La muerte siempre es difícil de escribir. Pone las muñecas tensas y hace fácil recurrir a lugares comunes. Pero el pulso de Toribio Luzurriaga, gobernador de la Provincia de Cuyo en Argentina, el año 1818, fue más bien calmo. Con una caligrafía pulcra -como lo muestra el documento conservado en el Archivo Nacional-, anotó:
“Mientras la justicia ejercita los suyos sin restricción alguna. No ignoraís, que D. Juan José y D. Luis Carrera intentaron ejecutar el 29 de febrero último una conjuración contra la quietud pública y autoridades constituidas, con el doble objeto de subvertir el orden en las provincias unidas, invadir el Estado de Chile, encender el fuego de la guerra civil, y dividir la atención del estado unido con peligro inminente la libertad de ambos países…”.
Ocurre que los hermanos Carrera, quienes había partido al exilio desde Chile tras el desastre de Rancagua (1814), habían quedado fuera del reparto del poder en el mismo momento en que el gobernador de Cuyo, José de San Martín, tomó partido por Bernardo O’Higgins y no por José Miguel Carrera, quien le reclamó a San Martín ser reconocido como supremo gobierno de Chile en virtud de que era el comandante en jefe y principal líder político al momento de la derrota.
Sin embargo, San Martín hizo caso omiso ¿Por qué? Lo explica la historiadora argentina Beatriz Bragoni a Culto. “El gobernador intendente desechó de plano su reclamo por dos razones principales: la convicción o idea de que dicho reconocimiento suponía erigir un estado o gobierno en la jurisdicción cuyana y de las Provincias Unidas del Rio de la Plata, y la confianza depositada en O’Higgins mediada por la opinión de los amigos de la logia que, en Londres, habían jurado luchar por la independencia de la América española”.
En ese contexto, es que se entiende que Juan José y Luis Carrera se encontraban en Argentina en 1818. De hecho, Luis había asesinado en duelo al coronel Juan Mackenna, un hombre cercano a O’Higgins. Viéndose lejos del poder, y con José Miguel en Montevideo (tras arrancar de una prisión en Buenos Aires después de haberle sido confiscada una flota que consiguió en Estados Unidos) decidieron actuar.
La idea -a mediados de 1817, tras la victoria patriota en Chacabuco- era volver a Chile, dar un golpe y retomar al poder. El plan incluía apresar “por sorpresa” a San Martín y a O’Higgins, mantenerlos en reclusiones separadas y obligarlos a hacerles firmar decretos que les entregaran a los Carrera el gobierno y el Ejército. Si esto fracasaba, el plan pasaba a una guerra de montoneras y guerrillas que -pensaban- se haría con el control del país en pocos meses. Todo apelando a los partidarios que aún pensaban poseer en Chile.
Un robo que delató todo
Por motivos de seguridad, y con el fin de no llamar la atención, decidieron no viajar juntos a Chile. Luis partió primero, a mediados de 1817, usando pasaportes falsos y ropajes poco habituales en él. Lo acompañaba un amigo, un chillanejo llamado Juan Felipe Cárdenas. Pero en Mendoza, cuando quedaba poco para cruzar la cordillera, lo agarró la sombra larga de la mala suerte. Fue reconocido por un antiguo oficial del Ejército Chileno, José Ignacio Fermondois, quien -al parecer de Diego Barros Arana- habría denunciado al joven ante las autoridades de la provincia.
Apresado, dijo que no pensaba ir a Chile a liderar una revuelta, sino simplemente a volver a instalarse en el país, por las estrecheces económicas que pasaba en Buenos Aires. Los papeles y equipajes que portaban no contradecían su versión. Sin embargo, un detalle terminó delatando todo.
Torpemente, en el camino a San Juan, Luis Carrera le había robado las correspondencias al encargado del correo de La Rioja. Pensaba que encontraría algo que lo involucraba, pero no fue así. La noticia de robo llegó a las autoridades mendocinas, quienes interrogaron a Cárdenas, y este -bajo la oferta de que se salvaría de la pena de muerte si colaboraba y viendo que su amigo había caído preso- terminó confesando todo: desde la conspiración carrerina hasta el robo del correo.
