La rabia corrió urgente por las polvorientas calles del Santiago de 1818. Tras conocerse la noticia de la muerte de los hermanos Juan José y Luis Carrera, fusilados en Mendoza, los partidarios de la familia Carrera -la mayoría pertenecientes a las familias más reputadas de Santiago- manifestaron su absoluta molestia. Culpaban al gobierno de Bernardo O’Higgins de estar detrás del fusilamiento. El más exaltado era Manuel Rodríguez. El guerrillero que había liderado la llamada “Guerra de Zapa” durante la reconquista española, decidió tomar las acciones por sus propias manos.
A caballo, el 17 de abril de 1818 decidió entrar al patio del Palacio de gobierno, para protestar a grito pelado por la ejecución de ambos hermanos. Fue reducido por los guardias de palacio y fue enviado al cuartel de San Pablo, que por entonces ocupaba el regimiento Cazadores de Los Andes. Para Ernesto Guajardo, investigador que ha dedicado buena parte de sus esfuerzos en la figura del guerrillero, y quien acaba de publicar su libro Manuel Rodríguez, el insurgente. La lucha de los patriotas en Chile (1815-1817), si bien ese factor originó su detención inmediata, hubo otras corrientes actuando a la vez.
“El hecho que origina la detención y traslado de Rodríguez es su conocido ingreso al patio del palacio de gobierno, para protestar por el fusilamiento de los hermanos Juan José y Luis Carrera, en Mendoza. Sin embargo, también conocemos las cartas previas, intercambiadas entre el general Bernardo O’Higgins y el general José de San Martín, en donde ellos se refieren a Rodríguez como el mal bicho, al cual hay que aplicarle el remedio”.
“Considerando el proceso político a nivel latinoamericano, lo más probable que Rodríguez hubiese sido asesinado o exiliado, independientemente de que él hubiese realizado o no dicha protesta -añade Guajardo-. Varios patriotas latinoamericanos que podríamos identificar como representantes de una tendencia más liberal o plebeya, fueron también asesinados en dicho período, como ocurrió con Mariano Moreno, en Argentina”.
De manera similar piensa Javier Campos Santander, quien investigó al patriota para su libro Tras la huella de Manuel Rodríguez (2021). “La correspondencia intercambiada por O’Higgins y San Martín durante los años 1817 y 1818 permite confirmar que ambos generales consideraban a Rodríguez un personaje tremendamente peligroso e inquietante, tanto por sus vínculos con los hermanos Carrera, como por ser una figura política con condiciones de mando, capaz de convocar a las masas y con potencial para aglutinar una eventual disidencia”.
Mientras estaba encarcelado, Rodriguez se mantuvo activo recibiendo visitas. “No cesaba de hablar a sus compañeros de prisión, y a los amigos que lo visitaban, de la necesidad de vengar a los Carrera”; anota Diego Barros Arana en su fundamental Historia General de Chile. Pero su prisión en Santiago, no duraría mucho, ya que el gobierno ya había decidido expulsarlo del país. “El traslado final a Quillota junto a la totalidad del Batallón Nº 1 Cazadores de los Andes responde, en el papel, a una nueva intentona de expatriación forzada a bordo de un buque como la que ya había fracasado en abril de 1817″, señala Campos.
De camino a Quillota, fue cuando el grupo debió pasar por Tiltil. Sería el último lugar que Rodríguez vería con vida.
Un asesino argentino
Barros Arana señala que Rodríguez fue sometido a una estricta vigilancia, porque a su juicio “había demostrado en otras ocasiones una rara habilidad para escaparse de la prisión”. Y su vigilancia fue encomendada al teniente Antonio Navarro, español de nacimiento pero que servía en el mencionado batallón.
Fue a él a quien se le achacaron los hechos que sucedieron. La noche del 26 de mayo de 1818, Rodríguez fue sacado del campamento y fue invitado a dar una vuelta por uno de sus celadores. Diego Barros Arana señala que estando en su compañía “recibió un balazo de fusil o de pistola, que lo hirió por la espalda, en la caja del cuerpo, un poco más abajo del nacimiento del brazo derecho y que enseguida fue ultimado por instrumentos cortantes, posiblemente con bayonetas, recibiendo, entre otras menores, dos heridas, una en la cabeza y otra en la garganta, que debieron determinar la muerte”.
Pero Barros no identificó al asesino de Rodríguez, dejando abierta la pregunta. La versión que más circuló culpaba a Navarro, repetida en variados manuales de Historia. Como el clásico Historia de Chile, de Walterio Millar. sin embargo, con los años, apareció un nombre. “El autor material de asesinato fue Rudecindo Alvarado, ello ha quedado ya suficientemente establecido, tanto en el libro Manuel Rodríguez: mártir de la democracia: análisis de un asesinato político, de Juan Pablo Buono-Core, como en Tras la huella de Manuel Rodríguez, de Javier Campos Santander, a mi juicio, el mejor biógrafo de Manuel Rodríguez en la actualidad”, señala Guajardo.
