extremo. De los que votaron por Trump e intentaron tomarse el Capitolio. Tremendamente patriótico, pero por otro lado racista. Es machista, tiene unas características netas de lo que se llama el redneck norteamericano. Muy resentido con la vida y con el trabajo, porque ya es viejo y aún lo tienen patrullando. Por estas mismas características no lo ascienden a detective, sino que lo mantienen todavía haciendo patrulla.
- Actualmente presenciamos un mundo bastante polarizado, donde existen muchas personas como Denny. ¿Va por ahí el valor contingente de la obra?
Claro. Uno se da cuenta al tiro, hoy en día, cuando los guardias de seguridad de supermercados o de bancos han sido ex policías o ex militares. Tienen una cuestión mucho más doctrinaria, mucho más golpeada, más dura, de poca amabilidad. En cambio, gente que se ha entrenado simplemente para ser guardia de seguridad, en su entrenamiento también está la cordialidad y la amabilidad, cosa de la que Denny carece completamente. Es absolutamente reactivo, instantáneamente reactivo. Es como un perro rabioso. Tiene el factor de lo impulsivo y lo compulsivo, incluso. Y de no medir las consecuencias ante sus acciones.
- Además de las particularidades narrativas, la obra se sostiene únicamente en dos personajes. ¿Cómo fue la experiencia trabajando con Cesar Sepúlveda?
Con César nos conocíamos desde la televisión. No nos había tocado trabajar juntos en teatro. Y gracias a Jesús Orqueta y a su dirección, y a la atmósfera de ensayo que el arma, encontramos una química instantánea, mutua, todos. Muy grata, en ese sentido.
Ahora, la obra misma está llena, llena de imágenes. De hecho, interactuamos con muchos otros personajes, habitamos espacios físicos muy distintos todo el tiempo, y ya sea con la narrativa o con la interpretación en presente, estamos creando esas imágenes, interactuando con ellas. Vamos relacionándonos con los otros personajes que no aparecen hasta un nivel que el público llega a visualizarlo, digamos. Y es un poder que viene dentro del texto, en cómo está escrito. Las imágenes se hacen prácticamente colectivas, comunes para todo el espectador.
- Eso lleva a otro factor: el ritmo, que se mantiene a una velocidad muy alta durante la obra…
No solo es una velocidad constante. Es una vorágine. Es una obra que, en ese sentido, sólo acelera. Es un ritmo muy particular, que sólo va in crescendo y empeorando. Una obra ley de Murphy total. Y es una tragedia contemporánea. O sea, cuando el espectador se da cuenta de la oscuridad en la que han entrado, tanto los personajes y la historia como el espectador mismo, se percata de que no tiene salida. Que es un jaque mate, y que la cosa no va a terminar bien.
No vuela una mosca en la sala cuando estamos actuando, y por lo mismo. Porque la atención del espectador está tan capturada por esta vertiginosidad que tienen que estar con una concentración altísima, a tal nivel que no se dan cuenta que pasan dos horas. Y para el público chileno, es un tiempo largo de teatro. No se puede bajar la guardia, en lo absoluto. Si te pegas un pestañazo, te perdiste 1/4 de la obra, al tiro.
- Desde el equipo, decidieron no adaptar el guion a una realidad más local. ¿Por qué?
Respetamos la obra, intactamente. Acomodamos muy pocas cosas, solamente para que ciertos términos fueran más claros. Más nítidos para el espectador. Pero respetamos completamente el contexto, los personajes, las circunstancias dadas. Por ejemplo, en vez de decir “la Avenida Washington Post Delivery”, decimos “la avenida que cruza el Puente Norte”.
Pero también ocupamos nombres originales de lugares. No le hacemos el quite a eso, porque básicamente hoy estamos en un mundo tan global que las problemáticas son las mismas en todas partes. No es como hace 20 años, que era un mundo mucho más local en que había que hacer este tipo de adaptaciones. Si no chilenizarlas, por lo menos neutralizar las obras, que pudieran ocurrir en cualquier parte. Hoy no. La problemática es tan global que uno la reconoce, y se identifica de la misma manera.
- Actualmente, la obra está en su segundo ciclo. La primera temporada fue un éxito. ¿Esperaba esa respuesta por parte del público?
Era bastante incierto, porque un teatro instalado frente al Portal de la Dehesa, con un público que no frecuenta bajar de la ciudad hacia el teatro y que no frecuenta el teatro propiamente tal, que no le da valor mayormente, si es que no está en Nueva York o Londres, o por lo menos en Buenos Aires... También era captar un público que es poco aficionado al teatro. Fue realmente sorprendente el crescendo de público que se fue produciendo. Y nosotros, en teatro, además de la publicidad en medios, en lo que más confiamos es en el boca a boca, en la recomendación. Y creo que eso funcionó mucho, por ese lado.
