En los primeros días de septiembre de 1792, una noticia terrible ocupó las páginas de los diarios de París. Asustados por la caída de la fortaleza de Verdún, tomada por los ejércitos europeos invasores de Francia, un grupo de revolucionarios entró en pánico y decidieron actuar. Fueron a las cárceles de París, donde sin más, procedieron a ejecutar a todos los presos por ser considerados monarquistas y “enemigos de la revolución”. Sumariamente y sin el menor escrúpulo, se ejecutó entre 1.200 y 1.400 presos (no hay exactitud entre las fuentes).
Entre las víctimas, se encontraba una mujer noble, la Princesa de Lamballe, íntima amiga de la reina María Antonieta, y quien se encontraba presa junto a ella. Con ella hubo particular encono y zaña. “Vi aparecer a una mujer, pálida como su ropa interior, sostenida por un funcionario. Con voz áspera le espetaron: ‘Grita: ¡Larga vida a la nación! — ¡No! ¡no!’, respondió. Entonces la hicieron trepar hasta lo alto de un montón de cadáveres ... Le dijeron otra vez que gritase ‘¡Larga vida a la nación!’. Ella se negó desdeñosamente. A continuación uno de los verdugos la asió, le arrancó el vestido y le rajó el vientre. Ella se desplomó y los demás acabaron con su vida. Nunca mi imaginación habría sido capaz de concebir semejante horror”; escribió en su testimonio el cronista Restif de la Bretonne.
Entre quienes aplaudieron las matanzas, hubo conspicuos dirigentes del bando más exaltado de la revolución, que agrupaba a jacobinos (o montañeses), cordeleros y los llamados sans-culottes. Jean-Paul Marat estaba entre esta amalgama de nombres. Jacobino y médico de profesión, lo suyo no era estar atendiendo enfermos. Su carácter encendido y apasionado lo transformó en periodista de oficio, y al estilo de la época, dirigía su propio periódico llamado El amigo del pueblo, donde a página completa solía despotricar contra quienes consideraba que se apartaban de los principios del movimiento. Su pluma flamígera y rabiosa llegó a ser apodada como “La ira del pueblo”.
Sus frases, cortas y al hueso, pueden leerse como una especie de refranes revolucionarios. “La justicia no tiene más que un camino, y ése es el de castigar a los culpables y proteger a los inocentes.” Esta frase se encuentra en la Adresse à la Nation que Marat publicó en el periódico El amigo del pueblo, el 23 de septiembre de 1792, en la que llamaba a la creación de un tribunal revolucionario para juzgar a los enemigos del pueblo, que se terminaría materializando gracias a Danton.
En julio de 1792 escribió en su periódico tras las derrotas de los revolucionarios en la frontera del país: “La patria está en peligro, la traición está en todas partes, el enemigo está a las puertas; levantémonos entonces todos como un solo hombre, corramos al combate, vengemos a nuestros hermanos muertos, salvemos a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestras madres”.
Incluso, ya antes de la revolución, en su libro Las cadenas de la esclavitud, de 1774, escribió en defensa de la necesidad de la revolución violenta para derrocar el antiguo régimen. “El despotismo sólo puede ser curado por el terror”, anotó. Una frase que resultaría profética.
Por lo mismo, Marat era un hombre con arrastre entre la multitud. “El Amigo del Pueblo se había convertido en una fuerza a tener en cuenta gracias a sus ruidosas denuncias de casi todas las figuras importantes de la política revolucionaria. Se posicionó como un defensor inflexible de los intereses del pueblo, exhortaba constantemente a sus lectores a esperar lo peor de cualquier autoridad”, explica Jeremy Popkin en El nacimiento de un mundo nuevo - Historia de la Revolución francesa.
Y de las páginas de la prensa, el salto a la primera línea política no se hizo esperar. Junto con ser uno de los nombres de peso de los jacobinos, fue electo diputado para la Convención Nacional, de 1792. “Casi todos los diputados de la Convención recibieron a Marat con hostilidad cuando resultó elegido en septiembre de 1792, pero sorprendió a todos; se defendía con una eficacia inesperada que convertía las respuestas de sus oponentes en torpes intentos de hacerle callar”, explica Popkin. De hecho, el mismísimo Maximilien Robespierre solía guardar una prudente distancia con él. “Sin embargo, el Incorruptible era uno de los pocos políticos que Marat veía con buenos ojos, y prestó a Robespierre y a los montañeses valiosos servicios para mantener a sus oponentes girondinos desconcertados”, agrega Popkin.
