Emmanuel Carrère está de vuelta. Lejos del introspectivo y atormentado narrador de sí mismo que leímos en Yoga (2021) ahora retoma la escritura de no-ficción pero sin ponerse como personaje central. Más bien, lo que vemos es su particular mirada de las cosas, y con un afinado sentido de cuándo tiene que pasar la posta.
V13 Crónica judicial, se llama su nuevo libro, publicado en castellano por Anagrama. En sus páginas, aborda el juicio a 20 acusados por los atentados terroristas que el viernes 13 de noviembre de 2015 asolaron a París. En la ocasión, un comando del Estado Islámico hizo detonar a tres atacantes suicidas en las afueras del Estadio de Francia, cuando la selección local jugaba un partido; luego, un comando descargó balazos contra personas que se encontraban departiendo en las terrazas de unos bares; y además, un grupo irrumpió en el Teatro Bataclan en medio del show de la banda Eagles of Death Metal disparando al público y haciendo detonar a dos atacantes suicidas. Resultado: 130 muertos.
“Los nueve miembros del comando que mataron a 130 personas en el Stade de France, en el Bataclan y en las terrazas del este de París están todos muertos”, señala Carrére, por ello, quienes fueron llevados a juicio son cómplices que estaban más o menos involucrados en el asunto.
De todos los acusados, había uno que llamaba la atención: Salah Abdeslam, quien ese día debía hacerse estallar como extremista suicida, pero no lo hizo. ¿Por qué? No haremos spoiler, pero en el libro Carrère detalla qué fue lo que ocurrió para que alguien que debía estar muerto, finalmente no lo estuviera.
La magnitud de lo que se juzgaba no dejó indiferente a Carrère, quien de mutu propio decidió asistir a las audiencias y realizar una serie de despachos para el periódico francés L’Ob, y estas fueron las que finalmente se recopilaron y se llevaron a formato libro. “Soy un escritor al que nadie le ha pedido nada y que, como dicen los psicoanalistas, solo persigue satisfacer su deseo”, confiesa. Además, lo motivaron tanto el hecho de que el juicio era algo inédito, como su habitual interés en el tema de las religiones, que desarrolló en su libro El Reino. “Me interesan…sus mutaciones patológicas, y este interrogante: ¿dónde empieza la patología?, Cuando se trata de Dios, ¿dónde empieza la locura?”.
En un relato ágil y por momentos trepidante, Carrère va contando las cosas siempre hacia adelante, tal como las fue viendo semana a semana. Por eso es que abre con los conmovedores testimonios de las víctimas. En su mayoría, padres que perdieron a sus hijos. Sin hacer transcripciones íntegras de las declaraciones, lo que hace Carrère es ir narrativizando los hechos, incluso tejiendo los nexos cuando ocurren. Uno muy llamativo es el del padre de una de las víctimas que escribió un libro conjunto con el padre de uno de los terroristas, en algo que por supuesto fue bastante cuestionado. También está un padre que pide que se reconozca a su hijo como la víctima 131. Si bien, el joven sobrevivió a la matanza en el Teatro Bataclan, lo cierto es que mentalmente no quedó bien, y eso lo llevó a suicidare. O una chica que aseguró ser víctima, pero luego se descubrió que mentía.
Luego pasan los interrogatorios a los acusados. Carrère cuenta cómo jóvenes europeos sin esperanzas de lograr mayores cosas en la vida de repente se ven entusiasmados por enrolarse en las filas del Estado Islámico, que les ofrece un nuevo pasar. Claro que con fecha de vencimiento, porque la promesa de felicidad está más allá, al otro lado de la vida. Es la verja a la que solo se llega muriendo en combate.
Carrère se refirió hace poco a su experiencia sentado en aquel juicio. “Escuchar aquel coro de experiencias humanas extremas, de sufrimiento, de piedad, de terror modifica algo en tu sensibilidad -dijo en declaraciones recogidas por El País-. Pienso que más bien vuelve vulnerable que fuerte. No salimos igual de aquella caja que como entramos”.
En este caso, la realidad es lo suficientemente pesada como para que diga las cosas por sí sola, y se plasmen en el papel al estilo de Carrère. Por eso es que no pensó en hacer algo ficcionado, como una novela histórica. Así lo comentó en diciembre de 2015 en Chile, cuando vino invitado al ciclo La Ciudad y las Palabras, que organizan la Universidad Católica y La Tercera, poco tiempo después de los atentados.
“Creo que está totalmente fuera de mis límites. No es por una cuestión moral, ni creo que esté prohibido hacer algo así. Simplemente queda demasiado lejos de mi propia experiencia. Tanto con el asesino múltiple Jean-Claude Romand como con el aventurero de tendencia fascista Limónov, tengo, a pesar de todo, ciertas afinidades. Algo en mí hace que los rechace, pero a la vez los comprendo. Es como si fuese un aspecto de mí mismo que existiese y que de repente tomase una forma exacerbada en la realidad. Digamos que encuentro un eco que me permite trabajar. Con un terrorista, no. Podría ocurrir que en algún momento conociese a alguien que se haya sentido tentado por ese destino y que estuviese suficientemente preparado para tener esta especie de intimidad. Por ahora es algo que se encuentra totalmente fuera de mi campo de experiencia. Todos somos así. James Ellroy se la pasa escribiendo sobre asesinos en serie porque su madre fue asesinada por uno; sabe entonces de lo que habla. Yo no sabría decir nada sobre un asesino en serie ni sobre un yihadista”.