Como solía hacer, María de la Luz Savagnac fue a ver a Nemesio Antúnez a su casa, en la calle Carlos Casanueva, en pleno barrio Pedro de Valdivia Norte. En los primeros meses de 1993, el señero pintor se encontraba luchando con un cáncer, pero no perdía su buena actitud ante la vida. “Tenía un muy buen sentido del humor -recuerda Savagnac al teléfono con Culto-. Le comenté que se veía con muy buen aspecto, y él me dijo: ‘¡Pero si no estoy enfermo del aspecto!’”.
Si bien el cáncer lo tenía complicado desde hace años, lo cierto es que desde el retorno a la democracia Nemesio Antúnez Zañartu venía realizado una intensa labor. Asumió como director del Museo Nacional de Bellas Artes, en 1990, convocado por el presidente Patricio Aylwin. Pese a que ya había desempeñado ese rol entre 1969 y 1973 (cuando renunció tras el golpe) en esta nueva ocasión no estaba totalmente convencido de asumir.
Así lo recuerda su hija, Guillermina, en diálogo con Culto. “Me acuerdo que estaba bien conflictuado con la idea de asumir de nuevo como director del Bellas Artes. Estaba entre dos amores, su vida pública y su pintura. No había podido pintar hace tiempo, entonces justo estaba enfocándose en volver al taller. Él quería seguir pintando pero sabía que podía hacer algo con el museo, con la cultura y podía hacerlo bien”.
Arquitecto de profesión y pintor de alma, Nemesio Antúnez fue puntal y creador del Taller 99, instancia donde desarrolló sobre todo el grabado. Ahí creó obras memorables como Tenis, Cama con eco o La mesa. Además se vinculó a otros nombres de las artes visuales chilenas como Roser Bru o Roberto Matta, a quien conocía desde que compartieron aulas en el Colegio de los Padres Franceses (hoy, los Sagrados Corazones de Alameda) y posteriormente en la Escuela de Arquitectura de la UC. En los albores de la “democracia de los acuerdos”, su nombre era sinónimo de trayectoria en el mundo de la cultura. Había sido agregado cultural en Nueva York y también fue director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC).
“¡Entren, no tengan miedo!”
Apenas se había sentado en el sillón de director del Bellas Artes cuando a Nemesio Antúnez le llegó otra llamada, esta vez desde Televisión Nacional de Chile. Le pedían conducir un nuevo programa de televisión, Ojo con el arte, y lo dirigiría María de la Luz Savagnac, quien formaba parte del equipo de producción de la señal estatal desde sus mismos orígenes.
“Durante la dictadura, la premisa máxima de la TV era entretener, por eso es que se hicieron programas como Música libre o El festival de la 1. Pero el objetivo inicial de TVN desde su fundación era también educar e informar. Yo soñaba con hacer un programa de Arte. Cuando asumió Aylwin, llegaron nuevos ejecutivos al Canal, entre ellos Eduardo Tironi. Fui a hablar con él y le comenté mi idea. Le gustó y me respondió: ‘Anda a hablar con Nemesio Antúnez, yo quiero que él sea el animador’”.
Savagnac partió rauda a las dependencias de Antúnez en el Museo de Bellas Artes. Por entonces, contaba 72 años, una edad muy mayor para un conductor de TV pero eso no importó. A diferencia de las dudas que tuvo para asumir la conducción del museo, desde el minuto cero el pintor se embarcó entusiasta con la idea del programa. “Le expliqué de lo que se trataba y me dijo ‘¡Fantástico!’ y me dijo que lo único que quería era desmitificar el Museo, que no era para una elite ilustrada, sino que para toda la gente”.
De hecho, en entrevista con La Tercera, del 22 de abril de 1990 decía: “Quiero un museo y no un mausoleo”. Y agregaba: “Es Europa es habitual, he visto niñitos de colegios, con sus delantales de escolares acompañados de una profesora adentrándose en los museos. Cierto día observé a un grupo sentado frente a un gran cuadro relacionado con la Creación, si no me equivoco. Había allí muchos animales y la profesora les decía que fueran anotando cuántos habían de cada uno. Aprendiendo así, a manera de juego, los niños jamás olvidarán y desarrollarán el gusto por el arte”.
