Después de ganar el Oscar, ¿qué? Un año y medio después de obtener el premio por Joker (2019), Joaquin Phoenix estrenó C’mon c’mon (2021), una película pequeña sobre un periodista que emprende un viaje junto a su sobrino pequeño. Delicada y valiosa, en rigor fue una cinta en la que se comprometió antes de ganar la estatuilla dorada.
Tras ese título, el primer proyecto en ver la luz es Beau tiene miedo. El tercer largometraje del director y guionista estadounidense Ari Aster (Hereditary, Midsommar) le otorga un papel que podría aterrar a otros contemporáneos sin interés en proyectos que semejan saltar por un acantilado.
Ansioso y virgen, Beau Wassermann es un hombre que se acerca a los 50 años y vive solo en un departamento en un barrio violento. Asiste regularmente a terapia y, en la previa a tomar un vuelo para visitar a su intimidante madre (Patti LuPone), su psiquiatra (Stephen McKinley Henderson) le receta un nuevo medicamento. Es el inicio de un viaje que tritura las expectativas del espectador durante sus tres horas de duración.
Disponible desde mañana en salas chilenas, la cinta ha desatado todo tipo de reacciones en la crítica. Ha sido llamada ambiciosa, difícil, tediosa, desquiciada y cuanto adjetivo existe, y en casi cada uno de sus planos aparece su actor principal. Es un rol que nadie que persiga consolidar una carrera convencional tomaría de buenas a primeras. Pero Phoenix no lo es.
A lo largo de su trayectoria ha encarnado papeles difíciles bajo la dirección de nombres como James Gray y Paul Thomas Anderson, sacudiéndose una y otra vez de los rótulos que podrían haber aparecido con Gladiador (2000) o Johnny y June: Pasión y locura (2005). Beau tiene miedo implicaba asumir un personaje complejo y trabajar estrechamente con un cineasta que no conocía, pero que en sus dos primeros dos largos había logrado actuaciones sobresalientes de Toni Collette y Florence Pugh.
Al principio el proceso fue difícil. “Durante un par de semanas sentí que no sabías si podías confiar en mí”, le dijo Aster en el podcast de la productora A24. En la conversación expuso una anécdota reveladora del carácter de ambos. En el primer día de filmaciones, el intérprete lo alejó de donde estaban trabajando para interrogarlo. “¿Eres un maldito niño que está muy emocionado de tener a Joaquin Phoenix en su set?”, le preguntó. Entre risas, el realizador contó que asintió, mientras que la estrella afirmó no recordar el episodio.
Siguiendo la pista de la propia película, las críticas a su interpretación se han establecido en diferentes direcciones.
“Su actuación es como un murmullo de tres horas; con sus ojos llorosos y su mandíbula perpetuamente floja, su Beau parece un poco atontado por todo, como si no pudiera creer que todo esto le está pasando”, planteó la revista Time, agregando que al intérprete “se le pide que encarne a un personaje recesivo que solo se vuelve más patético con casi cada escena”.
En la opinión de IndieWire, “Phoenix no está interpretando tanto a una persona como a un estómago nervioso y sensible, y él reconoce plenamente que su trabajo no es articular las ansiedades de Beau tanto como ser subsumido por ellas”.
En cambio, Variety opinó que el rol podría haber sido más adecuado para un comediante, como Adam Sandler en Embriagado de amor (2002) y Jim Carrey en The Truman Show (1998). “Phoenix interpreta al personaje como un perdedor de hombros caídos y sin carácter, y aunque uno difícilmente podría esperar una actuación más comprometida, el casting se siente más predecible en un elenco de opciones poco convencionales”, señaló.
“Joaquin Phoenix está en una forma realmente poco interesante, jugando con sus debilidades como actor mientras realiza una interpretación narcisista del dolor, luciendo una expresión permanentemente atontada de ansiedad y aletargada autocompasión por la miseria que lo rodea”, argumentó The Guardian.
“A pesar del carisma natural de Phoenix y su compromiso obvio con el rol”, apuntó The New York Times, “ese espacio mental resulta ser un lugar claustrofóbico, agresivo, abrumadoramente pesimista y finalmente enervante para pasar tres horas”. Y añadió: “Es difícil preocuparse por un ratón que le importa mucho menos al cineasta que la ratonera brillante donde los ha encarcelado a ambos (Beau y Phoenix)”.