A fondo en Los Colonos, la cinta chilena que va a Cannes: “Nunca quise abordar el punto de vista selk’nam”
En su primer largometraje, el director Felipe Gálvez (Rapaz) se aproxima a la matanza de la población indígena en Tierra del Fuego a inicios del siglo XX. Mezclando western y thriller político, y con un elenco internacional, el cineasta explora un episodio de la historia nacional que considera oculto. “Me parece muy curioso que los selk'nam sean parte de la imagen país y que detrás de eso haya un genocidio escondido”, plantea a Culto en la previa a su estreno en Francia.
Según su recuerdo, visualizó por primera vez los pilares del filme hace unos 15 años, cuando leyó un artículo de prensa sobre el genocidio selk’nam. Su plan inicial demandaba filmar una película de época, reunir a un elenco internacional, rodar en Tierra del Fuego y encarar una serie de complejidades que, en ese momento, volvieron inviable seguir adelante con el proyecto.
En el intertanto, Felipe Gálvez (Santiago, 1983) se volcó a hacer algunos cortos y se especializó en el área del montaje. Graduado de la Universidad del Cine en Buenos Aires, participó en cintas de realizadores latinoamericanos y en trabajos de cineastas nacionales como Rodrigo Marín, Dominga Sotomayor y Marialy Rivas. Pero el germen de su primer largometraje nunca desapareció y hace ocho años se lanzó a escribir el guión.
“Fueron pasando los años mientras buscaba otras ideas, pero esta obsesión siempre volvía. Y me decidí a hacerla. Intentar hacerla, entendiendo que no iba a ser fácil”, señala a Culto a través de videollamada.
“Fui aprendiendo de los aciertos y de los errores de otros, y me fui preparando desde el montaje. Pero es complicado: yo nunca había pisado un set”, explica, aunque luego matiza: “Esta película fue la primera vez en que estuve en un set durante más de dos días, que fue el tiempo en que hice mis cortometrajes, como Rapaz (2018). Entonces, fue una experiencia totalmente nueva, pero resultó. Porque el cine, a fin de cuentas, es un trabajo muy colectivo y, si tu equipo te acompaña, las cosas van fluyendo”.
El resultado de ese ímpetu es Los colonos, cinta que marca su debut como director y que coescribe junto a Antonia Girardi. Con su ópera prima aterrizará el próximo lunes 22 en el Festival de Cannes, donde competirá en la sección Una Cierta Mirada, poniendo fin a 12 años de ausencia del cine local en la selección oficial del evento.
Filmada en la Patagonia a inicios del año pasado, la película sigue una misión que tiene como tarea el exterminio de los selk’nam en Tierra del Fuego. Es 1901 y el objetivo es crear una ruta que permita conducir a las ovejas hacia el Atlántico, labor que recae en un exsoldado inglés (Mark Stanley) que ejerce como capataz del adinerado estanciero José Menéndez (Alfredo Castro), en un mercenario estadounidense con experiencia en el asesinato de indígenas (Benjamín Westfall) y en un mestizo oriundo de Chiloé en permanente conflicto (Camilo Arancibia).
El largometraje es su intento por aproximarse a la matanza de los pueblos originarios del extremo sur del país, un episodio de la historia del que, asegura, nunca escuchó durante su etapa escolar.
“Los temas de derechos humanos siempre me han interesado, y siempre me ha hecho ruido este discurso de no mirar el pasado y mirar el futuro que hay en Chile”, indica. “Si vas cien años atrás, hay otras historias escondidas, pero creo que es importante hablar de ellas, porque son un espejo del presente. (Los colonos) es una película que dialoga con muchos conflictos del presente”.
Y advierte una contradicción: “Hasta el día de hoy, me parece interesante cómo podemos esconder una historia, pero apropiarnos de una imagen. Cómo podemos transformar a los selk’nam en un souvenir, sin antes asumir la historia. Es muy curioso que sean parte de la imagen país y que detrás de eso haya un genocidio escondido o una situación no resuelta”.
Aunque profundizó en el tema leyendo el libro Vejámenes inferidos a indígenas de Tierra del Fuego, de Carlos Vega Delgado y Paola Grendi Ilharreborde, Gálvez enfatiza que su principal inquietud no estaba en la mera recreación histórica.
“Me apasiona la ficción, por sobre los hechos reales. La película es una ficción, y lo sucedido no es claro, los hechos acontecidos no son claros. Sólo hay relatos orales. La película no busca ser una representación de la realidad. Incluso su estética no es realista. Es una película que justamente trabaja con la idea de que el cine es uno de los inventos del siglo XX utilizados para contar la historia oficial. Y el western es el único género que es una creación del cine y sirvió como propaganda para darle un respaldo a genocidios que sucedieron en toda América durante el siglo XX”.
-Desde su perspectiva, ¿quiénes serían los cowboys de la película?
Tenemos un americano (Benjamín Westfall), un especialista en matar indígenas, que es traído desde Texas para esta misión. Es un mercenario. Hay un exsoldado británico (Mark Stanley), el capataz. Por lo que están las miradas del viejo mundo, el británico, y de este nuevo mundo que está naciendo en Estados Unidos. La película se centra en el mestizo (Camilo Arancibia) que observa estos dos caminos y está conflictuado con lo que está haciendo, aunque es muy joven, tiene 17, 18 años. Uno va viviendo el viaje junto a él.
