En 2014, Marilú Ortiz de Rozas publicó un libro sobre Vicente Huidobro, orientado al mundo académico. Tras haber investigado la vida del vate, comenzó a pensar en la idea de hacer algo más literario y narrativo. “(Ese libro) incluía un capítulo sobre su biografía, y allí vislumbré el potencial novelesco de su vida y desde ese momento empecé a soñar”.
El sueño tomó 8 años en concretarse y acaba de llegar a las librerías chilenas. Se llama Pequeño dios y es efectivamente una novela en base a la vida del autor de Altazor, pero tiene una particularidad. En vez de un relato con un narrador externo, o en primera persona, quienes cuentan la historia son las tres mujeres de Vicente Huidobro, desde la ultratumba: Manuela Portales, Ximena Amunátegui y Raquel Señoret. Como una especie de guiño a La amortajada, de María Luisa Bombal, donde una mujer recordaba su vida desde su ataúd.
Cada una de las tres voces tienen su propio espacio en la novela, y van apareciendo en el mismo orden en que llegaron a la vida del poeta. Primero un capítulo donde la que habla es Portales, luego Amunátegui y finalmente Señoret. “Los capítulos son básicamente cronológicos, aunque con muchos saltos en el tiempo -comenta Ortiz a Culto-. Hay sucesos que abordan las tres desde su punto de vista particular, y, lo más importante, desde ultratumba: todas y todos están muertos. Comencé un par de años antes de la pandemia con el primer capítulo: Manuela Portales, paré un tiempo, y luego pasé toda la pandemia conversando por teléfono con los descendientes de las segunda y tercera mujer, Ximena Amunátegui y Raquel Señoret, a quienes agradezco su maravillosa memoria y buena disposición en todo momento. Creo que el encierro fue provechoso para este libro. Al comienzo no los pensé como relatos totalmente de ultratumba, sino en alternancia con el tiempo vivo de Huidobro, pero tal vez el sombrío período de su escritura, con la gente muriendo a granel alrededor, influyó en esa decisión”.
¿Por qué eligió contar la vida de Vicente Huidobro a través de sus tres mujeres?
Me han preguntado mucho esto y casi no sé responder, porque simplemente así nació, es difícil de explicar la inspiración, pero si me concentro debiera responderte que era lo más natural, puesto que el libro habla de la vida personal de Vicente Huidobro, y creo que las mujeres, o estas mujeres, fueron las depositarias de esas vivencias, pues las compartieron con él. Por lo tanto, estaban calificadas para entregar una visión más íntima del poeta, y siempre es más fácil y/o profundo dar testimonio de lo que fueron los otros que hablar de sí mismo; en el caso de que hubiera puesto a Huidobro a narrar su propia vida, como he hecho con otros personajes en libros anteriores. Como además estas mujeres son varias, se van complementando y contrastando los puntos de vista, y eso me pareció interesante. Finalmente, me pareció que eran voces muy autorizadas, y cuando las “conocí”, me pareció que sus propias historias, conjugadas a la de Huidobro, constituían un aporte y un interesante retrato de época.
Lo interesante es que las tres voces, sin interrumpirse, también dialogan entre sí, ya que interpelan a las otras además de al mismo Huidobro. El desafío entonces, era poder darle personalidad propia a cada una. “Lo logré leyendo sobre ellas, leyendo lo que Huidobro escribió sobre ellas, conversando con hijos, hijas, nietos, nietas, y toda la parentela posible. Una vez que uno se imagina como es un personaje, la voz sale sola”.
¿Cómo se puede caracterizar a las tres mujeres de Huidobro? Ortíz se entusiasma y elabora un mini perfil de cada una de ellas: “Manuela Portales era descendiente de Diego Portales y Andrés Bello, una mujer culta, seria, que formó una familia con Huidobro, e incluso lo siguió cuando él decidió partir a Francia, en plena Primera Guerra Mundial (lo que era una locura). Fue muy leal con Huidobro, que no lo fue con ella. Debe haber sido un golpe muy duro para ella haberlo visto escapar de su lado. Se volvió un ser melancólico, y, según cuentan sus descendientes, probablemente murió enamorada del que fue su marido. ‘Irías a ser muda que dios te ido esos ojos’, le escribió Vicente; por eso su capítulo se llama La muda”.
