Tiene el mismo tono algo pausado que tenía Julio Cortázar al hablar, y un castellano salpicado del acento neoyorkino con algunos giros propios del habla porteña. Es que si bien Hernán Díaz (50) nació en Buenos Aires, la mayor parte de su vida la ha hecho en el extranjero, en Suecia (donde llegó por el exilio de sus padres), luego Londres y Nueva York. Y es precisamente la Gran Manzana el telón de fondo de su novela Fortuna, acaso el libro del momento y que lo tiene encumbrado como el gran nombre de la literatura latinoamericana en estos días.
Publicado en nuestra lengua por Anagrama, fue escrita originalmente en inglés y traducida al castellano. En sus páginas cuenta en cuatro voces y formatos diferentes la historia del multimillonario Andrew Bevel, quien de alguna forma liga su vida a la de la Nueva York. Y fue justamente la ciudad del río Hudson el tema que tocó en la charla que ofreció el pasado jueves 20 en el ciclo La ciudad y las palabras, que organiza el Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica y con Culto como media partner, en que presentó la novela ante un repleto auditorio Fernando Castillo Velasco, del Campus Lo Contador.
Con el amor que le profesa a la lengua inglesa, Díaz comenta que a la hora de nombrar la ciudad siempre lo hace en la versión anglo. “Una de las cualidades de New York es que tiene la estructura de una novela, esto acaso sea cierto de todas las grandes ciudades, pero tras un cuarto de siglo en New York esta es la novela que mejor conozco. Creo que hay algo en esta ciudad que invita a la ficción. Son muchas las tramas que se intersectan en New York, diferentes narrativas coloniales -de los holandeses a los ingleses-, diferentes corrientes migratorias, el vértigo de la modernidad, la bohemia, las vanguardias sintéticas y tal vez, ante todo, el dinero. Durante el siglo XX, New York fue la capital del capital”.
Díaz señala que en el relato clásico de la ciudad, los nativos originales están totalmente borrados, porque las clases privilegiadas -quienes finalmente escogen lo que cuentan- son inmigrantes. Sin embargo, hay un detalle en el que el autor hizo referencia a uno de los temas fundamentales de la sociedad estadounidense. La familia Bevel hizo su fortuna en base al negocio del tabaco.
“No es casual, remite de un modo muy directo a la esclavitud. Y esta es la alusión tácita y velada a controlar todos los aspectos de la producción. Es imposible hablar de la modernización de los Estados Unidos sin hablar de la esclavitud y de la expropiación originaria. Fue muy difícil hablar de la esclavitud en la novela porque los documentos de los 4 libros están escritos entre 1920 y 1980 por autores blancos. Tuve que encontrar un modo más o menos natural de hacerlo, traté de señalar de un modo muy claro la ausencia de ese tema, que es lo que uno nota cuando lee literatura de este período”.
Además, en la novela Díaz mezcló personajes ficcionales con históricos, que sí existieron. “Aparece un tal Ogden Codman, era un arquitecto muy famoso, trabajó principalmente para la aristocracia norteamericana como Rockefeller. Varios de sus edificios pueden verse en New York, y sobre todo, era un famoso decorador de interiores. Y acaso en última instancia, su lugar en la historia proviene de un libro, The decoration of houses, que escribió junto a Edith Wharton. Curiosamente ese fue el primer libro de Wharton, eso nos dice mucho de lugar de las mujeres en el campo literario de los Estados Unidos en aquel momento. En sus memorias, ella cuenta que su familia -de altísima alcurnia- la desalentaban a escribir. Resulta sorprendente que su punto de entrada al mundo de los libros haya sido este tema ‘femenino’”.
Para armar la voz de la segunda parte, las memorias de Andrew Bevel -y tal como lo comentó en charla con Culto- Díaz se basó en las memorias de otros magnates como Andrew Carnegie, Henry Ford, Thomas Mellon, Theodore Roosevelt, Calvin Coolidge, y Ulysses S. Grant, los tres últimos también fueron presidentes de los Estados Unidos. Al leer esos textos, Díaz señala que los encontró “indigeribles”.
¿Por qué indigeribles?, le consultamos: “Si alguna vez leíste una autobiografía de un prohombre la respuesta está ahí, es esta cosa autocongratulatoria. En inglés hay una palabra que lo dice todo: el mansplaining, también hay otra, el manspreading, cuando un hombre en un autobús se sienta con las piernas extendidas ocupando todo el espacio. Eso es lo que siento leyendo este tipo de libros. Es un hombre corpulento, sentado, ocupando todo el espacio retórico e histórico. De esos libros, el único que me gustó fue el Grant, que resultó ser un gran escritor. Tenía cáncer de garganta, su presidencia terminó en medio de un escándalo de corrupción. No tenía un centavo y tuvo que escribir ese libro para pagar las cuentas”.
Por otro lado, la tercera parte de la novela, relatada por Ida Parteza, da cuenta de otro aspecto de la ciudad, la presencia de italianos, concentrada en Brooklyn. “Es una zona totalmente italiana, es una parte cercana al puerto. Hasta hoy sobreviven negocios y centros comunitarios de esa época. La inmigración italiana a comienzos del siglo XX fue el mayor movimiento migratorio de la humanidad hasta ese momento. El racismo contra los italianos fue feroz, hubo una fuerte discriminación, además hubo violencia contra esa comunidad, desde persecuciones hasta linchamientos públicos”.
“La policía se enardeció particularmente con estos italianos de piel oscura. Gran parte de esta discriminación provino del hecho de que estos inmigrantes eran sindicalistas, socialistas, comunistas y anarquistas. Este fue el único momento en los Estados Unidos hubo una posibilidad real de construir un movimiento de izquierda impulsado por los italianos. Esto nunca sucedió porque todas las huelgas fueron reprimidas por una violencia asesina”. De hecho, el padre de Ida Partenza es justamente un anarquista italiano en el otoño de su vida.
También pasaron menciones a los rascacielos y a las mansiones, que aún se pueden ver en la ciudad. Destaca la del industrial Henry Clay Frick, cuya mansión, inspiró la de Bevel. “Los rascacielos son monumentos al capital, pero en New York hay fastuosas residencias privadas que son el equivalente a los palacios europeos. Entrar en la mansión Bevel implica abrir las puertas de la memoria”.