Cuando terminó de hablar, se produjo un silencio sepulcral. La noticia había calado hondo en los peruanos, antaño un bullente virreinato, ahora veían cómo una de sus principales riquezas, el guano, no estaba dando los resultados económicos esperados. Esa era la noticia que comunicó al país el entonces presidente del Perú, Mariano Ignacio Prado. Eran los primeros años de la década de 1870.
La solución estaba más al sur, en la actual región de Tarapacá e incluso más al sur, en el caliche del desierto de Atacama. Para ello, Prado procuró aumentar la presencia del Estado en la propiedad de las empresas salitreras, en mayoría de manos privadas. Por otro lado, su vecino, Bolivia, también tenía intereses en la zona, en concreto en el litoral de Antofagasta, ciudad poblada a partir de 1866 por un chileno, el cateador Juan López.
Es que Chile ya había comenzado a mirar esa región, por entonces territorio boliviano. Por ello no es de extrañar que hubiesen capitales nacionales en el sector, como la Compañía Chilena de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta. En esos primeros años de la década de 1870 la economía chilena comenzaba a transitar hacia la modernización de la mano de un ciclo primario exportador, que había tenido su primer auge en la zona de Atacama. Pero las exploraciones continuaron algunos kilómetros más al norte, aprovechando la difusa frontera chileno-boliviana, que se delimitó en sendos tratados en 1866 y 1874.
Por ello es que la presencia chilena en la zona no era menor, y había comenzado un poco antes, en 1870, con el descubrimiento del rico yacimiento minero de Caracoles. “Fue la puerta de entrada de los chilenos al territorio boliviano -explica a Culto Milton Godoy, doctor en Historia e investigador del Museo regional de Atacama-. Allí circulaban periódicos chilenos, existía la escuela José Victorino Lastarria y la celebración del 18 de septiembre antes de la guerra era una fiesta que no tenía nada que envidiarle a las celebradas al interior del territorio chileno”.
Así, viendo amenazados sus intereses, el 6 de febrero de 1873 Perú y Bolivia procuraron firmar un trato que los aliaba de manera secreta, el Tratado Secreto de Alianza Defensiva, el cual fue ratificado por el Congreso peruano el 22 de abril de 1873. “Por un lado, Bolivia veía que los intereses comerciales en su territorio iban en constante aumento, sobre todo en la zona del altiplano e instituciones financieras, que pensó que en algún momento nuestro país se le podría abrir el apetito e invadir territorio boliviano. Solo como dato y para que no se preste a equívocos, la inversión chilena en la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta equivalía a solo el 7.43% del total de lo invertido en Bolivia”, explica a Culto el historiador Rafael Mellafe, especialista en la Guerra del Pacífico.
“Por su parte, Perú, que deseaba hacerse del control total de la producción salitrera de la región, no veía mal la alianza con Bolivia para frenar una posible expansión chilena en Antofagasta. En otras palabras, era una suerte de seguro de que el Perú podía seguir expandiendo sus inversiones salitreras en territorio boliviano sin temor a un ‘contratiempo’”, añade Mellafe.
Un tratado (no tan) secreto
¿Qué tan secreto era efectivamente este tratado entre Perú y Bolivia? Responde Mellafe: “Si bien es cierto el título oficial del tratado es Tratado de Alianza Defensiva, el artículo adicional reza: - El presente tratado de alianza defensiva entre Bolivia y el Perú, se conservará secreto mientras las dos altas partes contratantes de común acuerdo no estimen necesaria su publicación.” (El texto del tratado está en La Guerra del Pacífico: De Antofagasta a Tarapacá, de Gonzalo Bulnes).
“Esto significa que el tratado era conocido, pero no oficialmente. Es decir, era un fuerte rumor. ¿Cómo se supo?, hay dos versiones que incluso pueden ser complementarias. Una dice que los aliados intentaron gestionar el ingreso de Brasil al Tratado (que no prosperó) y en esa oportunidad el gobierno del emperador brasilero Pedro II nos habría ‘entregado’ sutilmente una copia”.
