Es desde hace un tiempo la artista más codiciada del planeta. Sus canciones narradas a la usanza de un diario de vida, sus melodías de cuidada factura, su protagonismo en redes digitales y sus récords en todos los formatos posibles –entre muchos otros aspectos- la han convertido en la cantautora más representativa de nuestra era.
Por lo mismo, promotores de todo el mundo se han lanzado desde hace meses en una carrera por llevar la última gira de Taylor Swift, The Eras Tour –ya iniciada el 17 de marzo en Glendale, Estados Unidos- a sus respectivos países. El éxito, claro, está timbrado y garantizado.
Y Latinoamérica no es la excepción. Diversas compañías del continente han iniciado negociaciones para que la originaria de Pensilvania pueda materializar su primera gran gira por la región, apostando a su enorme popularidad y a que cuenta con un numeroso culto de “swifties” que perfectamente podrían hacerla repletar estadios con capacidad multitudinaria.
Se ha apostado por ella incluso tomando en cuenta su abultada tarifa: según pudo saber Culto con distintas fuentes de la industria, la norteamericana cobra más de US$ 2 millones por cada una de sus presentaciones.
Frente a eso, distintos países del cono sur han presentado ofertas para traer el espectáculo. Sin embargo, las negociaciones han sido complejas y se han entrampado en el último tiempo.
Los representantes de la voz de Shake it off -agrupados en la firma AEG Presents- ya han comunicado en esas conversaciones que hasta ahora no existe opción de que The Eras Tour pueda extenderse de manera masiva por Latinoamérica. En un principio, sólo México y Brasil podrían ser alternativas viables. En rigor, son las únicas dos naciones que la artista ya ha visitado: en 2011 se presentó en un crucero en Cozumel, México, mientras que un año después pasó por Río de Janeiro.
Hasta ahora, Chile está descartado del recorrido. La razón principal apunta a que la autora no quiere seguir prolongando de modo extenso su periplo, el que culmina el 9 de agosto en Inglewood, California.
También hay razones más estructurales. El escenario que despliega en cada uno de sus actuales conciertos es colosal y sólo podría levantarse en un reducto como el Estadio Nacional. Como el coliseo de Ñuñoa está en reparaciones con miras a los Juegos Panamericanos 2023, no se puede utilizar en lo inmediato, por lo que sólo queda como opción el Estadio Monumental, de otras dimensiones y que técnicamente puede hacer más engorrosa la instalación del montaje.
Un aparataje expandido en tres escenarios conectados mediante una rampa: el principal con una pantalla led gigante y curveada, el de en medio con forma romboidal, y el tercero establecido a mitad del recinto en forma de T. Las tres estructuras juntas forman una estructura hidráulica bautizada como “hiperactiva”, con los escenarios principal y terciario equipados con bloques móviles que surgen del piso para generar plataformas de distintos tamaños. La producción de la gira está fuertemente inspirada en las piezas escénicas de Broadway, contando además con pirotecnia, brazaletes LED para los asistentes y proyecciones digitales masivas.
Otro aspecto que hace difícil su desembarco en Sudamérica es el alto precio que cobra por cada concierto. En algunos mercados puntuales, su tarifa es calificada como “inviable” y “excesiva”, y sólo podría ser posible cobrando altísimos valores por sus entradas. Frente a ello, hay países que no podrían financiarla. Entonces, de no hacer una gira con varias paradas en el continente, su venida a la región sería financieramente imposible.
En lo concreto, al parecer a Swift le basta con la vida estadounidense de su actual gira de 52 fechas. Cuando culmine en agosto –y según estimaciones de Forbes-, habrá ganado US$ 591 millones sólo en venta de entradas, un 71% más que su último tour de 2018, Reputation, que acumuló US$ 345 millones por el mismo ítem. Ello podría transformarla en la gira de conciertos más taquillera de la historia. Y, de paso, casi seguro que convertirá a Swift en multimillonaria.
En lo musical, lo que sucede bajo los focos y sobre el escenario, la puesta en escena es igual de voluminosa: la cantante ofrece una performance de 44 canciones, en tres horas que sintetizan 17 años de carrera y donde ejecuta 13 cambios de look. El recital está dividido en bloques según los nombres de sus álbumes, comenzando con los temas de Lover (2019), para rematar en su última entrega, Midnights, de 2022.
¿Podrán alguna vez los “swifties” chilenos ver todo eso en Santiago en 2023? Por ahora está difícil. La opción se ve lejana y compleja de materializar.