La carta es del 29 de abril de 1956, y quien se puso frente a la roñosa máquina de escribir fue la autora estadounidense Sylvia Plath, y la carta se la dirigió a su mamá, Aurelia Schober. Por esos años, pasaba por los primeros tiempos de su matrimonio con el escritor Ted Hughes, cuando todo era luminoso. A ella se dirige como “Mi muy querida y maravillosa madre”.
“Estoy tan repleta de amor y alegría que apenas puedo parar ni un minuto de bailar, escribir poemas, cocinar y vivir. Duermo ocho horas escasas por las noches y me levanto alegremente con el sol. Bajo mi ventana veo ahora nuestro huerto con un cerezo rosado en plena floración, lleno de tordos que trinan, justo debajo”.
“He escrito los siete mejores poemas, junto a los cuales el resto parecen balbuceos infantiles. Cada día aprendo a utilizar nuevas palabras y mi manera de utilizarlas es más ebria que la de Dylan (Thomas), más de dura que la de Hopkins, más joven que la de Yeats. Ted me lee con su potente voz y es mi mejor crítico, como yo lo soy de él”.
Y en otra esquela, la autora de La campana de cristal le dice: “La razón por la que ahora debes estar tranquila y no preocuparte por mi airoso cambio es que he aprendido a crecer en la vida a base de tolerar los conflictos, las penas y los sufrimientos. Ahora no les temo y acepto cualquier prueba con la firme convicción de que la vida es buena y con una canción de alegría en los labios.
También nos encontramos con la siempre intensa pluma de Alejandra Pizarnik. La poeta trasandina le escribió a su madre, Rejzla Bromiker, durante su estancia en París, entre 1960 y 1964. En ellas no firma como Alejandra sino con el apodo con la que la conocían sus cercanos: Buma.
“De mi visita a Buenos Aires conversaremos con tiempo, pues aún faltan muchos meses. Lo único, que no deseo ir sin pasaje de retorno en la mano, porque como les decía en mi última carta, no puedo volverme ya definitivamente -es muy importante, en todo sentido, continuar para mí en París; más que importante es primordial y me haría un efecto catastrófico cortar bruscamente este lento crecimiento que se inició en mi desde que llegué”.
En octubre de 1969 le mandó una muy breve misiva y muy poética. “A mamá querida: 1.000 pensamientos de felicidad y que siempre arda dentro de ella un buen fuego. Bumita”.
El poeta chileno Vicente Huidobro siempre tuvo un vínculo cercano con su madre, María Luisa Fernández, amén del apoyo económico que esta le entregaba. Desde París, el 7 de abril de 1932, le escribió a su “Mamacita adorada”.
“En qué maravillosa inconsciencia viven ustedes en Chile. Lo único que ahora puedo decirle es que no se olvide que desde el año 1929 le he dicho y repetido en diferentes cartas que pusieran un poco de dinero en Europa y se compraran una tierrecita en cualquiera parte aislada del mundo. Cuando llegue el momento y sea tarde no me diga que no le advertí o que no recibió mis cartas, pues fueron muchas y guardo copia de ellas”.
“En cuanto al asunto de mi mensualidad, no he recibido un céntimo por este mes de abril y el banco no quiere pagarme ni prestarme nada. Tampoco he recibido los mil francos que dice me envió por barco y como Ud. tiene la manía de no fechar sus cartas, no puedo reclamar pues no sé cuándo o más o menos salió de Chile la carta que me anuncia como recién enviada”.
La pintora mexicana Frida Kahlo también tenía la costumbre de la escritura. Durante los años en que vivió junto a Diego Rivera en los Estados Unidos, en las ciudades de San Francisco y Nueva York. A su madre, Matilde Calderón, le escribe con una ternura poco vista dado su público carácter de fuego. De hecho, se dirige a ella como “Mamacita linda”.
El 10 de noviembre de 1930 le escribe: “Ayer, al llegar, te escribí una cartita muy chiquita que ya has de haber recibido, pero en esta te contaré con más detalles el viaje y todo. El tren se retardó siete horas y media, así es que en Guadalajara nos tuvimos que quedar mucho tiempo y pude conocer toda la ciudad, el museo, las iglesias, todo lo más importante. Comimos allí y a las seis y media salimos para Nogales, Sonora”.
En las cartas, la mexicana demostró que aparte de tener habilidad con la pintura, era una magnífica escritora: “Los Ángeles me encantó, lo mismo que a Diego, pues es una ciudad que está en un lugar maravilloso y tiene edificios bastante buenos. La playa es magnífica, pero todas las gringas son horrorosas. Los artistas de cine valen puro sorbete”.
El 12 de febrero de 1931 le mandó otra carta, y en su parte final le habló directo: “Oye linda, dile a Cristi que trate bien al viejo Hale, pues quiero que me compre un cuadro. De cuando en cuando escríbeme, no seas malita. No te imaginas el gusto tan grande que me dan tus cartitas”.
“Mamacita chula, no dejes de hacer lo que te digo, cuídate mucho. No te quedes solita mucho tiempo y procura salir los domingos a divertirte, aunque sea el mugroso cine del pueblo, pues si no te aburres mucho”.
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