En rigor, Ojo con el arte se trataba de un revival del programa que el mismo Antúnez tuvo entre 1970 y 1971 en Canal 13, claro que era una sección breve dentro del noticiario, no un programa independiente. “Salía con la foto de una obra, pero como la televisión era en blanco y negro tenía que comentar cuáles eran los colores que se debieran ver”, comenta su hija Guillermina. Tras el golpe, Antúnez se exilió y retornó a Chile en 1984. Entre sus labores, retomó Ojo con el arte, pero esta vez como una columna en el diario La Época donde se explayaba sobre la cultura en general.
El programa se propuso ser tanto entretenido como cultural. Comenzó su nuevo ciclo en agosto de 1990. En su primer horario fue ubicado entre las 19.15 y las 20.00 horas de los sábados, justo antes del noticiero central. Competía nada menos que con el sempiterno Sábado Gigante. “A mí no me importaba nada, porque Don Francisco hacía un programa de entretención y nosotros estábamos entregando cultura -recuerda Savagnac-. Nunca tuve que decirle a Nemesio que había que hacer algo masivo, porque él también pensaba así”.
Como conductor, Antúnez demostró tener unas notables dotes comunicativas. “Uno solía decirle a los animadores del canal que no hablaran difícil, que fueran empáticos, que fueran cariñosos con la gente ¡Pero Nemesio lo era! él no tenía que actuar nada, era muy espontáneo”, recuerda Savagnac
El programa se grababa directamente en la casa del mismo Antúnez, en el taller donde pintaba. “En esos años, era habitual ver a animadores estar una hora ensayando y practicando lo que iban a decir, pero Nemesio nunca hizo eso. Simplemente se sentaba con un papelito, un guión, que le servía para saber en qué orden íbamos a ir abordando los temas. Él era tal cual se mostraba, si te lo topabas por la calle o almorzabas con él, era el mismo hombre que salía en el programa”.
De hecho, el primer capítulo de Ojo con el arte comenzó mostrando una exposición que el Museo de Bellas Artes tenía de José Venturelli. En un momento se ve a un entusiasta Nemesio Antúnez ubicado en la entrada de centenario coloso llamando a la gente. Sin miedo al ridículo, lanzó: “¡Vengan todos al Museo de Bellas Artes a ver las exposiciones! ¡vengan a ver a José Venturelli!, ¡Entren, no tengan miedo!”.
Un aspecto muy recordado del programa, hasta hoy, era el singular concurso que se llevaba a cabo. En el primer capítulo Antúnez pidió que los niños enviaran dibujos, y los tres mejores recibirían como premio una carpeta con un bloc y lápices de colores aportada por el auspiciador, la empresa Morgan & Marinetti, que se sumó al espacio “solo porque Nemesio Antúnez era el conductor”, dice Savagnac ¿Resultado? A partir de ahí, la producción se llenó de dibujos hechos por los pequeños de la casa.
“Era impresionante la cantidad de dibujos que llegaron, Nemesio se los quedó todos. A él encantaba tenerlos. Era muy lindo cuando los comentaba -recuerda Savagnac-. Él era feliz mientras más dibujos llegaran, entendía muy bien a los niños”. Con el correr de los capítulos, Antúnez ocupó una pequeña campana que trajo desde su casa para anunciar que venía la sección. “Ahora, niños, ¡recreo!”, decía como un profesor bonachón.
“¡Lo de la campana se le ocurrió a él! -rememora Savagnac-. Él quiso hacerlo porque quería que los niños sintieran la felicidad de la sección, porque era de ellos. Que sintieran la misma felicidad de cuando les llega el recreo en clases”.