“Ximena Amunátegui era una mujer muy adelantada para su época, alguien muy libre; su padre y abuelo habían luchado por la educación pública y laica en Chile, por los derechos de la mujer. Ella es fruto de su educación, aunque sus padres la desheredaron cuando se escapó a Francia con Huidobro, siendo menor de edad. Sin embargo, cuando la relación con el poeta comenzó a flaquear, y fue cortejada por otro poeta (el argentino Godofredo Iommi), ella volvió a elegir el amor a las conveniencias, y se fue con él. Tuvo cinco hijos más, además del que tuvo con Huidobro. Era muy fina y fue muy feliz con Iommi. Fue la que más tiempo vivió con Huidobro: dieciocho años. Muy bella, y musa de varios artistas, por eso su capítulo se llama La musa”.
“Raquel Señoret llegó tarde a la vida de Huidobro, ella tenía apenas más de veinte y el poeta era un cincuentón recién salido de sus aventuras bélicas en la Segunda Guerra, donde fue herido. Algunos dicen que más que su esposa fue su enfermera. Era muy linda, y de un dinamismo sorprendente: feminista a todo dar, comprometida con la causa comunista, trabajó en la clandestinidad hasta el final y lo más importante, fue una tremenda poeta, que vale la pena conocer. Su repertorio amoroso incluye a Enrique Lihn, a pintores, músicos, etc. Huidobro le decía que ella sería su viudita, porque sabía que pronto él se moriría. Por eso su capítulo se llama La viudita”.
Para lograr esta novela, Ortiz realizó un exhaustivo trabajo documental. “Hoy es mucho más fácil investigar, uno puede acceder en línea a documentos que están archivados en la Biblioteca Nacional de Chile, por ejemplo, y a infinidad de instituciones. Además, los literatos y estudiosos contemporáneos que contacté son generosos, y siempre me pusieron a disposición sus investigaciones, como el hispanista italiano Gabriele Morelli o el español Juan Manuel Bonet. Este último dirigía el Museo Reina Sofía cuando se le hizo allí una exposición-homenaje a Huidobro, y dirigía el Instituto Cervantes en París cuando se creó allí una “Ruta Huidobro”, que tuve por misión ir a conocer y difundir. En España hoy es muy reconocido, aunque a Huidobro le hubiera gustado triunfar en París”.
Uno de los puntos más llamativos, es que se ahonda en la compleja relación de Huidobro con su madre. Una mujer aristócrata, refinada y quien lo empujaba para que fuera “el mejor poeta del mundo”. Si bien apoyaba a muerte a su hijo para lograr ese fin, también era una pesada carga sobre los hombros del vate. “Ella sí fue la mujer de la vida de Huidobro. Lo apoyó en todo, lo formó, corrigió sus primeros poemas, financió sus libros, sus viajes, todas sus aventuras (las gloriosas y las no tanto). Fue una incondicional mecenas, y lo llenó de un tierno y preocupado cariño, siempre. Cuando ella murió, Huidobro le escribió un poema desgarrador. Gracias a María Luisa Fernández, Huidobro fue lo que fue”.
¿Por qué le llamó la atención la figura de Vicente Huidobro?
Creo que su vida y su obra tienen una fuerza descomunal, que se potencian mutuamente, por eso me interesa, siempre, profundizar en la vida de los artistas, y me encanta el género biográfico. Lo paradójico, y eso es muy interesante a nivel literario, obtuvo muy poco reconocimiento, particularmente en Chile: él era un poeta de las vanguardias, estaba demasiado adelantado para la época, no fue comprendido. Su difícil personalidad tampoco contribuyó.
¿Qué se propuso con este libro?
Lo que me propuse era dar a conocer a Huidobro: su vida y su obra, porque en cada capítulo, y bastante cronológicamente, se van entregando claves para comprender lo que el poeta estaba creando en cada libro, en cada manifiesto, en cada una de sus iniciativas literarias. Algunas eran humildes, como “El espejo de agua” -que es apenas un par de cuartillas con nueve poemas publicados en 1916, pero entre ellos figura ese maravilloso donde Huidobro, dando consejo a los vates, proclama que “el poeta es un pequeño dios”-. Otras eran obras monumentales, como Altazor, cuya gestación interna es muy interesante, o los sobrecogedores Últimos poemas. Además, el siglo XX me parece fascinante, dramático y hermoso, como los personajes que engendró, y que siguen reviviendo en las plumas de muchos autores. A Huidobro hay que conocerlo, y leerlo. La poesía, finalmente, es un camino maravilloso para pulir su propia alma.