Pan ácimo, cordero, lechuga, aceite de oliva, aceitunas y vino tinto que tomaron en una sola copa integró el menú de la última cena, en la que también es probable que se comiera pescado y algún guiso de legumbres: eso es lo que ha determinado a EFE Almudena Villegas, especialista en historia de la cocina y autora del libro La cocina hebrea.
Mentora de algo más de 40 libros sobre gastronomía, cocina e historia de la comida, Villegas ha asegurado que los Evangelios señalan cómo Jesús y sus discípulos se dispusieron a preparar la cena pascual -la pascua judía no coincide con la Semana Santa, pero también se celebra en otoño-, cuyo plato central es el cordero pascual, un animal joven nacido en los meses previos, una carne que se define como tierna y de calidad.
Como la pascua judía conmemora la salida de Egipto y, por tanto, el fin de la esclavitud, en la celebración se incluían hierbas amargas, como la lechuga, en recuerdo de la esclavitud, ya que todos los alimentos de la celebración simbolizan o representan algún hito de la historia del pueblo judío, según declaró Villegas a la agencia. La escritora también es miembro de la Real Academia de Gastronomía y de la Red de Excelencia de Investigadores del Instituto Europeo de Historia de la Alimentación.
Por lo demás, en la mesa de la última cena debió haber igualmente aceitunas y aceite de oliva que, presente en todas las mesas de la época, se empleaba tanto para mojar el pan como para aliñar los alimentos; y también, según la historiadora, era “lo más habitual” algún guiso de legumbres, probablemente lentejas, las más comunes en esos tiempos.
El vino tinto lo mencionan los Evangelios, así como que todos los asistentes a la última cena lo tomaran de una misma copa, mientras que el pescado, también probable por ser pescadores algunos de los discípulos, seguramente lo tomaron de una fuente común, sirviéndoselo sobre el pan, ya que no se empleaban platos. Sólo se usaban platos en caso que el alimento fuera líquido, en cuyo caso no se pasaba de mano en mano, sino que se recurría a un recipiente individual.
El postre debieron ser dátiles e higos secos, con la posibilidad de que los comieran con miel, pues la masa que se hizo costumbre entre los judíos a base de manzana, higos y dátiles es mucho más moderna.
Villegas dedica su libro a analizar distintos aspectos de la cocina en la Antigüedad, desde la manzana del Edén, de la que dice que era más probable que fuese un higo que una manzana, fruta procedente de oriente que tardó en aclimatarse en el medio oriente, hasta la época de Jesús, con alusiones a los banquetes de los reyes David y Salomón.
Los platos más comunes de los judíos por esa época eran las tortas blandas de pan no fermentado, ya que este pan era muy polivalente y les servía de plato y hasta de cuchara, y los lácteos y quesos, según la historiadora, quien ha señalado que si lo primero que determina una dieta es el territorio y el clima, también influyen la cultura y los elementos espirituales, de ahí que los humanos “rechacen alimentos por una forma de pensar”, y los judíos no aceptarán el cerdo.
La Biblia supone una fuente histórica básica para el estudio de la alimentación porque, si bien los relatos bíblicos pueden exagerar acerca de las batallas y los enemigos, no lo hacen sobre los alimentos, considerados una mera fuente de supervivencia, según ha escrito Villegas.
La autora ha señalado que el maná es más que probable que no se tratara solo de una metáfora, y ha citado una planta del desierto que genera unas semillas muy ligeras que el viento se lleva, que son comestibles y que no se pueden conservan por ser extremadamente frágiles.