En vez de leer un discurso, Nicanor Parra procedió a recitar un antipoema. Fue en la entrega del Premio Juan Rulfo, en 1991, uno de los galardones importantes en la literatura hispanoamericana (hoy, es el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances). “No cometeré la torpeza de ponerme a elogiar a Juan Rulfo / Sería como ponerse a regar el jardín / En un día de lluvia torrencial”. Pero a renglón seguido, el vate agregó.

“Una sola verdad de Perogrullo / Perfección enigmática / No conozco otro libro + terrible / Pedro Páramo dice Borges / Es una de las obras cumbres / De la literatura de todos los tiempos / Y yo le encuentro toda la razón”.

Es que a juicio del autor de Poemas y antipoemas, la obra de Rulfo reposaba en las barbas mismas de lo mexicano. “Rulfo nos da una imagen de México / Los demás se reducen a describir el país / A eso se refiere Paz / Cuando digo que Juan hay un solo / Ni Macedonio (Fernández) fue tan argentino”.

Además, se dio tiempo para recordar el único (y breve) encuentro que ambos sostuvieron. “Fumaba tanto o más que la Mistral / Algo que a mí me pone los pelos de punta / Soy asmático de nacimiento / Por eso nunca pude hablar con él / Se me acercó una vez en Viña del Mar / A felicitarme x un poema que no era mío / No supe qué decirle / Me confundí / Y el pobre Juan también se confundió / Primera y última vez / No volvimos a vernos nunca +/ Hasta este momento / En que él me sonríe desde Comala”.

Un origen fantasmal

Bajo el nombre de Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno, nació el 16 de mayo de 1917 en el poblado de San Gabriel, estado de Jalisco, México. Durante su vida, Rulfo siempre comentó que había nacido un año después, en 1918, sin darse siquiera el trabajo de rectificar. Pero los documentos dicen otra cosa. “Por su acta de nacimiento –la más fidedigna encontrada– y la fe de bautismo se puede deducir que había venido al mundo el 16 de mayo de 1917 a las cinco de la mañana, hijo legítimo de Juan Nepomuceno Pérez Rulfo y de María Vizcaíno Arias”, señala Reina Roffé en su libro Juan Rulfo - Biografía no autorizada (2013).

¿Por qué solía quitarse un año? Roffé indaga una explicación que tiene más que ver con una cosa de comunión artística con otros escritores. “Hay quienes infieren, no sin cierta suspicacia, que Rulfo decidió que tenía un año menos cuando empezó a frecuentar el ambiente literario y se encontró con gente como Juan José Arreola, de su misma región, que sí era de 1918...Arreola, buscándole una justificación a esa mentira de Rulfo, cae en la cuenta de que un grupo de personalidades de la época –José Luis Martínez y Alí Chumacero, entre otros– había nacido en 1918. Ésta es la razón por la que el autor de Pedro Páramo, deduce, ‘no por quitarse un año sino por compañerismo, decía que él había nacido también en el 18′. Antonio Alatorre, menos condescendiente, cree que fue Rulfo quien necesitó de la compañía de Arreola y demás autores para no sentirse solo en la ‘generación 1917′”.

Incluso, también solía esconder su ciudad de origen, pero acá se ponía más creativo y daba cuenta de más de un lugar. “A unos les dijo que había nacido en Sayula, a otros en Tuxcacueso, a otros en Autlán, y en alguna ocasión también mencionó Zapotlán, Apango, Tonaya y el Llano Grande. En cada una de sus declaraciones mudó de lugar, pero sostuvo prácticamente sin variación la fecha de 1918″, comenta Roffé.

Mentiras más o mentiras menos, lo cierto es que Rulfo se preocupó de ir sembrando un discurso fantasmagórico sobre sus orígenes. De hecho, su apellido paterno era Pérez Rulfo, y lo dejó solo en Rulfo, como su seudónimo literario. “Se firma Juan Rulfo / Pero su verdadero nombre es Juan Pérez / Troika / Han pasado los años / Hoy todo el mundo sabe quién es Rulfo”, apuntó Parra en su antidiscurso.

¿Por qué esa decisión? Roffé ensaya una explicación en su libro. “El seudónimo de Juan Rulfo procede, según la versión del propio interesado, de una solicitud de su tío David Pérez Rulfo, que le pidió a él y a su otro sobrino, Severiano, el hermano mayor de Juan, que perpetuaran el apellido. Pero Severiano aseguró que lo adoptaron a petición de la abuela María Rulfo, que tuvo seis hermanas y un solo hermano varón que falleció sin dejar descendencia. Para evitar la pérdida, rogó a sus nietos que se nombraran Rulfo23, cosa que hicieron Severiano, Francisco y Eva por vías legales, pero no Juan. Simplemente se lo apropió a la hora de publicar”.

“Además de otras cuestiones que pudiera haber detrás de su seudónimo o, mejor dicho, del apaño que hizo de su ‘arracimado’ nombre, es lógico pensar que Juan Pérez no resultaba una firma muy lucida para un escritor en ciernes. El apellido Rulfo tenía historia –real o ficticia–, daba para imaginar un origen excitante, de trotamundos, y con cierta prosapia, aunque no fuera para enorgullecerse”, agrega Roffé.