“Sabía que estaba arruinando a Francia”
Ese ardor por la revolución (y la sangre), sin embargo, despertaba recelos entre quienes se identificaban con el bando más moderado del proceso, los girondinos. De hecho, tras la victoria francesa en Valmy, el 20 de septiembre de 1792, los girondinos acusaron a los jacobinos por lo que consideraba eran excesos. “Los portavoces de la facción girondina lanzaron un asalto total a Robespierre, Danton y Marat. Los acusaron de conspirar para instaurar una dictadura de tres hombres siguiendo el modelo del triunvirato que había sellado la perdición del gobierno republicano en la antigua Roma”, señala Popkin.
Si bien, Robespierre (jacobino) y Danton (cordelero) negaron la acusación, Marat reaccionó de manera diferente. “Reconoció con orgullo que él apoyaba una dictadura temporal para defender la Revolución. ‘Si aún no estás a mi nivel, peor para ti’, dijo. Entonces se sacó una pistola del bolsillo, se la llevo a la sien y gritó: ‘Si hubierais votado para condenarme, me habría volado los sesos delante de vosotros’”.
Por entonces, se vivía la etapa conocida como El Terror. “Los meses de diciembre de 1793 y de enero de 1794 constituyeron el punto álgido de las ejecuciones: 6.882 de las 14.080 personas sentenciadas por los tribunales en el año del Terror murieron durante estos meses”, indica Peter McPhee en su estudio La Revolución Francesa 1789-1799. A partir de ahí, también comenzaron a surgir diferencias en el bando revolucionario más exaltado, específicamente, entre Danton y Robespierre. El primero lideraba a los llamado “Indulgentes”, partidarios de ir terminando con los excesos.
Tanta era la antipatía de los girondinos por Marat, que lograron que el primer juzgado del flamante Tribunal Revolucionario fuera justamente Marat. Sin embargo, para su sorpresa, el organismo lo declaró inocente de cualquier cargo el 24 de abril de 1793.
Las tensiones entre jacobinos y girondinos fueron creciendo, y estos últimos se vieron sacudidos por los arrestos que en mayo de 1793 sufrieron de sus principales dirigentes, como François Hanriot, Jacques Pierre Brissot, Armand Gensonné o Marc David Lasource, quienes no solo defendían principios más moderados, también el federalismo, idea que disgustaba a los jacobinos.
Ahí es donde aparece Charlotte Corday. Una joven noble, partidaria de los girondinos, oriunda de Caen, y para quien Marat definitivamente era un monstruo. Así que decidió hacer justicia por su propia mano y viajó especialmente desde su ciudad de origen, en la Normandía francesa, a París. Su objetivo era claro.
El 13 de julio de 1793, Corday tocó la puerta del apartamento de Marat. Pidió verlo, dijo que tenía una información importante que entregarle al líder sobre la conspiración federalista en su región natal. La hicieron pasar. En ese momento, el médico se encontraba tomando un baño de agua fría, que estaba obligado a tomar debido a una enfermedad que sufría en la piel. En esos momentos, el hombre acostumbraba a escribir sus páginas para El amigo del pueblo.
Frente a la bañera, Corday le aseguró a Marat que tenía un listado de nombres que entregarle. Conspiradores. Enemigos de la revolución. El líder le agradeció y -según algunas versiones- le aseguró que serían ejecutados. Pero la joven no esperó más. Entre sus ropas sacó un cuchillo que había comprado ese mismo día y procedió a apuñalar a Marat, quien habría gritado: “A moi, ma chère amie!” (”¡A mí, mi querida amiga!”).
Corday no intentó escapar y fue procesada 4 días después. Popkin señala: “Reconoció que sentía simpatía por los girondinos, pero insistió en que había actuado por iniciativa propia. Les dijo a sus interrogadores: ‘Sabía que estaba arruinando a Francia. Maté a un hombre para salvar a cien mil’. El valor tranquilo que mostró en el juicio impresionó a los espectadores”.
La sentencia no podía ser otra que la guillotina, la cual fue cumplida ese mismo día. “Un periodista escribió que la condenaron a muerte y que ‘escribió a su familia y pidió un pintor, diciendo que sin duda sería celebrada por la historia’”. Y sin duda que pasó a la Historia.
La muerte de Marat fue inmortalizada en más de un fresco, como si fuera un santo o un mártir revolucionario. Entre ellas, se encuentra la célebre versión pintada por Jacques-Louis David, especie de pintor oficial del proceso revolucionario (y quien además pintó a Napoleón) poco después de su muerte.