Campos por su lado confirma dicho nombre: “No ha sido suficientemente aclarado. La versión oficial que el gobierno divulgó en 1818 fue la del asesinato por parte del teniente español Antonio Navarro ante un supuesto ataque con cuchillo e intento de fuga. Luego de algunos meses preso, Navarro fue autorizado por O’Higgins y San Martín para marcharse a la provincia de Cuyo e integrarse a las tropas del general Belgrano. Sin embargo, en 1823 retornó a Santiago, ocasión en la que fue recapturado por algunos partidarios de Rodríguez y llevado ante la justicia. Esto originó un proceso judicial de cuyos interrogatorios se desprende que el autor material no habría sido Navarro, si no el comandante Rudencido Alvarado junto a un cabo y dos soldados, sin embargo Alvarado nunca fue interrogado por encontrarse ejerciendo entonces como Gran Mariscal y jefe de las fuerzas argentinas en el Perú”.
Consultado por este medio en 2019, el investigador Guillermo Parvex, autor de ¿Quién asesinó a Manuel Rodriguez? (Ediciones B, 2018) también se decantó por Alvarado. “Fue asesinado por los oficiales argentinos coronel Rudecindo Alvarado y por el mayor Severo García de Sequeira. El primero le disparó un tiro de pistola en el lado derecho de su espalda y el segundo le infirió heridas cortantes con su sable en el abdomen y cuello. Para ello contaron con la complicidad de los cabos argentinos de apellidos Gómez y Agüero, más el soldado de esa misma nacionalidad de apellido Parra. Estos tres últimos lo golpearon el cráneo con las culatas de sus fusiles y le infirieron heridas cortopunzantes con las bayonetas”.
¿Cuánto hay de influencia en la Logia Lautaro -la sociedad secreta a la que pertenecían O’Higgins y San Martín- en el asesinato? Campos responde: “Si bien es muy improbable que existan documentos que permitan confirmar la intencionalidad de la Logia, si debe tenerse en cuenta que O’Higgins, San Martín y el propio Alvarado formaban parte de ella, por lo que resulta muy difícil creer que el asesinato de un coronel del Ejército no fuese una decisión colectiva y premeditada. También les cabe una responsabilidad penal como director supremo, general en jefe y comandante de batallón en el momento del homicidio, y es posible hablar de un actuar negligente por nunca haber investigado el crimen ni devuelto el cadáver, de quien, supuestamente, había sido asesinado por un motivo justificado”.
La noticia de la muerte de Rodríguez se conoció pocos días después en Santiago, y fue un amigo suyo, Bernardo Luco, quien -incrédulo- se trasladó a Tiltil, donde se encontró con el cadáver del prócer y lo reconoció. Su muerte causó impacto, al ser una figura de arrastre popular. Aunque al decir de Ernesto Guajardo, las anécdotas que se le atribuyen (como haberle abierto el carruaje al gobernador español Marcó del Pont, y haberse puesto en un cepo haciéndose pasar por borracho para despistar a los españoles que lo perseguían) son algo muy difícil de poder verificar, tal como lo desarrolla en su libro citado. “Dado que es casi imposible determinar su veracidad, uno tiende a aceptar, por lo menos, su verosimilitud. En ese sentido, la anécdota del cepo, por ejemplo, pareciera tener, por sobre todas, muchos más elementos como para sostener que pudo haber ocurrido de la manera en que se relata. De hecho, hacia mediados del siglo XX se publicaron unas fotografías del lugar donde habría ocurrido el hecho, en la revista Zig Zag”.
“Ahora bien, sobre esto cabe señalar algunos otros elementos. En primer lugar, es necesario establecer una suerte de genealogía de la anécdota, a fines de ir viendo cómo se originó y desarrolló posteriormente, precisamente para poder determinar su verosimilitud. Así, por ejemplo, es posible reconocer que uno de los primeros anecdotarios fue recopilado por Ambrosio Valdés Carrera. Por otro lado, en lo que se refiere a los usos de la anécdota en la historia, soy un convencido de que su abuso, al momento de reconstruir la figura de Rodríguez, ha dificultado enormemente el poder establecer una interpretación histórica más ajustada a los hechos”.
Años después del crimen, en 1863, se erigió un monolito en el lugar de crimen. En la eternidad de la piedra, se grabó un sentido poema de Guillermo Matta dedicado al prócer.
“¡Jamás el héroe muere!
En la mano que le hiere
En página inmortal su nombre escribe,
Y el héroe mártir con su gloria vive”.