Cuando Joseph Haydn llegó por primera vez a Londres, en el año nuevo de 1791, el público y la prensa inglesa estaban expectantes. Los músicos de origen alemán eran respetados. Especialmente, gracias a George Friedrich Handel, un artista que había abierto las puertas para que las melodías de esa nacionalidad se masificaran y fueran sinónimo de fama y fortuna.
Nacido el 23 de febrero de 1685, en una época en que mecenas y príncipes tenían una relación prácticamente de esclavitud con los músicos, Handel desde pequeño buscó terminar con el régimen de opresión a que estaban sometidos sus colegas. Aunque su padre del mismo nombre quería que su hijo fuera abogado –”los músicos son flojos y entretienen a estúpidos”, le repetía-, una visita a su medio hermano Christian, quien era ayudante de cámara del duque de Weissenfels, Juan Adolfo I, le cambió la vida.
Tocó un par de instrumentos y el duque quedó impactado. Le dijo a su padre que matriculara al pequeño George en una escuela de música. Tras su negativa, el duque lo obligó a que estudiara con un profesor y George padre no tuvo opción.
Desde los 9 a los 11 años, Handel se especializó en armonía, contrapunto, violín, órgano y composición y, debido a su precoz talento, fue invitado por la princesa Sofía Charlotte, bisnieta de Jacobo I de Inglaterra, a tocar en Berlín en una fiesta para los nobles. Su habilidad y pericia con los instrumentos, hizo que el pequeño tocara en celebraciones para aristócratas y fuera invitado a Italia, para hacer una gira por varias ciudades.
Su padre, obstinado con forjarle un destino en la abogacía, se negó. Y Handel debió volver a su hogar. Pero, menos de un año después, su progenitor enfermó gravemente y murió. El músico siguió perfeccionándose con los instrumentos y, a los 17 años, una iglesia calvinista lo contrató como organista. Ese trabajo le generó independencia económica. Al poco tiempo y, azuzado por los consejos de su antiguo profesor, Friedrich Zachow, Handel se estableció en Hamburgo tocando y haciendo clases de música. Ingresó como clavecinista y violinista en la orquesta de la Oper am Gansemarkt de esa ciudad, y compuso sus primeras óperas.
Su fama fue conociéndose en Europa y recibió invitaciones de la familia Médici para tocar en diversos lugares de Italia. Compuso óperas y oratorios y vivía entre ese país y Alemania. Durante una presentación en Londres con su ópera Rinaldo, el público de esa ciudad -que se ufanaba de tener la mayor sensibilidad musical de Europa-, lo trató con tanta devoción que, al poco tiempo, Handel decidió radicarse en esa capital.
Aunque algunos biógrafos señalan que el músico recibía 200 libras anuales cortesía de la reina Ana, el alemán siempre mantuvo independencia de reyes y príncipes. Tocaba para públicos que pagaban por verlo y, diez años después de vivir en Londres, en 1720, fue designado director de la Royal Academy of Music.
Ese fue su mejor período artístico. Escribió más de 14 óperas en menos de una década, llenaba todos los teatros donde se presentaba, atrajo a solistas de prestigio a su orquesta, e hizo giras por capitales europeas, donde sus partituras se vendían con fervor. Era una estrella de tal nivel que en 1727, el rey Jorge I le otorgó la nacionalidad inglesa por gracia.
Su carrera era seguida por los diarios y el público quería conocer sus andanzas. Handel, sin embargo, era muy celoso de su vida privada. Prácticamente nadie sabía lo que hacía. Algunos rumoreaban que era homosexual: nunca se casó ni tuvo hijos ni se le conocieron parejas. Y sus amigos íntimos pertenecían exclusivamente a las clases altas.
En abril de 1737, Handel tuvo una enfermedad vascular que inhabilitó cuatro dedos de su mano derecha. Los gastos para recuperarse fueron altos y el músico contrajo deudas. Como se negaba a trabajar directamente para los reyes, pasó por precariedades económicas que, sin embargo, no disminuían su rol de superestrella. En 1738, en Vauxhall, el mayor jardín de esparcimiento de Londres, y por iniciativa de su propietario, Jonathan Tyers, se construyó una estatua de tamaño real en su honor. Tyers dijo que el propósito del homenaje fue “festejar a un héroe cultural y constituir un recordatorio del poder balsámico de la música”.
La creación del oratorio El Mesías en 1741 fue el peak en la popularidad de Handel. Ese trabajo –que incluso podía ser interpretado por el público- lo hizo aún más popular en Europa. Era, por lejos, el músico más famoso del continente.
Nueve años después, la pérdida total de la visión hizo que dejara de componer, pero no se retiró de la música. A su muerte, el 14 de abril de 1759, el artista tenía un patrimonio valorado en 20.000 libras esterlinas, que a los parámetros actuales lo convierte en un millonario. Su estatus era superior.
La primera vez que llegó a Londres le llamaban “criado del elector de Hannover” y cuando falleció fue homenajeado por el rey, la aristocracia y el pueblo. Aunque nunca dependió de ninguno de los tres, se había beneficiado material y socialmente de ellos. La idolatría por Handel era tan alta que fue enterrado en la abadía de Westminster, donde Louis Francois Roubiliac, el mismo escultor de su estatua en Vauxhall, inauguró otro monumento con su figura en 1761. El entierro y la estatua atestiguan su categoría personal y la creciente sacralización de su arte. Ese mismo año, su vida fue reverenciada con la primera biografía dedicada a un músico en la historia.
Y 25 temporadas después de su deceso, se celebraron cinco conciertos conmemorativos en la abadía de Westminster y el panteón de la calle Oxford. Al acto inaugural en el primero de los lugares asistió el rey Jorge III –cuyo artista favorito era Handel-, varios miembros de su familia y un gran número de personas de la alta burguesía y la nobleza. El festejo fue titulado por periódicos como “el tributo más espléndido dado nunca a la fama póstuma”.
Al festejarse el tricentenario de su nacimiento en 1985, la National Portrait Gallery de Londres, escribió en el catálogo de su exposición, “abundan las imágenes de Handel. Se le retrató con más frecuencia que a cualquier otro gran compositor de su siglo y quizás de cualquier otro”. Fue la gran y primera superestrella de la música.