La pantalla actual y los desafíos para la cultura
- Muy pronto estará de vuelta en la TV abierta, con la teleserie Amiga date cuenta de Chilevisión. ¿Cómo has vivido ese retorno a las pantallas?
Es una producción de Chilevisión con Paramount. Va a salir acá en Chile por la tele, pero estará en el resto del continente de habla hispana por la plataforma de Paramount. Ha significado lo mismo que significan hoy en día las series, las películas: hablar un castellano más castellano que el que hablamos en Chile, lleno de modismos. Sacar los “como estai”, “qué choro”. Usar terminologías que no sean locales, sino que todo el mundo las pueda entender.
Ha sido agradable volver a trabajar en el medio, pero he hecho hartas series para Netflix, HBO, que tienen las mismas características. Y algunas películas, también. Ahora prácticamente todo son coproducciones internacionales. En los Robinsones hay actores mexicanos, el director es español, la que hace a mi hija es la Itziar Ituño, la policía de La casa de papel... Es una cosa mucho más mundana la que se produce.
- ¿Cómo ves la oferta actual de la TV chilena, sin tantas ficciones nacionales circulando? ¿El futuro está, justamente, en coproducciones con servicios de streaming?
Por cierto. Es el avance de la tecnología lo que se va llevando los modelos arcaicos. Acuérdate que antes las teleseries duraban 150, incluso 200 capítulos. Una hora y media, con 50 personajes... Todo eso se ha ido comprimiendo a un nivel impresionante. Hay mucha más producción, pero más minimalista. Porque la generación de los 40 años para abajo no se instala a ver una hora y media de una teleserie, o una serie.
Las consumen por otros tipos de medios, de tecnologías, que no son el aparato de televisor directamente, sino que el streaming, el teléfono, el computador. Y con la comodidad de que pueden guardar o elegir qué ver, en qué momento. Eso solo va a tener un avance. Yo creo, en ese sentido, que la televisión abierta va a tener que reinventarse o desaparecer.
- En el marco del cambio de gabinete, el Ministerio de las Culturas fue uno de los frentes que tuvo novedades. ¿Qué te pareció el nombramiento de Jaime de Aguirre? Un hombre que, por lo demás, tiene una carrera muy extensa en televisión…
Yo conozco medianamente a Jaime porque he trabajado en canales donde él ha estado de director, como Chilevisión o TVN, en algún momento. Entiendo que Jaime sabe todo lo que hay que saber respecto a la televisión, pero el área cultural cubre muchos otros campos de los cuales ignoro el conocimiento que tiene al respecto.
Para nosotros, hasta ahora, es bastante curioso, pintoresco y una incógnita el cómo se va a manejar en el campo de los museos, en los campos líricos y musicales, cómo se va a manejar en el campo de las artes de la representación, ya sea danza, ópera o teatro... En fin, no sabemos. Y estamos muy a la expectativa de eso.
- ¿Cuáles son los desafíos más urgentes en el ámbito del teatro?
Hay dos cuestiones puntuales. En primer lugar, el nivel de presupuesto que se le entrega al arte. Yo creo que habría que agregarle por lo menos tres ceros más y que eso no afectaría en absoluto la economía del país, pero que sí sería un aporte tremendo para las realizaciones artísticas. Que no tengamos que andar mendigando para poder hacer una obra de teatro de dos, tres personajes, sino que algunos grupos, compañías o instancias universitarias, sean capaces de recibir montos lo suficientemente altos como para hacer clásicos. Shakespeare, Cervantes, Tirso de Molina, que requieren 30, 40 personajes en el escenario. Ojalá podamos mover por ese lado, también. Y lo otro es la descentralización de la cultura.
Santiago no es Chile. Hay muchos colegas que por temas de pandemia se vieron forzados a migrar a regiones y a provincias. Pero incluso en las grandes capitales, si logran montar una obra, esa obra la van a poder dar una temporada cortísima y se les va a haber terminado el público. Va de la mano con todo eso el ayudar y el instruir de una forma didáctica a los espectadores para que puedan asistir al teatro sin miedo de lo que va a pasar ahí.
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La segunda temporada de Lluvia constante se extenderá hasta el 16 de abril en Teatro Zoco, con funciones los días viernes y sábado a las 20 horas, y domingo a las 19 horas. Las entradas están disponibles a través de Puntoticket.
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