En su autobiografía definitiva My love story (2018), Tina Turner se pregunta qué necesidad hay de contar nuevamente su vida, que incluye una biopic de 1993 centrada en su tormentosa relación con Ike Turner, el marido maltratador que anteponía su nombre cuando la estrella era ella, el hombre que en su noche de bodas la llevó a presenciar un show de sexo en vivo en un burdel, el mismo que le dijo “deberías morir, hija de puta” apenas se recuperaba en la cama de un hospital de un intento de suicidio, superada por las golpizas con objetos contundentes porque Ike, guitarrista a fin de cuentas, se cuidaba las manos.
“Tina, ya conocemos tu historia”, escribió adoptando el punto de vista del público. “Sabemos todo sobre Ike y el infierno que viviste con él. Sabemos que escapaste de esa terrible relación y todo lo que soportaste”.
Luego, la fallecida estrella, una de las más grandes de la historia de la música popular, la clase de talento que otros talentos mayúsculos siguieron como a una sacerdotisa para dominar el escenario -Mick Jagger, entre varios-, argumenta que ha pasado mucho más tiempo sin el abusivo marido. “Cuarenta y dos años para ser exactos. Esa es toda una segunda vida”.
Anna Mae Bullock, su verdadero nombre, se quedó corta en aquel libro donde la música es un asunto secundario frente a su tormentosa existencia plagada de giros telenovelescos, sufrida hasta sus últimos años marcados por enfermedades y tragedias. Tina Turner no sólo tuvo una segunda oportunidad, sino que experimentó muchas vidas convergentes en una existencia extraordinaria.
Revivió artísticamente en un escenario improbable y adverso para una figura como ella, la década de los 80, cuando lo moderno y el futuro eran la norma. Con más de 40 años, “la abuela del rock” como fue etiquetada por estos lados (en el mundo anglo es “la reina del rock”), era una figura absolutamente desconocida para la juventud de aquel entonces, una veterana proveniente de la lejana década del 60. Sin embargo, lejos de lucir descontextualizada, Tina Turner seguía estupenda en todos los sentidos. No trataba de parecer joven. Simplemente era una estrella femenina madura que, tal como Jagger por lo demás, escribía el manual sobre cómo envejecer con gracia en el rock.
En el arranque de los 80, cuando su carrera estaba aparentemente destinada al segundo orden, actuando en el circuito de casinos como una estrella del ayer sobreviviendo gracias a los recuerdos, una serie de colaboraciones con The Rolling Stones, David Bowie y Rod Stewart la devolvieron al primer plano. Fue una cadena hilvanada por la admiración de estas estrellas fenomenales a esta mujer, que un par de décadas antes se había convertido en una máquina de hits junto a su esposo timbrando un sello distintivo.
Tina Turner no sólo era dueña de una voz fenomenal de intensa entrega, sino que se desplegaba como una showoman con una serie de movimientos que serían integrados por Mick Jagger. Así como el británico robó unos cuantos pasos a James Brown, observó atentamente a Tina cuando la tuvieron de telonera junto a Ike en 1966 y 1969.
El talento de Tina Turner era tal que Phil Spector, el Midas del pop en los 60, la eligió para “River Deep – Mountain High”, un single colosal de 1966 que no logró el éxito que Spector esperaba en Estados Unidos, pero una temprana demostración de que Tina no necesitaba a Ike a su lado para grabar la mejor música, aún cuando su nombre figura en los créditos.
En su triunfal retorno en 1984 con los singles “What ‘s love got to do with it” y “Private dancer”, esta última escrita por Mark Knopfler de Dire Straits, Tina Turner abrazó el pop del momento modernizando el soul que la había llevado al estrellato. Luego escaló al cine con Mad Max Beyond Thunderdome (1985) mientras recuperaba rápidamente su lugar en la realeza del rock con más singles clásicos como “Typical male”, “We don ‘t need another hero” y una colaboración con Bryan Adams, la rockeraza “It ‘s only love”. Estas y otras canciones la mantuvieron como una de las más grandes del pop rock de aquella década, junto con impartir una clase magistral sobre cómo regresar al máximo estrellato cuando la suerte parece sellada.
Por cierto, Tina Turner también dominó los covers con maestría como lo hizo con “Proud Mary” de Creedence Clearwater Revival, convertida en un góspel que se arremolina hacia un veloz soul, y una sexy lectura de “Come Together” de The Beatles.
Tina Turner enfrentó giros dolorosos hasta el final. Su hijo Craig se suicidó en 2018, trató un cáncer con homeopatía empeorando su condición, y fue trasplantada de riñón gracias a su marido, el ejecutivo discográfico alemán Erwin Bach.
Con más de cien millones de álbumes vendidos y una docena de premios Grammy, Tina Turner fue un verdadero ejemplo de torcer la mano a la vida unas cuantas veces y, entre medio, sobresalir extraordinariamente en la música popular de los últimos 60 años.