Por esos años, México vivía un intenso proceso de cambios sociales y políticos que derivaron en la Revolución Méxicana (1910-1917), en que un grupo de intereses políticos muy diversos (campesinos del sur, rancheros del norte, la burguesía y la clase media) se unió en torno a la figura de Francisco I. Madero para derrocar al dictador Porfirio Díaz, quien llevaba 35 años en el poder. El problema fue que una vez que Díaz estuvo fuera del Palacio Nacional, los diferentes actores comenzaron a pujar por el gobierno, así se sucedieron nombres que se derrocaban unos tras otros. Entre tanto, caudillos como Emiliano Zapata -del estado de Morelos, en el profundo sur mexicano- levantaban la bandera de una reforma agraria.

Emiliano Zapata.

Una prosa sofisticada

Como en pocos casos en la literatura, Juan Rulfo tocó el cielo literario solo con dos libros: el volumen de cuentos El Llano en llamas (1953), y su novela Pedro Páramo (1955). En ambos, retrató los años siguientes al México de la revolución. “A Rulfo le ocupaba el campesino, en especial el de Jalisco, que habita sus obras y está descrito en sus entrevistas con minuciosidad de antropólogo: ‘La tierra [...] se distribuyó entre los obrajeros, entre los carpinteros, albañiles, zapateros y peluqueros’, mientras el campesino, pegado al patrón, quedó fuera de los beneficios de una más que dudosa Reforma Agraria nacida al amparo de la Revolución”, explica Roffé.

Fue sobre todo con Pedro Páramo cuando se hizo un nombre, amén de un tipo de novela muy diferente al que se conocía por esos años. Fue en mayo de 1954 cuando comenzó a escribirla, a mano. Como suele ocurrir, la idea “lo asediaba desde la década anterior sin que pudiera encontrar, hasta ese momento, ‘el tono y la atmósfera tan buscada’”, indica Roffé. Su primer título era Los murmullos, la terminó en cuatro meses. Luego, vino el siempre complejo trabajo de editar. Originalmente, tenía 300 páginas, pero al cortar, quedó en menos de la mitad. Eliminé toda divagación –contó Rulfo años más tarde– y borré completamente las intromisiones del autor”.

Portada de la primera edición de Pedro Páramo, en 1955.

El crítico literario de Culto, Matías Rivas, respondió nuestra llamada y señaló sobre el libro: “En la universidad me tocó analizar gramaticalmente Pedro Páramo. Es muy difícil, los tiempos se entrecruzan, está urdido con harta densidad, pero que no se nota a simple vista. Eso es maravilloso. Es parte de la belleza de Rulfo, es un libro muy fantasmal, metafísico”.

“Es uno de los grandes genios de la literatura latinoamericana -agrega Rivas-. Sus libros son obras maestras. Creo que muy pocos autores han llegado a tener una prosa tan clara, tan bella, tan poética, y a la vez de una facilidad aparente. Juan Rulfo es un escritor muy sofisticado, pero cuando uno lo lee cree que es fácil. Eso es producto de una técnica magistral que él ocultaba. Para llegar a eso hay un trabajo enorme”.

“Sospecho que para él, escribir era una sacrificio, porque por un lado había una inspiración muy fuerte, y por otro, hiperconciencia. En el sentido de que para lograr esa síntesis tuvo que haber estado trabajando mucho desde la parte mental, además de a nivel de texto. Es un trabajo muy delicado”.

De hecho, ese trabajo delicado -publicado en 1955- tuvo al inicio críticas desfavorables, dado lo complejo de la obra, aunque luego pasarían a ser elogios, justamente por los juegos de realidad y ficción, los saltos temporales y el lenguaje sofisticado. Rulfo escribió al respecto: “Era difícil aceptar una novela que se presentaba, con apariencia realista, como la historia de un cacique y, en verdad, es el relato de un pueblo: una aldea muerta, en donde todos están muertos, incluso el narrador, y sus calles y campos son recorridos únicamente por las ánimas y los ecos capaces de fluir sin límites en el tiempo y en el espacio”.

De hecho, el mismo Rulfo se sorprendía del reconocimiento a su obra. En 1985, al cumplirse los treinta años de la publicación de Pedro Páramo, escribió: “Nunca me imaginé el destino de esos libros. Los hice para que los leyeran dos o tres amigos o, más bien, por necesidad”.

Siendo un autor consolidado, Rulfo visitó Chile en 1966 y 1969, para encuentros con escritores chilenos. En el segundo año estuvo en Viña del Mar y Valparaíso y reunió nombres como Jorge Edwards, Nicanor Parra, Enrique Lihn, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti y José María Arguedas. En la ocasión -según consta en un artículo de La Estrella de Valparaíso- mientras daba una charla en el Hotel O’Higgins, de la ciudad jardín, un joven le preguntó de dónde sacaba sus ideas. Rulfo le contestó: “Son puras mentiras”.

Hoy, la popular plataforma Netflix prepara una adaptación de Pedro Páramo en largometraje. De hecho, las grabaciones comenzaron a inicios del mes de mayo de este 2023. El filme tendrá la dirección de Rodrigo Prieto, director de fotografía de Secreto en la montaña (2006), Argo (2012) y de todos los filmes de Martin Scorsese desde El lobo de Wall Street (2013); el guión es de Mateo Gil, y en los roles principales estarán Manuel García-Rulfo y Tenoch Huerta, quienes encarnarán a Pedro Páramo y Juan Preciado, respectivamente. Se espera el estreno del filme para 2024.

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