Romeo Santos (41) no ha dormido bien. El artista nacido en Nueva York cuenta que en la última semana en Chile ha cerrado los ojos todos los días cerca de las tres de la madrugada. “No he dormido tanto como debería. Se supone que ya debería estar aquí adaptado, porque llevo más de una semana. Y eso que tomo melatonina. Me dieron unas pastillas, no sé qué es, las partí por la mitad y supuestamente eso te da sueño”, precisa.
Quizás tiene motivos razonables para no poder conciliar el sueño: precisamente desde el pasado martes 21, Romeo Santos inició una racha de nueve conciertos en el Movistar Arena de Santiago, los que se extenderán hasta este jueves 30, un récord absoluto para los registros de la cartelera local. Todas las noches, claro, se acuesta bajo efectos adrenalínicos.
Por lo mismo, el cantante quiso hacer un paréntesis en la maratónica secuencia de recitales y ayer citó a un puñado de periodistas chilenos e internacionales a un salón privado del hotel W para entregar sus primeras impresiones de su actual vida chilena. Un Romeo Santos íntimo, sin grabadoras, sin celulares, sin cámaras, saludando entusiasta, pidiendo una copa de “vinito” de entrada y con su equipo advirtiendo que, más que una entrevista, la cita se trataba de un encuentro sin demasiadas máscaras promocionales ni artificios con uno de los mayores astros latinos de los últimos 15 años.
Su primera revelación es que justo la mañana de ayer salió a correr por el Parque Padre Hurtado de La Reina, como una manera de mantenerse en forma: “Yo soy enfermo con la comida, me encanta comer, tengo un gordo adentro, me trastorna la comida, por eso corro tanto”, se justifica.
Como una forma de tejer vínculos con el país que por estos días hace vibrar, pregunta si en Chile hay escuelas de bachata, el género donde ha despachado su celebridad. También consulta qué es lo que más escucha la gente por estos lares: cuando se le responde que la música urbana reina sin contrapesos, se explaya largo en su propia genealogía en el género, en un eslabón que va desde Tego Calderón hasta Karol G.
Sobre el cierre de la conversación, que se extiende por más de 60 minutos, cuenta que fue a cenar al restaurante Osaka, de Vitacura, y pregunta por el plato típico del país, pidiéndole a un asistente que anote el dato (pastel de choclo es una de las opciones) para ir por él alguno de estos días.
Pero, por lejos, lo que más lo conecta con Chile no tiene que ver en rigor ni con sus shows ni con la comida. Lo que igualó a una estrella como Romeo Santos -ese hombre que aparece semidesnudo en una bañera sobre el final de sus espectáculos- con todo el resto de los chilenos en apenas un par de segundos tiene una cifra y un epicentro: el intérprete estaba en la capital cuando sucedió el temblor de magnitud 5.5 ese martes 21 en la previa de lo que sería su primera presentación en el recinto de Parque O’Higgins.
“Y me cagué, me cagué”, expresa sin reparos ni vergüenza al asumir lo que sintió con esa fuerte sacudida cerca de las 14.40 horas. “Estaba en mi cama y me quedé tranquilo ahí, no me moví. Yo había sentido temblores en Chile, pero así, como este último, nunca. No pensé tanto en el concierto. Sabía que iba a estar todo bien”.
Y estuvo todo bien. El primero de sus recitales -en postales que se han replicado después- fue un caudal intimidante de histeria y fanatismo poblado de seguidoras fervorosas con cada uno de sus movimientos, carteles con escritos que suplicaban por una invitación al escenario y en general fanáticos de toda índole flechados con su imaginario de erotismo, sexualidad, galantería y amores vulnerando lo permitido.
“Es difícil describir en palabras, pero el público chileno tiene una euforia peculiar, en el buen sentido de la palabra. Yo digo: ¿no se cansan de mí? Y veo personas que se repiten en cada noche. No se cansan para nada. Yo subo al escenario y, si fuera por mí, me demoraría más, estaría tres horas arriba. Y no lo hago porque tengo que cuidar la voz”.
“En otros mercados hacemos dos a tres noches, pero aquí es una exageración, en el buen sentido de la palabra. ¿Acá otros artistas han hecho lo mismo, el mismo número de conciertos?”.
