Erick Pohlhammer ya tenía alto bagaje en el mundo de las letras y su nombre se había amplificado a través de la televisión: ese 1994 era parte fundamental del espacio ¿Cuánto vale el show?, de Chilevisión, animado por Leo Caprile y compartiendo panel de jurado con Marcela Osorio, Enrique Lafourcade e Ítalo Passalacqua. Su aporte era la chispa, el humor algo absurdo y una necesaria dosis de locura.
Con ese estatus, fue invitado a la competencia, al programa Lo Mejor del Mundial que emitía Canal 13, a cargo de Javier Miranda y con motivo del campeonato de fútbol que se jugó esa temporada en Estados Unidos.
El poeta estuvo en silencio en gran parte de la emisión. Se notaba que no se sentía demasiado cómodo con el formato. En el programa también estaban presentes algunos jugadores de la selección chilena sub-17 que un año antes había obtenido el tercer lugar en el Mundial de Japón, como Frank Lobos y Sebastián Rozental.
Eso fue lo que irritó a Pohlhammer: sentía que se estaba hablando de cualquier cosa, menos de los futbolistas que habían representado al país.
“Hay millones de personas del mundo del fútbol que quieren escuchar el programa y saquémosle partido también a estos jugadores de fútbol. Tú no eres Javier el dueño del programa. El dueño del programa es todo Chile. Todo Chile de Arica a Magallanes también quiere escuchar a los jugadores de fútbol”, reclamó el autor, mientras Miranda recalcaba que quería terminar de contar una anécdota y que él, efectivamente, era el dueño del programa.
“Yo vine a este programa a escuchar a Frank Lobos y no lo he escuchado en toda la noche”, clamaba Pohlhammer en torno al mutismo del mediocampista de la selección juvenil. Hasta se atrevió a decirle “¡cállate, tú eres un latero!” a Álvaro Salas, que también estaba en el set.
“¿Por qué en Chile los conductores se apropian de los programas? Hablemos en televisión directa... me muero de lata”, seguía atacando el vate.
“Señor Pohlhammer, a usted se le escuchó toda la noche... muérase de hambre”, le respondió Miranda.
Luego, el fallecido escritor se retiró enfadado e indiferente del estudio.
“En realidad, no aceptamos que nadie nos venga a decir cómo hacer el programa”, fue el cierre del conductor al ver el desenlace.
El lío integra la lista de uno de los momentos más incómodos de la TV chilena durante los 90, habituada a un estándar empaquetado, sin desmadres, remitiéndose siempre a jun libreto de buenos modales. En este caso, Pohlhammer había roto con todo aquello en un par de minutos.