“La otra versión indica que el ministro de Chile en Lima, Joaquín Godoy supo de la existencia de dicho documento por la infidencia (o quizás no tanto) de un importante personaje de la aristocracia limeña. Una tercera vía indica que el tratado tuvo que ser ratificado por el congreso peruano el 22 de abril de 1873 y como es fácil de suponer, esas sesiones son altamente permeables, por muy secretas que se intentasen hacer. Como fuere, Chile estaba enterado, no en forma oficial, del tratado y por lo mismo no podía hacer uso de ese argumento”.
Para Mellafe, el objetivo del tratado era claramente cuidarse ante la expansión chilena. “Creo que lo expresado anteriormente refleja cual era la posición oficial de los países firmantes al respecto, pero me asalta una gran duda. Si el objetivo del Tratado era amedrentar a Chile para que no nos ‘entusiasmásemos’ con avanzar hacia el norte ¿Por qué se mantuvo en secreto?, lo lógico hubiese sido mostrar a los 4 vientos el tratado como una disuasión concreta. Raro, ¿no? Pienso que era una manera de sentirse seguros ante una posible amenaza de una ‘tercera potencia’ (claramente esa no era Australia)”.
Pero no solo Brasil fue sondeado, también hubo una seria opción de que Argentina se incorporase como firmante. Por entonces, Chile y la nación trasandina sostenía negociaciones y conversaciones por los territorios del sur, concretamente, por la Patagonia Oriental. Incluso, la Cámara de Diputados del país vecino aprobó en 1873 la adhesión al Pacto Perú-Bolivia, pero el Senado lo rechazó en 1874, quedando en nada.
“Efectivamente hubo un serio intento de incorporar a la Argentina y Brasil al tratado -señala Mellafe-. Aunque muchos textos indiquen lo contrario, la incorporación de la Argentina fue una idea fallida ya que Bolivia y Argentina tenían serias diferencias fronterizas en la región de Tarija y en la Puna de Atacama, veían a Bolivia como un país desordenado con un ejército pequeño y mal organizado que poco y nada podría aportar en un posible conflicto. Por su parte, el Perú consideraba que los problemas limítrofes de Chile con Argentina al sur del cono sur sudamericano, no le eran atingentes y estaban muy lejos de sus fronteras.
“Brasil fue más claro y simple. No le interesó por la ‘razón oficial’ de que no veía el beneficio de ser parte de esa alianza y la ‘no oficial’ de querer buscar una salida al Pacífico que obligatoriamente debía pasar por encima de Bolivia o Perú”.
Como fuere. La guerra fue inminente. En febrero de 1878, la Asamblea Nacional de Bolivia aprobó un nuevo impuesto de 10 centavos por quintal de salitre exportado, pese a que el tratado de 1874 lo prohibía. “Perjudicaba los intereses de la Compañía de Salitres y Ferrocarriles de Antofagasta, constituida en la única empresa que allí operaba”, señala Milton Godoy.
De inmediato, en Chile se encendieron las alarmas y comenzaron las tirantes gestiones con Bolivia para revertir la medida. Sin embargo, Hilarión Daza se mantuvo inflexible y ordenó ejecutar el cobro. Como la firma se negó a pagar, el gobierno boliviano ordenó la confiscación de los bienes de la empresa y rematarlos en subasta pública el 14 de febrero de 1879, con el fin de recaudar los impuestos generados desde febrero de 1878. Sin embargo, ese día Chile ocupó la ciudad para impedir el remate.
Luego, Chile exigió la neutralidad del Perú, pero su gobierno, viéndose compelido por el tratado, reconoció públicamente su existencia el 20 de marzo de 1879. Por ello, Chile declaró la guerra a Bolivia y Perú el 5 de abril de 1879; a Bolivia por el incumplimiento del tratado de 1874, y al Perú por no declararse neutral. Era el comienzo del conflicto que concluyó en 1884.