“Nosotros íbamos a hacer en Chile el estadio (Nacional), pero no estaba disponible. Eventualmente podríamos haber hecho tres estadios, porque lo que estamos haciendo ahora, creo que son 120 mil, equivale a eso, ¿no?”.
“Si te soy sincero, lo que me puede diferenciar de otros cantantes es la interacción con el público, porque los mejores shows lo hacen los fanáticos. Mi parte favorita de los shows es cuando me piden canciones que yo no recuerdo y, bueno, perdonen la expresión, pero yo la cago muchas veces, porque canto un tono menor del original o muy alto o me puedo equivocar en la letra, pero siento que la gente percibe que esto no es planeado. Siempre voy a los shows con la percepción de que puede pasar algo que ni yo espero”.
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Anthony Santos, su verdadera identidad, es un hombre de hablar calmado, relajado, casi protocolar, sin arranques de vehemencia, lo que contrasta con el derroche de voluptuosa carnalidad que encarna su personaje en escena.
Está consciente de la escalada de su carrera desde los días de Aventura y sabe analizar con detalle y frialdad su trayecto al estrellato. Su característica voz delgada y afectada tampoco asoma en demasía, quizás reservándola como un recurso cuando se prenden las luces. Su discurso apenas es trizado por un par de “la cagué” cuando es necesario y muchas frases las remata con un “en el buen sentido de la palabra”, como un modo de remarcar fraternidad en sus reflexiones.
Por ejemplo, cuando habla del boom de la música hispanohablante en el orbe, encarnado en Rosalía o Bad Bunny -figuras con las que ha colaborado-, lo hace bajo el gesto del pionero, de quien también se siente parte íntegra del fenómeno.
“Me encantó trabajar con Rosalía en la canción El pañuelo. Nos montamos en República Dominicana, en Casa de Campo, y ahí la grabamos. Nunca había trabajado con una artista tan meticulosa como yo. Yo la miraba y decía: wow, no estoy solo. Es muy perfeccionista. Ella va a llegar a un nivel grande, todavía le falta, pero va a llegar al nivel de Beyoncé”.
“La percepción mía sobre el impacto de la música latina no era errónea en un principio. Cuando yo empecé como solista, mi primer tema en esa fusión anglo fue con Usher, les digo a los del sello Sony que hay que meterlo en el mainstream anglo, pero me dicen que no, que hay que hacer una adaptación cantando en inglés. Les dije: eso no es necesario. Nosotros los latinos tenemos un sabor propio. Yo estaba solo con esa idea en ese momento”.
“Yo decía: yo no quiero cantar en inglés. Julio Iglesias, Ricky Martin, Enrique Iglesias o Gloria Estefan han hecho un crossover cantando en inglés. Yo no quería. Yo estaba llenando estadios cantando bachata, era una señal de que no tenía por qué hacerlo. Ahora Bad Bunny se puso los cojones, no canta en inglés, y esa es la narrativa que yo vengo vendiendo hace mucho”.
Eso sí, ante la conquista del cancionero urbano, Santos dice que ahora falta que la bachata consolide un mayor dominio global. “Para que eso suceda, deben surgir tres Prince Royce, tres Romeo Santos, tres Aventura. Pero con propuestas distintas. Si salen reciclando lo mismo que yo ya he hecho, van a morir”.
Para ello, dice que está dispuesto a levantar bandera blanca, pactar una tregua en su carrera como artista y concentrarse en la producción de nuevos talentos.
“Me encantaría tomar un receso de Romeo el artista y darle cariño a mi faceta como productor. Y cuando digo producir a un artista nuevo, yo no digo necesariamente componerle las canciones, porque o sino estamos en la misma, en sonar como este servidor. Me gustaría dirigirlos, darles un poquito de dirección. Pero también dejarlos que se expresen. Yo fui terco en mis inicios, gracias a Dios, por eso tuvimos el éxito que tuvimos, porque las disqueras estaban un poco perdidas. El artista tiene que expresar su arte, no le puedo decir que no a un artista, porque su intuición siempre estará en lo correcto”.
“Me gustaría empezar (esta pausa) el año que viene, porque estoy haciendo muchos conciertos y quiero hacer otras cosas, me gustaría esa faceta”.