Además, presa del nerviosismo y del miedo, Cárdenas cometió la torpeza de comentarle a sus captores que Juan José Carrera ya iba en camino con nombre falso a través de la provincia de San Luis. Ello alertó a las autoridades, quienes dispusieron su captura y prestos, avisaron a San Martín, quien se encontraba en Chile. Este, avisó a O’Higgins, de quien se conoce su reacción mediante una carta.
“Nada me estraña [sic] lo que V. me dice acerca de los Carreras. Siempre han sido lo mismo y solo variarán con la muerte. Mientras no la reciban, fluctuará el país en incesantes convulsiones”, se lee en la carta que cita Diego Barros Arana en su clásica Historia General de Chile.
Juan José cayó preso en Mendoza, lo estaban esperando gracias al dato entregado por Cárdenas. Fue conducido a San Luis, y ahí no dudó en confesarlo todo. Luego, fue engrillado y conducido a Mendoza, donde fue colocado en una celda distinta de la de Luis. Corría septiembre de 1817.
Pero cometieron otro error. En febrero de 1818, y con la ayuda de uno de los guardias -llamado Manuel Solís- ambos hermanos pensaban obtener el apoyo del resto de los guardianes y levantarse en rebelión desde la cárcel. La idea era algo afiebrada. “Estaban persuadidos de que el gobernador Luzuriaga era detestado por el pueblo; que era fácil deponerlo, quitarle el mando, apoderarse de las armas de la plaza, formar un cuerpo de tropas con los voluntarios que quisieran ayudarlos, y con los prisioneros realistas que se hallaban en Mendoza penetrar enseguida a Chile”, señala Barros. El plan, era de Luis y Juan José lo aceptó a regañadientes sin estar convencido.
Lo harían todo la noche del 25 al 26 de febrero (no el 29 como anotó Luzurriaga). Pero, como un sino trágico que los persiguió hasta el final, el apoyo de los Carrera, Solís, cometió la torpeza de contarle todo el plan a un amigo suyo, y este fue a ver al gobernador, quien desbarató toda la intentona. Luego, pasaron a juicio, que se aceleró debido a la derrota patriota en Cancha Rayada (19 de marzo de 1818). Ante el miedo, muchos patriotas en Chile volvieron a exiliarse en Mendoza, y hasta ahí llegaron las noticias. Sin embargo, como no fue una derrota letal, las posibilidades de victoria estaban latentes, y ello se dio precisamente en Maipú, con abrazo de O’Higgins a San Martín incluido.
Últimas horas
Pese a la victoria patriota en Maipú, el destino de los Carrera estaba echado. El 8 de abril, se les sentenció a muerte y la pena debía ser ejecutada a las 5 de la tarde de ese mismo día. A ellos, se les notificó en prisión a las 3 de la tarde. Solo dos horas antes de ser fusilados. “La tradición refería que don Luis Carrera escuchó su condenación con noble entereza, y que su hermano Juan José, triste y abatido, prorrumpió en imprecaciones para demostrar su inocencia y la inhumana injusticia de la que se le hacía víctima”, indica Barros.
Ambos, fueron asistidos espiritualmente por Fray Benito Lamas -quien tres años después haría lo mismo con José Miguel-. A las 4, hicieron unos escritos donde dejaban testamentadas sus últimas voluntades, en cuanto a asuntos familiares y patrimoniales. Mientras trato, a toda prisa, en la Plaza de Mendoza (hoy, la Plaza Pedro del Castillo) se instalaron dos roñosos banquillos para los condenados, colocados contra uno de los muros de la cárcel de la ciudad.
Los preparativos tomaron más tiempo que el debido, y al final la ejecución se postergó una hora. Cerca de las 6 ambos hermanos -que ya habían sido puestos en una misma celda desde hace unos meses- fueron conducidos a la plaza. “Iban vestidos con sus mejores ropas, con grillos en los pies y marchaban lentamente en medio de un silencio sepulcral y delante de grupos apretados de espectadores”, relata Barros Arana.
“Los testigos de aquella dolorosa escena contaban que don Luis mostró en esos momentos una notable serenidad, mientras su hermano, aunque visiblemente abatido, no cesaba de protestar su inocencia, y de lamentarse de la iniquidad de su condenación”.
A las 6 en punto, con ambos sentados en los banquillos, se les leyó la sentencia y a continuación una descarga de fusilería les segó la vida a ambos hermanos. Juan José contaba con 35 años, y Luis, 26.