Con éxito de rating, y tras la buena evaluación de los ejecutivos, Ojo con el arte tuvo su segunda temporada en TVN en 1991. Esta vez, con otro horario, los lunes después de las noticias. Fue la última, porque un accidente lo cambió todo.
El tramo final
En abril de 1991, el poeta español Rafael Alberti visitó Chile. Su agenda incluía dos actividades principales: un conversatorio en el Centro de Extensión de la Universidad Católica de Chile y una actividad en homenaje a los artistas españoles residentes en Chile, realizada en el Museo Nacional de Bellas Artes. Por ello, como director, Nemesio Antúnez acudió al aeropuerto a buscarlo.
Sin embargo, en el camino, el vehículo donde viajaba el pintor (quien no sabía conducir) fue chocado por otro. Por el impacto, Antúnez resultó con una fractura en el húmero que lo obligó a guardar reposo. El problema fue que a partir de ahí, el artista comenzó un declive. “Tuvo un retroceso en su salud, él había tenido cáncer de colón y después al pulmón -recuerda Guillermina-. Estaba saliendo de eso y otras cosas, pero ahí se debilitó y le vino otro cáncer. Fue una metástasis”.
Por ello, debió dejar de lado el programa. Tampoco pudo volver a pintar, aunque siendo justos, desde que reasumió la dirección del museo y Ojo con el arte, su trabajo artístico quedó al costado del camino. “Pintó muy poco, no tenía tiempo -recuerda Guillermina-. Lo del Taller 99 lo tenía medio frustrado, había conseguido darle una casa propia, que ahora es la Fundación Nemesio Antúnez, y quería dedicarse a ocupar el taller para replicar la experiencia que él tuvo de William Hayter. Ahí estaban todos juntos y aprendían. Pero no lo pudo hacer por estar en el Museo, eso le quitó tiempo para sus proyectos personales. Aunque él ya sabía que estaba en el cierre de la vida”.
El 31 de enero de 1993, oficialmente Nemesio Antúnez dejó su cargo como director del Bellas Artes. El reloj ya le estaba corriendo en reversa. Pese a los dolores de la enfermedad, su ánimo no decayó. “Los 10 años anteriores habían sido difíciles para él en cuanto a temas de salud, por los cánceres. A pesar de eso, siempre fue muy optimista, en la casa nunca hubo un tono de drama ni fatalidad, sino que ‘vamos para adelante’. Era bien positivo. No había un ambiente dramático. De hecho, ahora miro para atrás y me llama la atención, porque estábamos viviendo momentos complicados. Yo tenía 21 años”.
Por idea de sus familiares, Nemesio Antúnez decidió plasmar sus memorias. Para ello, decidió pedir el apoyo de la destacada periodista Patricia Verdugo. La autora de Los Zarpazos del Puma (1989) comenzó a reunirse diariamente con el artista. Charlaban, ella le hacía preguntas, y él le contaba su vida. De esas sesiones nació el libro titulado Conversaciones con Nemesio Antúnez. “El proceso de recordar todo para atrás lo ayudó mucho en el proceso de partida. Siempre estaba tomando notas y trataba de recordar las fechas, anécdotas. Eso lo tenía con la cabeza ocupada. Él era muy inquieto”, explica Guillermina.
Acaso por su paso por el colegio de los Padres Franceses, tenía una cierta espiritualidad desarrollada. “Era creyente por crianza, fue acólito. Pero no era de ir a misa”, recuerda Guillermina. Por eso, solicitó que el sacerdote Percival Cowley, futuro Capellán de La Moneda entre 2000 y 2010, le diera la extremaunción.
Nemesio Antúnez falleció a los 75 años, el miércoles 19 de mayo de 1993. El gobierno decretó duelo oficial por ese día. La crónica de La Tercera señaló: “Además de su vital energía y entusiasmo por hacer cosas, Nemesio Antúnez siempre fue partidario del humor en la vida. En una entrevista, años atrás, dijo que éste ‘es un ingrediente muy importante, tanto en la relación humana como en el amor. Detesto a los tontos graves. Mis cuadros también tienen humor’”.