-Una parte del filme es un western y la otra es una especie de thriller político. ¿En qué momento resolvió que ambas cosas podían convivir en una misma película?
Desde que empecé a investigar y (noté) que había muchos universos en Tierra del Fuego. Está la gente del mar, los estancieros, los capataces, las personas que delimitaron las tierras, los jueces, los militares, los políticos, los curas. Por eso la película se llama Los colonos. Es el punto de vista de distintos lugares, pero siempre desde la perspectiva blanca. Nunca quise tratar de ponerme en el lugar de los selk’nam, no quise abordar el punto de vista indígena. Quise abordar una reflexión sobre el punto de vista blanco y del mestizo enfrentado a la contradicción de dónde pertenece.
-Mencionó que la estética de la película no es realista, algo que se aprecia en la primera imagen promocional. ¿Por qué lo resolvió de esa manera?
Todas las imágenes que existen de los selk’nam son en blanco y negro, no existe un testimonio a color. Pensé en un momento hacer la película en blanco y negro. Pero después pensé en que quería que llegara a la mayor cantidad de público que se pueda. Es una película que para mí es entretenida y que piensa mucho en la audiencia. Mi experiencia como montajista es estar conectado con el público. Por eso decidí hacerla a color. Me basé en el autocroma, las primeras experimentaciones de fotografía a color de los hermanos Lumière, en que no existían todos los colores. No es una película que busque representar una verdad ni una realidad, sino que plantear que en el cine no hay mucha verdad.
Colonizadores y colonizados
El sonido de Los colonos fue creado en Taiwán y el montaje del filme se realizó en Francia, en manos del editor Matthieu Taponier (Son of Saul, 2015). Parte de esa logística se explica porque la cinta es una coproducción entre ocho países (Chile, Argentina, Inglaterra, Francia, Taiwán, Dinamarca, Suecia, Alemania), el armado que se gestó para completar su financiamiento.
¿Por qué el proyecto generó esa devoción en distintos lugares? “Si bien transcurre en Chile, la película es una historia bastante universal. Es reconocible para los que estuvieran en el punto de vista de los colonizadores y para los que fueron colonizados”, opina.
El elenco es una mezcla de nacionalidades y figuras experimentadas con jóvenes talentos. Marcelo Alonso se pone en la piel de Vicuña, el político enviado en 1908 a investigar los crímenes ocurridos en la zona; Adriana Stuven encarna a Josefina Menéndez, hija de José Menéndez; el argentino Luis Machín asume el rol de un sacerdote, y Mishell Guaña interpreta a una joven selk’nam. También actúan el británico Sam Spruell y el argentino Mariano Llinás. Este último, director de La flor (2018) y coguionista de Argentina, 1985 (2022), además ejerció como colaborador de guión.
“Yo creo que es una película especial. Quiso ser rara y fue una idea que fuera rara. Que tuviera una estructura rara, que no fuera realista, y que contara de una manera atractiva algo terrible, que es lo que a veces el cine puede hacer. La ficción es algo importante y aprendí mucho de la ficción, sin duda, de Mariano (Llinás)”, sostiene.
-Blanco en blanco (2019), de Théo Court, se ambienta en el mismo lugar, pero en años previos. ¿Se preocupó cuando supo de la existencia de esa película?
También hay una película de Miguel Littin, Tierra del Fuego (2000), que habla de la fiebre del oro. Blanco en blanco habla de un fotógrafo que visita la isla y tiene una reflexión interesante sobre que sólo conocemos fotografías de esa parte de la historia. Y a mí me interesó más la fiebre ovejera, la propiedad privada, el cerco, el delimitar las tierras, y lo que conlleva eso con el mundo indígena.
“Creo que son películas que, por supuesto, dialogan entre ellas, porque trabajan sobre un tópico, un tema. Es como una película de la Segunda Guerra Mundial. Lo que tenemos en común es el interés por un momento similar de la historia. Hoy en día ese interés está en el cine, está en la literatura, está en la prensa. Tenemos un Presidente que es de la región. Durante los últimos 15 años, la temática ha estado presente y las nuevas generaciones hemos querido quizá buscar respuestas en un lugar más inicial”.
-¿Ya tiene en mente cuál será su siguiente largometraje?
No todavía.
-Probablemente es algo que le preguntarán en Cannes.
Tras demorarme ocho años en hacer una película, que al parecer puede haber funcionado, estoy contento con la idea de que quizá pueda hacer otras. Estoy pensando en ideas, pero lo que me tiene más feliz es que creo que voy a poder hacer una nueva película, algo que a veces nos da miedo a los cineastas. ¿Qué pasa si no resultan o hay que esperar tantos años de nuevo? Ojalá esta vez haya que esperar menos.
“Yo hago cosas diferentes, pero hay algo muy similar entre Rapaz y Los colonos, que es lo coral, mirar las cosas desde distintos puntos de vista y tener una posición política, pero también dejar que el espectador tome sus decisiones. Que el espectador piense, se incomode y decida desde dónde quiere leer la película. Creo que lo que venga seguirá ese camino. Lo político desde una mirada artística, desde lo cinematográfico, no desde lo panfletario o propagandístico”.
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