“El próximo año no sigo haciendo gira. No creo que vaya a Viña. Es que yo comparto la filosofía de que todo exceso hace daño, entonces por eso lanzo una producción cada dos a tres años. Y cuando salgo, salgo a cantar hasta que se cansen de mí. Pero cuando me escondo, descanso. Yo creo que nueve shows en Chile es suficiente”.
-¿Piensa en su futuro en 10 o 20 años más? Si tuviera que pensar en algún artista que ha encarnado bien la adultez, ¿cómo quién le gustaría ser? Julio Iglesias, por ejemplo, con quien usted colaboró.
Me gustaría el dinero de Julio (se ríe). Tengo que digerirlo para contestarte con coherencia. Yo estoy aprovechando mi juventud y mi salud, yo no soy él mismo ni hablo como lo hacía cinco años atrás, ni menos hace diez. En estos momentos no me veo retirado; si me retiro, me puedo volver loco. Me abrumo, soy adicto a la música. Me veo sí trabajando menos, selectivamente, este concierto si y este no.
“Yo no me quiero comparar con nadie, cada persona tiene su autenticidad. Quiero siempre alimentarme de mi público en conciertos. Tengo que hacer a futuro una evaluación de qué está pasando con mi música. Yo nunca voy a caer, o espero nunca caer, en la ridiculez. Si empiezas a lanzar contenido que no está conectando con la nueva generación, yo creo que es el momento de decir: espérame, me voy. Sería forzado sacar mi música si no estoy conectando. En 15 años más tendrías que volver a hacerme esta pregunta”.
-Las formas de cantarle al amor y a la mujer han cambiado mucho. Han aparecido en los últimos años de manera más protagónica expresiones como el feminismo. ¿De qué manera eso ha determinado sus propias letras, usted que le canta a las mujeres, el amor y la infidelidad?
Yo siempre estoy al tanto del sonido y lo que está pasando, no sólo del ámbito musical, sino que también de todo el sentido de la palabra. Vivimos en la era de cristal: uno tiene que tener cuidado en lo que uno hace y en lo que uno dice, porque todo está sacado fuera de contexto. Con mi arte, yo no le doy mucha mente a eso. Te soy sincero: si estoy componiendo un tema y estoy en producción, lo que yo sienta es lo que yo voy a decir. Se ofenda quien se ofenda. Hoy estoy literalmente en una situación donde hace poco me prohibieron un tema en República Dominicana, el tema Suegra.
“Entonces, yo tengo cautela en no ofender a los que sí me siguen y a los que sí me respetan. No quiero ofender a los que sí me aman. Ahora, los que están esperando que yo haga algo inapropiado o fuera de tono para atacarme, a esos a mí no me importan, ellos son mis detractores y nunca los voy a complacer. Yo soy un tipo respetuoso, mi arte no lo voy a sacrificar por nada ni por nadie”.
“En una canción, expreso lo que siento. Yo nunca ha tenido una suegra metiche ni bochinchera, todo lo contrario, pero hay muchos que sí, entonces soy una portavoz de todo lo que la gente tiene. No tuve problemas en República Dominicana en esa canción, el problema lo tienen ellos, simplemente fui atacado por un grupo de personas a quienes no les agrada Romeo Santos. Pero yo en una canción expreso lo que quiero, se ofenda quien se ofenda. Yo he dicho cosas peores, he tocado temas más sensibles y no me han dicho nada, el negocio es así”.
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Sobre el cierre, Romeo aclara que en sus tiempos libres escucha de todo: desde merengue clásico hasta bachata más tradicional. “Menos la mía, yo no me escucho, para qué”, apunta.
También dice que se ha vuelto fanático de la serie You de Netflix y cifra en “120″ las veces que ha visto la cinta Caracortada, de Brian de Palma.
¿Otra más? Comenta también que le han enviado trocitos de las rutinas del comediante chileno Stefan Kramer, quien ha imitado sus modos, su estilo y su singular voz en espacios como la Teletón chilena y el Festival de Viña del Mar.
“Sí, me mandaron un clip muy bueno de él en Viña del Mar. A mí me gustó mucho una que hace de Bad Bunny. También imita a Don Francisco, ¿no? Le salió muy bien”.
Después, se retira dándole el último sorbo a su copa, estrechando manos, regalando fotos y recalcando una y otra vez que para comer es “un puerco”. Llega la hora del adiós y el ídolo se repliega. Claro, en el buen sentido de la palabra.