La noche estaba especialmente calurosa en ese 27 de julio de 1890, plena temporada estival boreal. En Auvers, al norte de París, Vicent van Gogh había salido después de almorzar, al medodía, del hostal Ravoux donde vivía, con una bolsa donde acarreaba sus pinturas y su caballete. Quería ir a pintar a las afueras de la ciudad. Al anochecer, al regente de hostal le llamó la atención que volviera sin ningún objeto y con la chaqueta puesta. Más aún, su intriga aumentó cuando escuchó unos gemidos de su habitación. Al entrar y preguntarle qué le había ocurrido, Van Gogh le contestó suavemente mientras se levantaba la camisa.
- Me he herido.
Un pequeño agujero mostraba una entrada de bala debajo de sus costillas. Pidió atención médica y parecía en shock. Hasta ahora, las tesis más aceptadas hablaban de que el artista holandés se habría autoinferido la herida con un arma de fuego, al parecer, de manera accidental. Posteriormente, incluso aparecieron testigos que afirmaban recordar palabras del mismo Vicent: “Me herí en los campos, me disparé con un revólver”. La certeza aumentaba con una engimática línea encontrada en su lecho de muerte: “Yo arriesgué mi vida por mi obra, y mi razón destruida a medias”.
Sin embargo, al parecer los hechos ocurrieron de otra forma. Así al menos lo plantean los investigadores Steven Naifeh y Gregory White Smith quienes han planteado una revisión de esta versión. Ello se encuentra en la biografía Van Gogh, la vida, que publica editorial Taurus en nuestro país. Ambos también escribieron una aplaudida biografía de Jackson Pollock.
De hecho, recogen el relato que el mismo Van Gogh hizo agonizante a la policía el día siguiente, cuando se presentó a su habitación para aclarar los hechos. De alguna manera, él mismo había esparcido la idea del suicidio. “Cuando oyeron que Vicent se había herido a sí mismo le preguntaron inmediatamente: ‘¿Quería suicidarse?’. Vicent replicó vagamente: ‘Creo que sí'. Le recordaron que el suicidio era un delito contra Dios y contra el Estado. Vincent insistía en que había actuado sólo con una vehemencia extraña y espontánea. ‘No acusen a nadie’, decía, ‘he intentado matarme’”.
Para los investigadores, la idea del suicidio en Van Gogh no era nueva, ya había coquetado con ella en sus tiempos en Amsterdam, en 1877. Sin embargo, para ellos el relato no explicaba todo. Para ellos, el nombre clave es el de René Secrétan.
Un cowboy en la pradera
Por entonces, Secrétan era un adolescente acomodado y problemático de 16 años, a quien le gustaban más las aventuras y deambular por las calles antes que la escuela. Solía ir vestido de cowboy, con un traje que le había adquirido al mismísimo Buffalo Bill, cuando este actuó en la Exposición Universal de París, en 1889. Con ello, lideraba una pandilla de gamberros y bravucones. “Tenía muy buena puntería y se los llevaba a cazar ardillas, conejos o cualquier cosa que encontraran en los campos o en los bosques”.
El traje, tenía un añadido, una pistola calibre 38 que según el joven “estaba medio rota y funcionaba erráticamente”. Sin embargo, Steven Naifeh y Gregory White Smith aseguran que el arma funcionaba bien, con ella mataba a pequeños animales. “Llevara o no el resto del atuendo (de cowboy), el revolver siempre estaba en su mochila; de manera que no era un juguete, por mucho que lo utilizara como si lo fuera”.
Pero el muchacho no solo jodía a los animales, también a los humanos. Y una de sus víctimas favoritas era Vicent van Gogh, a quien conocía pues el holandés era amigo de su hermano, Gaston, y ambos solían hablar de pintura y arte, temas que René despreciaba. “Echaban sal en su café y observaban desde lejos cómo escupía maldiciendo. Metieron una culebra en su caja de pinturas”. La idea, según confesó después “era sacar a Vincent de quicio”. Sin embargo, los investigadores aseguran que el neerlandés aguantaba las bromas de buen humor y hacía todo por evitar a Secrétan y su pandilla.
Sin embargo, un día Secrétan encontró a Van Gogh en el bosque mientras se masturbaba y comenzó a humillarlo con un apodo hiriente: “Fiel amante de la muñeca de la viuda”, y el holandés comenzó a irritarse de verdad. En ese ambiente enrarecido entre ambos, es que ocurrieron los hechos.
Según Naifeh y White Smith, Vincent “no debía de llevar la pistola, pues no tenía ninguna ni sabía nada sobre ellas. Seguramente la llevó René Secrétan, que rara vez salía sin su revolver calibre 38″. Van Gogh se encontraba en una granja en Chaponval, y al parecer, a René lo acompañaba Gastón, su amigo, “ya que si no Vicent habría evitado a René”.
Ahí habría ocurrido todo. “El disparo que mató a Vicent Van Gogh probablemente no se disparara en el trigal, sino en (o cerca de) una granja junto a Chaponval”. Ello lo confirman citando el informe médico que indica que la herida fue recibida desde lejos “y desde un ángulo extraño y oblicuo”. ¿Accidental o no? Los autores no lo indican. “Cuando René sacó el arma de su morral pudo ocurrir cualquier cosa, de forma accidentada o intencional, entre un adolescente temerario que se creía que estaba en el Lejano Oeste, un artista borracho que no sabía nada de armas de fuego y una pistola anticuada con tendencia a funcionar mal”.
Tras el disparo y haberse dado cuenta de lo ocurrido, los hermanos Secrétan actuaron rápido. “Al parecer tuvieron el tiempo y la presencia de ánimo necesarias para coger la pistola y las pertenencias de Vincent antes de salir corriendo entre el polvo”.
Es por eso, que Naifeh y White Smith se inclinan con que René Secrétan fue el asesino de Van Gogh y que le disparó desde lejos. Ello hace explicar la característica de la herida, por qué no fue a la cabeza y sí al estómago, y por qué no hubo nota de suicidio.
Pero falta algo, ¿por qué Van Gogh no inculpó a Secrétan cuando la policía lo fue a ver? los investigadores se la juegan. “Creemos que la respuesta es que Vincent deseaba morir”. Y para ello comentan, entre otras cosas a una persona que vivió esos días. “El doctor Paul Gachet, otro testigo que estuvo a los pies de la cama de Vincent, escribió a Theo dos semanas después del funeral expresando su admiración por el ‘soberano desdén’ que [Vincent] sentía hacia la vida”. También citan un escrito del propio pintor: “No buscaría expresamente la muerte...pero no intentaría eludirla si me encontrara con ella”.
Así, los autores zanjan el asunto: “Con tanto que ganar, Vincent no debió ver razón alguna para arrastrar a los hermanos Secrétan, sobre todo al malvado y despreocupado René, a dar cuentas ante la opinión pública por haberle hecho un favor”.
Van Gogh, la vida, se encuentra disponible en las librerías de en nuestro país.