Su vida se parece a la de una película, es que Jospehine Baker estuvo muy cerca del mundo de las luces y el estrellato. Fue una bailarina y cantante de origen estadounidense, pero de nacionalidad francesa, considerada la gran vedette internacional de la primera mitad del siglo XX.
Nacida en San Luis, Misuri, el 3 de junio de 1906 como Freda Josephine McDonald. Fue en 1921 cuando tomó el apellido de su segundo marido y lo transformó en su nombre artístico. Hoy, su vida vuelve a los escaparates de las librerías nacionales con una novela gráfica, Jospehine Baker, publicada por Salamandra Graphic realizada por los franceses José-Louis Bocquet y Catel Muller.
Publicado originalmente en francés en 2016, ahora aparece en castellano en un voluminoso tomo de 500 páginas. Josephine Baker cuenta la historia de la vida de Baker desde su infancia en la pobreza en Misuri hasta su fama internacional en París.
Para la labor, los ilustradores contaron con la ayuda de uno de los hijos de la artista, Claude Bouillon-Baker. “Más que recuerdos concretos, lo que tengo de esta mujer tan activa es una imagen global. No puedo separar su papel en la lucha a favor de los derechos civiles de su papel como artista o madre. Pero, sobre todo, lo que quiero destacar de Josephine es ese gran amor que ella sentía, no solo por los niños o los animales, sino por todos los seres vivos. Siempre lucho por la dignidad de todo ser vivo”, comentó a RTVE.
Con una infancia pobre, su familia la envió a trabajar como empleada a la casa de una mujer blanca, quien la maltrató. Luego, a los 14 años decidió dejar la escuela y probar suerte cantando en la calle. Ahí le llegó su primera oportunidad, ya que fue contratada en una compañía de variedades para sustituir a una de las coristas que se había quedado embarazada. Su talento rápidamente fue notado por los medios.
“En esa época -comenta Jean-Claude Bouillon-Baker-, en el escenario podían actuar negros, pero en el patio de butacas solo había blancos. Ella trabajaba en un club que era rival del Cotton Club, donde actuaban Duke Ellington y otros grandes artistas negros, y muchas noches acababa y se reunía con ellos”.
Así nació su fama. Luego de pasar por compañías itinerantes y por Broadway, le ofrecieron montar una ‘Revista Negra’ en París. Ahí fue conocida como “Venus de Ébano” y su reputación alcanzó fama mundial. Fue una de las primeras superestrellas del espectáculo. Desde 1937 tomó la nacionalidad francesa, como un modo de agradecer lo que había conseguido en tierras galas, donde a diferencia de su país de origen, no fue discriminada por ser negra.
La novela, por supuesto, tuvo un trabajo documental y descarta algunas anécdotas que circulan de ella. “Todo lo que aparece en el libro está muy documentado. Hemos evitado todas las anécdotas falsas, como la de que viajaba en un tren que descarriló en Bulgaria y se dedicó atender a los heridos. Eso nunca sucedió”, señala su hijo Jean-Claude.
Aunque algunas cosas sí ocurrieron, como parte de su lucha por los derechos civiles de los afroamericanos. “En 1954 actuó en Miami –cuenta su hijo-, y exigió que los afroamericanos pudieran ver el espectáculo sentados junto a los blancos. Y cuando era joven y los negros no podían entrar a verla, salía del teatro y bailaba con ellos en la calle. Esas anécdotas sí son reales y documentadas. Por eso en Miami celebran el ‘Día de Josephine Baker’, en noviembre”.
La espía Josephine
También fue real su participación en la Segunda Guerra Mundial. Gracias a su fama y a las invitaciones que recibía para acudir a eventos exclusivos, la resistencia francesa contra la ocupación nazi la contactó para que fuera espía. Con gran valentía aceptó la misión y la cumplió de manera impecable. Logró recabar valiosa información que transmitió a las tropas francesas a través de partituras musicales, y metía la información escrita con tinta simpática que aparecía al calor de una vela.
Además, además realizó presentaciones para las tropas aliadas, con el fin de animarlos. Por su valiosa contribución le fue otorgado el grado de subteniente auxiliar en la Fuerza Aérea Francesa (con uso de uniforme y todo) y tras la guerra, el mismísimo Charles de Gaulle la condecoró con la Legión de Honor y la Medalla de la Resistencia.
Luego se radicó en el Castillo de Milandes, en Castelnaud-la-Chapelle, Francia. Ahí adoptó nada menos que 12 niños, de diferentes razas, a los que llamó “La tribu arcoiris”. “Enseguida nos dimos cuenta de que no éramos como todo el mundo. Que todos éramos muy diferentes y que la nuestra no era una madre normal”, comenta Jean-Claude. Sin embargo, acosada por las deudas, y el gran número de chicos debió abandonar el castillo, y sus últimos años, ya de vuelta en Estados Unidos, la encontraron con estrecheces económicas. De hecho, ello la obligó a actuar siendo una mujer casi cerca de los 60 años.
“A mi madre la robaron y la quitaron mucho dinero, porque era una gran artista pero muy mala gestora. El propio Charles de Gaulle, que la había condecorado por su lucha en la resistencia francesa, intentó ayudarla, pero ella dijo que: “Francia no tiene que pagar por mis tonterías”, comenta Jean-Claude. “Muchas veces la veía entre bambalinas, totalmente agotada, pero se vestía, salía al escenario y lo daba todo, parecía en plena forma. Y tenía 56 o 57 años. Yo pensaba que no podría hacerlo, pero siempre lo daba todo”.
Pese a residir en París, volvió a Estados Unidos en un par de ocasiones para hacerse parte de la lucha por los derechos civiles. De hecho, dio cuatro conciertos en el Carnegie Hall, para conseguir fondos para la causa y participó en la famosa Marcha sobre Washington, de 1963, donde Martin Luther King Jr. pronunció su histórico discurso “Yo tengo un sueño” .
Baker falleció en 1975 y fue enterrada con honores militares en Mónaco. “Su cuerpo está enterrado en Mónaco, porque nosotros no quisimos que se trasladase. Así que lo que hay allí es un cenotafio”, señaló su hijo.