Francis Ford Coppola lo quería. Los ejecutivos de la película, no. Casi toda la realización de El Padrino (1972) fue una tarea titánica, colmada de gallitos y reveses de diversa naturaleza, pero el fichaje de Al Pacino –el escogido por el director para encarnar a Michael Corleone– fue uno de los mayores motivos de tensión en la película basada en la novela de Mario Puzo.
Al final, pese al interés de los productores por contar en el papel con una figura más conocida, se impuso el criterio del cineasta y fundador de American Zoetrope. El intérprete terminó repitiendo su rol en El Padrino II (1974), disipando toda duda en torno a sus capacidades y obteniendo su tercera nominación a los Premios Oscar en igual número de años (la otra candidatura fue por Serpico).
Mientras atravesaba la mitad de sus 30, Alfredo James Pacino también era un actor muy activo en la escena teatral de Nueva York. Allí fue donde lo descubrió Coppola a comienzos de los 70 y donde volvió tras el reconocimiento que desató su segunda encarnación del hijo de Vito Corleone.
“En Estados Unidos, Al Pacino es el actor que parece acercarse más a la fluidez del Sr. (Albert) Finney, contraponiendo películas rentables con un trabajo teatral gratificante”, advirtió un reportaje de The New York Times de enero de 1975.
En la otra costa del país, George Lucas lidiaba con los múltiples desafíos de la escritura y rodaje de Star Wars. El cineasta creó su propia compañía de efectos visuales (Industrial Light & Magic) y desplazó a un gran contingente de actores y técnicos a Túnez y a los estudios Elstree, en Inglaterra, para rodar una cinta que no tenía el éxito garantizado.
Uno de sus grandes retos consistió en encontrar al intérprete idóneo para asumir el papel del contrabandista e interés amoroso de la princesa de la historia. Han Solo no era exactamente un héroe (ese mote la caía mejor a Luke Skywalker), pero debía reunir atributos suficientes para ganarse la simpatía de Leia y del espectador. Una balance complejo que no muchos estaban dispuestos a aceptar.
Pacino fue uno de los aspirantes. “Era mío, pero no entendí el guión”, confesó en 2013 en Londres, en medio de un evento llamado An Evening With Pacino, donde también tildó a la trilogía de El Padrino como “una historia larga, terrible y agotadora”.
Y volvió a repasar el episodio hace unos días en Nueva York. Protagonista de una charla en el centro cultural The 92nd Street Y, señaló: “Yo era el chico nuevo del barrio, ya sabes, lo que sucede cuando te vuelves famoso por primera vez. Es como: ‘Pásaselo a Al’. Me pasarían a la Reina Isabel para que la interpretara”.
“Me pasaron un guión llamado Star Wars. Me ofrecieron mucho dinero. No lo entendí. Lo leí. Así que dije que no podía hacerlo. Le di una carrera a Harrison Ford”, agregó, apuntando con un dejo de humor a su colega, quien efectivamente experimentó un alza después del estreno de la película de 1977 y de sus secuelas.
El intérprete de Tarde de perros (1975) ya estaba consolidado en el medio y no necesitaba correr el riesgo de comprometerse con un proyecto que pocos confiaban tuviera éxito y nadie se atrevía a pronosticar pudiera convertirse en un fenómeno mundial.
Intentar visualizarlo en la piel de Han Solo es una imagen un tanto extraña, en parte porque Ford se adueñó del rol con un desparpajo y seguridad inolvidables. Y en parte porque el curso de la trayectoria de Pacino habría sido demasiado diferente si hubiera respondido afirmativamente a la oferta de Lucas.
Debido a sus compromisos con la saga, tal vez no habría podido filmar Justicia para todos (1979), el drama judicial que le reportó la quinta nominación a los Premios de la Academia (el triunfo llegaría recién en 1993). Y quizá tampoco habría tenido espacio en la agenda para rodar su película más “gratificante”, según dijo en el evento en Nueva York: Caracortada (1983). Y pensar en Tony Montana sin Pacino es tan disparatado como imaginar el Halcón Milenario sin la conducción de Harrison Ford.