Lo había citado a una reunión en Providencia para conversar del libro en que estaban trabajando. Por ello, el editor Cristián Guerra -de Libros del Amanecer- llegó a la hora. Sin embargo, la silla del autor se llenó solo con el aire. “Era difícil juntarte con él, a veces no llegaba. Tu ponías una hora para la reunión, y no llegaba”, recuerda Guerra al teléfono con Culto. Sin embargo, también confiesa que se tomaba las ausencias de Erick Pohlhammer Boccardo con bastante deportividad. “Tú sabías que si él no llegaba daba lo mismo, era parte de su forma de ser. No me enojaba, porque al final, uno sabía que Erick tenía sus propios tiempos”. Añade que algo similar pasaba con los procesos de edición, pero no nos apresuremos.
Fallecido a las 6 de la mañana del pasado lunes 22 de mayo, Pohlhammer fue uno de los nombres relevantes de la poesía nacional. Lejos de la etiqueta que se le anclaba únicamente como “poeta de la felicidad”, para quienes tuvieron la oportunidad de tratarlo, su literatura -y su actitud- no solo apuntaba a esa dirección. Rosario Garrido, editora de la casa independiente Bastante, recuerda: “Erick era un tipo con muchísimo humor. Yo lo vi en situaciones como en lanzamientos de libros donde dejaba todo, como lo que hizo en la TV con Javier Miranda. Era bien delirante, y si bien tenía una zona más espiritual, en el fondo, era un tipo que rompía. Lo que pasa es que lo hacía con mucho encanto”.
Fue con poemas como su clásico Usted (1985), en que se dio a conocer con una veta lejana del aura sacramental en que se suele envolver a la poesía. “Usted va en la micro / la 4 la 1 o la Matadero Palma / va aburrida va preocupada va alegre / porque viene dormitando”. Ernesto Pfeiffer, quien lo publicó en la editorial de la Universidad de Valparaíso, comenta: “Ya desde su primer libro, En tiempos difíciles (1979) hay una poética donde está contenido todo lo que va a brotar después. Obviamente, el lado más parriano, pero también la idea de concebir la poesía desde la vida gozosa, también a través de los sentidos, y el humor. Son poemas conversacionales, menos cerebrales. Su poesía va desde esta primera fase, más terrenal, hasta una poesía espiritual que va mutando hasta convertirse en poesía zen. Ahí él se detiene a contemplar, a mirar”.
El poeta y crítico literario de Culto, Matías Rivas, comenta al respecto. “La poesía de Pohlhammer tiene la virtud de ser narrativa, con mucho relato, y a la vez, tiene grandes toques líricos. Era muy buen lector, le gustaba leer a los autores del Siglo de Oro español. Manejaba muy bien la parte musical de los poemas. Cuando uno lo lee, jamás se tropieza. Sus poemas están llenos de rimas internas. Tiene gracia innata, talento. Él tiene un lugar en la poesía chilena por su tono particular”.
“Lo otro, es que él fue capaz de escribir sobre la felicidad. Esos son temas complejos de abarcar, habitualmente la poesía o tiene melancolía o tiene rabia. Agarrar la felicidad no solo requiere impulso, también de una técnica que te permita expresar eso. Él lo hacía con metáforas o con el humor”.
Pfeiffer también recuerda cómo era Pohlhammer trabajando: “Trabajé con él en la antología Helicópteros. A la hora de corregir, lo que hacía era crear otro poema, cosa que me sacaba de quicio (ríe). De hecho, revisando sus cuadernos encontré poemas que tenían doce versiones distintas. Era un grafómano. Se tiene la idea de que era al lote, despelotado, pero no, era obsesivo a su manera”.
Cristián Guerra también tiene anécdotas similares: “Era bien riguroso, bien trabajador. Se tomaba en serio las correcciones. Él corregía y recorregía los poemas hasta 3 o 4 días antes que el libro se fuera a imprenta. Era bien detallista y meticuloso, eso muchas veces generó largas conversaciones entre él y yo para resolver cosas de versos o de poemas, porque le daba muchas vueltas a lo que escribía. De hecho, el Vírgenes de Chile que publicó con nosotros tiene muchos cambios respecto del original”.
Diálogos con los 80
Parte de la generación literaria de los 80, Pohlhammer convivió con un grupo de autores que se afincaron sobre todo en lo disruptivo, rompiendo con las estructuras más tradicionales. Paulo de Jolly, Diego Maquieira, Rodrigo Lira, por nombrar algunos. Todos guiados por la influencia más inmediata de Enrique Lihn, quien por esos años publicó libros fundamentales para la poesía nacional, como Al bello aparecer de este lucero (1983) o El Paseo Ahumada (1983). En ese bullente (y subterráneo) panorama, se insertó Pohlhammer.
“Lo veo dialogando con Lihn, con Lira, con el propio Nicanor Parra, quien estuvo muy cercano a esa generación como referente en la idea de ser iconoclastas, de experimentar, de jugar con el verso libre, a pesar de que Erick decía que era esclavo del verso libre -señala Pfeiffer-. Es interesante notar que al final de su vida tuvo una conversión en orden a buscar las formas métricas más tradicionales. El soneto, la lira. Ahora, lo que distingue a Pohlhammer de esos otros poetas, es la búsqueda de la felicidad como algo consciente, con la poesía zen. Eso no era tomado muy en serio por la parte más académica”.
Matías Rivas añade: “De su generación, yo creo que con el que más dialoga es con Rodrigo Lira. De hecho, uno de los poemas importantes de Lira tiene un epígrafe de Pohlhammer. Se emparentan por un tipo de poesía narrativa, agarraba el habla cotidiana, los juegos de palabras. También lo vinculo con Enrique Lihn, Nicanor Parra, Claudio Bertoni. Incluso lo veo conectado por poetas de generaciones anteriores, como con Carlos Pezoa Véliz”.
¿Qué leer de Pohlhammer si no se le conoce? Rivas señala: “Gracias por la atención dispensada (1986) es un gran libro, es su clásico. Vírgenes de Chile (2007), también”. Ernesto Pfeiffer suma: “En tiempos difíciles, por ser el primero. Es fundamental, hay que partir por ese libro. Luego, Vírgenes de Chile y Bajo la influencia de la poesía (2017)”.