Gemita Bueno y el cura Jolo: cómo son los retratos de los protagonistas del caso Spiniak en la película Blanquita

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Dirigida y escrita por Fernando Guzzoni, la cinta presenta la historia de una joven de 18 años de un hogar de acogida que acusa a empresarios y políticos de participar en fiestas sexuales con niños. Según la óptica de su director, “una heroína con doble moral que es una suerte de voz de los sin voz”.


Fernando Guzzoni (1983) estudió en detalle el caso Spiniak e incluso accedió al expediente judicial, pero eligió saltarse un paso casi siempre obligado de los filmes aparejados con hechos y personas puntuales. Blanquita, la película que dirigió y escribió a partir del caso Spiniak, no comienza aclarando que está “basada en hechos reales”, un descargo que se reserva para el final del largometraje.

“Fue algo bien consciente. Pensaba que si lo ponía al inicio tal vez podía establecer un posicionamiento previo del espectador hacia al relato”, explica a Culto el cineasta de Carne de perro (2012) y Jesús (2016). “Me gustaba la idea de construir una ficción sin que el viaje estuviese alterado por un elemento de esa naturaleza”.

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Desde que fue premiada en el último Festival de Venecia, en septiembre pasado, la cinta ha tenido un destacado recorrido por certámenes internacionales, pero sólo ahora, que llega a la cartelera local, se multiplicarán los análisis en torno a su relación con los sucesos que la inspiraron, el caso que en el 2003 involucró denuncias de estupro y prostitución infantil en contra de empresarios y políticos.

Ambientado en un Chile actual, el filme presenta a Blanquita (Laura López), una joven de 18 años que acaba de regresar al hogar de acogida en el que estuvo hasta los 14. En su vuelta, ahora con un hijo recién nacido, acusa a empresarios y políticos de participar en fiestas sexuales con niños, y cuenta con el apoyo irrestricto de Manuel (Alejandro Goic), el sacerdote de la institución.

Guzzoni llama a la protagonista “una heroína con doble moral que es una suerte de voz de los sin voz”, en cuanto a que no sólo proporciona su propio testimonio a la justicia, sino que defiende (y se apropia) del relato de otros jóvenes con daño neurológico, y a que su versión de los hechos va adquiriendo fisuras a medida que la historia avanza. “El centro de gravedad de la película tiene que ver con la tensión entre la verdad y la mentira, construida a partir de un relato”, señala el realizador.

Y continúa: “No sabemos si el personaje efectivamente está mintiendo, o si es una vocera de estos niños, que serían las verdaderas víctimas, o si está viviendo un proceso postraumático y en alguna medida esta articulando su propia biografía. La idea era jugar con ese mecanismo, en vez de dar pistas tan pedagógicas desde el comienzo”.

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Guiado por su predilección por “entregarles a los actores todas las herramientas posibles y pensar los personajes en conjunto”, el director le compartió el expediente judicial a Laura López. De ese documento –de testimonios, peritajes e interrogatorios– la cinta extrae algunos pasajes sin realizar mayores ajustes.

“Al conocer los detalles, te vas dando cuenta de la profundidad del caso: las personas que estaban involucradas, cómo funcionaban las redes de prostitución de niños. Eso está expuesto en la película, pero revisar ese material te permite entender la dimensión del caso y de otras cosas que no tuvieron tanta repercusión como la denuncia de Gemita Bueno”, afirma la actriz.

Acogiéndose a que su rol era una versión ficticia de la denunciante, no se preparó pensando en mimetizarse con ella. Tampoco buscó revisar los archivos audiovisuales de la época, en parte porque ese material prácticamente no está disponible en internet.

A la larga, eso le otorgó cierta libertad para aproximarse a un papel de múltiples y complejas aristas. “Utilizando la mentira, decide llegar hasta el final con una verdad y se enfrenta a todos con tal de defender a los que no tienen voz. En algún punto, siento que es una heroína, porque lo que está haciendo es absolutamente valiente y difícil”, sostiene.

El largometraje divide el punto de vista entre la adolescente y el clérigo. Este último, una especie de símil del entonces sacerdote José Luis Artiagoitía –conocido como el cura Jolo–, se bate muchas en solitario con las otras figuras de la trama, que incluye a una jueza (Daniela Ramírez), una diputada que ayuda a destapar las acusaciones (Amparo Noguera) y un cardenal (Jaime Vadell).

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En otra decisión clave, Guzzoni omite incluir flashbacks que expliciten las denuncias del personaje principal. “Me parecía revictimizante y morboso. Consideré que era más interesante plantearlo desde un fuera de campo, que no deja de ser terrible, y desde los relatos que los niños se comparten”, detalla. Coincide su actriz, quien opina que “la densidad de Blanquita no está tanto en las imágenes, sino que más bien en las imágenes que se crean a través del relato”.

Guzzoni también prescindió de incluir la trama que involucró al juez Daniel Calvo, retirado del caso luego de que se expusiera que frecuentaba un sauna. “Todo lo relativo al juez Calvo tenía un sesgo muy homofóbico”, indica. “Solo deslizarlo implicaba volver a posicionarse desde ese sesgo homofóbico, aunque hubiera un no juicio, entonces decidí no establecer esa figura”, apunta.

En última instancia, su interés estaba en otro lugar. “Me parecía que uno de los elementos fundantes de este caso era el sesgo de género y clases que existe en cómo opera la justicia. Eso ocurrió con todos los niños que fueron víctimas de esta red de explotación infantil. Nadie se acordó de ellos ni les hizo un seguimiento”, concluye.

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