Tenacidad, paciencia y arrojo fueron los insumos que sostuvieron el proceso creativo de Michelle Garza Cervera (Ciudad de México, 1987). Responsable de varios cortos de terror, en 2016 empezó a escribir su primer largometraje, una historia centrada en la pesadilla que vive una mujer joven cuando se entera que quedó embarazada de su pareja.
“Yo estaba buscando la forma de realizar una película muy personal y que nadie me dijera qué hacer”, dice la directora en conversación con Culto, sintetizando un periodo de cinco años en que contó con las contribuciones de la guionista Abia Castillo y un equipo mayoritariamente femenino.
Pese a que varias de ellas nunca habían trabajado en la industria en el formato largo, su ópera prima, titulada Huesera, se ha transformado en el gran acontecimiento del cine mexicano en el último año. Durante 2022 sumó premios en los festivales de Tribeca y Sitges (el conteo actual supera la treintena de reconocimientos), llegó a pantallas en Estados Unidos y ya acumula más de 800 mil espectadores en salas mexicanas. Desde el jueves pasado se puede ver en la cartelera chilena.
El saldo ha superado sus expectativas y le ha dejado múltiples lecciones. “Aprendí que la mejor forma de hacer cine es justo no respondiendo a impulsos ni preocupaciones de mercadotecnia”, apunta. “Lo más arriesgado, y lo que sientas más entrañable, tal vez siempre es lo mejor. De esa forma me resultó”.
Durante su recorrido en general ha despertado admiración su lectura en torno a la maternidad, pero eso mismo también ha originado críticas. En particular a través de redes sociales, Garza Cervera se ha enterado de espectadores a los que les ha parecido una cinta “antinatalista”. Aunque asegura no haberla realizado bajo ese prisma, se muestra a gusto con el debate.
-¿De qué modo su mirada de la maternidad cambió durante el proceso de la película?
La verdad es que me transformó mucho. Cambiaron mis relaciones familiares y la comprensión de mi propia familia. Porque empezó como una pregunta. Yo quería inspeccionar o hacer un estudio de un personaje que yo misma había tenido presente en mi familia. Me quería cuestionar hasta dónde podía llegar a comprender a alguien que tomó una decisión que podía ser tan terrible y que puede traer tantas repercusiones en un hogar. Sin duda, mi percepción de un personaje como Valeria cambió radicalmente por hacer esta película. Y se transformaron mis decisiones de vida doméstica y el tipo de relaciones que llevo. Fue una película bastante catártica, en mi vida personal, y sobre todo en lo que comprendo como la decisión de asumir roles, en este caso la maternidad.
-¿Cuán consciente era de que plantear ese punto de vista podía generar incomodidad?
Me encanta. Me encanta que el cine y el arte en general sean incómodos. El estado de armonía tampoco me interesa mucho mantenerlo. Me gustan las conversaciones incómodas en la comida familiar y ese tipo de cosas. Creo que es lo único que desarticula esa armonía que luego es tan venenosa y tóxica en el mundo. En México generó mucha polémica, hay gente que odia la película. Muchos otros la aman, y me encanta. Me gustó ver que estuviera dividida la opinión, y que haya opiniones tan radicales como asumir que una película puede ser por ejemplo antinatalista, cosa que yo jamás me hubiera propuesto hacer. Me gusta leer que hay comentarios de personas que les molestó. Me parece interesante. Siempre supimos, desde el día uno, que era algo que podía pasar.
-El cine de terror sobre maternidad tiene títulos emblemáticos. ¿Le interesaba subvertir esa especie de tradición del género o ceñirse a las películas sobre ese tema?
Muchas de esas son mis películas favoritas, como El bebé de Rosemary o Alien. A pesar de que sean radicales y me encanten, yo veía en ellas un discurso que señala que las mujeres, sin importar que tan terrible sea lo que estemos viviendo, tenemos un instinto maternal adherido, que no podemos escapar de él y que nos define. Yo pienso que esa es una construcción social. Quería hacer una película mexicana que subvirtiera eso, que planteara que la mujer también puede irse. Quería retar eso que veo mucho en el cine de horror al respecto de lo maternal.
-Tras el éxito de Huesera, ¿ha recibido muchas propuestas de nuevos proyectos?
Ha habido muchísimo de eso últimamente. La verdad, te confieso, que me siento sobrepasada al respecto y un poco aturdida, porque es mucho. Y de varios países. Es una locura. Creo que hay mucha demanda de mujeres de Latinoamérica que hagamos horror. Siento como que hay muchos proyectos, muchas ofertas. Yo no tengo hijos, por lo que no me preocupo tanto por el dinero. Entonces estoy tratando de llevarlo tranquila y realmente escuchar mi corazón. Creo que soy el tipo de directora que me tomo mi tiempo para cocinar las cosas, (aunque) ahorita estoy con otro proyecto que se está haciendo con mucha más prisa que Huesera. Filmo a finales de año y estoy reescribiendo. También tengo una adaptación de un cuento de Mariana Enríquez (Este verano a oscuras) que me encanta y apasiona. Estoy tratando de ser inteligente al decidir a qué barcos subirme.
-¿Cómo nace el proyecto en que adaptará el cuento de Mariana Enríquez? ¿Se conocían desde antes?
En medio del desarrollo de Huesera, fui a Argentina para participar en Ventana Sur y me encontré con el cuento. Ya había leído Las cosas que perdimos en el fuego y me gustaba Mariana Enríquez, pero ese cuento me encantó. En aquel entonces pudimos contactar a su agente y tuve una sesión de pitch con ella por Zoom, porque era la pandemia, y le gustó mucho. Nos aprobaron la adaptación y, gracias a Huesera, tuve la oportunidad de conocerla en persona en Suiza, y ha sido maravilloso. Fuimos juntas al museo de Giger y luego coincidimos en Sitges, donde ella fue jurado. Ahora estamos en comunicación. Es un proyecto al que todavía la falta cocción y que tomará tiempo, pero espero pueda ver la luz pronto.