Fue durante los días del ostracismo en Venezuela cuando Isabel Allende (80) escribió esa carta a su abuelo que terminó siendo La casa de los espíritus (1982). Desarraigada de su tierra, los asuntos de la inmigración y el exilio forzado comenzaron a rondar en varios de los volúmenes que publicaría en adelante.
“Hay temas que se me repiten -reconoce Allende a Culto desde el otro lado de la pantalla vía Zoom-. Escribo solamente sobre aquellas cosas que me importan mucho o que me duelen mucho. He estado escribiendo sobre la inmigración, los refugiados y el asilo político en varios de mis libros. Desde hace unos seis o siete años que vengo repitiendo esto porque me importa demasiado”.
Y es que el desarraigo es el hilo central de El viento conoce mi nombre, la nueva novela de Isabel Allende publicada a través de editorial Sudamericana. Un relato con bastante actualidad, y que configura una de las tramas más brutales de su trayectoria, aunque también una de las más esperanzadoras. En sus páginas, narra la historia de Anita, una niña salvadoreña de 7 años, casi ciega, quien es separada de su madre por la policía al intentar cruzar a Estados Unidos, siguiendo las directrices de la administración de Donald Trump.
Ambas habían sido ubicadas en las llamadas “Hieleras”, centros de detención de corto plazo en la frontera suroeste entre EE.UU. y México donde -según denuncias de organismos internacionales- los inmigrantes son albergados sufriendo temperaturas muy bajas y sin camas o servicios sanitarios adecuados. Todo a la espera de ser deportados o en algunos casos, admitidos. Ahí aparece Selena, una asistente social voluntaria de una ONG quien junto a un abogado, Frank, luchan por encontrar a la madre de la niña, y que se regularice su situación.
También aparece Samuel Adler, un nonagenario músico a quien la vida le tiene reservada una sorpresa. Inesperada para él, que ya pensaba haberlo vivido todo. Anita se le cruza en su camino y él decide recibirla en su casa porque su historia le recuerda en parte la suya: en 1938 debió huir de su natal Austria debido a su condición de judío. La persecución nazi se hacía cada vez más intolerable, y junto a su familia ven impotentes cómo crecen las escenas de violencia en torno a sus correligionarios, como la tristemente célebre Noche de los cristales rotos. Con dolor, su familia decide sacarlo en tren a Inglaterra, donde logra salvar su vida y rehacer su destino.
El interés de Isabel Allende en el tema inmigratorio no se agota en lo literario, ya que también lidera una fundación -que lleva su nombre- y que se ha comprometido con quienes buscan llegar a los Estados Unidos. “Mi fundación ayuda a financiar muchos programas y organizaciones que trabajan en la frontera con los refugiados que vienen mayormente de Centroamérica, y que no consiguen asilo en los Estados Unidos. Hay una situación de crisis humanitaria en la frontera, que se conoce muy bien. Uno de los dramas más graves fue en tiempos de Trump cuando se implementó la política de separar a las familias, quitarle los niños a los padres para, en el fondo, tratar de impedir que la gente viniera”.
“El resultado fue que comenzaron a mandar a los niños solos. A veces les quitaban a las guaguas de los brazos de sus madres. Muchos de esos padres y madres fueron deportados y nadie pensó en la reunificación. Entonces todavía hay niños flotando en el sistema, no encontraron a los padres”.
-Entonces, dado el trabajo de su fundación, fue natural que a usted le surgiera la idea de escribir esta novela...
Sí. Yo veo muchos casos muy de cerca. El tema de la inmigración está flotando en el aire, no solamente en Chile y en los Estados Unidos, sino que en todas partes. Ahora hay millares de refugiados de Ucrania, hay refugiados de todas partes que se van moviendo de un lado a otro. Es un problema global. Lo que pasa es que como ahora afecta mucho a Europa llama más la atención, pero siempre ha habido refugiados. Aparte de que está en el aire, y de que me toca muy de cerca, me parece que es una historia que hay que contar. Desde el punto de vista de una novela es un tema fascinante.
De hecho, los personajes están basados en gente que Isabel Allende ha tenido que tratar en el trabajo con su fundación. “Conozco asistentes sociales como Selena, varias. O sea, Selena es una síntesis de muchas de ellas que conozco. Existe una organización aquí que se llama KIND, que significa Kids in need of defence (Niños que necesitan defensa) y son 40.000 abogados que trabajan pro bono para representar a los niños ante los tribunales y pedir asilo. La mayor parte son mujeres porque no hay ni gloria ni dinero en esto. Pero a veces hay algún hombre. En el caso de mi personaje masculino, Frank, empieza a trabajar en eso porque le gusta Selena, no sabe en lo que se está metiendo y cuando se mete ya no puede salir”.
-¿Y el personaje de Samuel?
Había visto en la televisión entrevistas a algunos sobrevivientes del Kindertransport, esos 10.000 niños que salieron para Inglaterra. Vi una entrevista muy conmovedora con dos de ellos, que eran ya muy viejitos, y que habían sobrevivido. Además, hace muchos años atrás vi una obra de teatro en Nueva York que se llamaba Kindertransport y era sobre este tema, así que es una cosa que ha estado en mi memoria por muchos años.
-¿Cómo fue el proceso de escritura?
Primero, mucha investigación. Al final de la novela pongo los reconocimientos de la gente que me ayudó, que son muchas de las organizaciones con las cuales nosotros trabajamos. Ellos me ayudaron con todos los detalles legales, con los casos, con todo lo que pasa en la frontera. Y entonces una vez que tuve una base de datos de información, ya fue cuestión de ir armando la novela. Yo ya tenía la idea de unir el caso de Anita con algo que pasó poco antes de la Segunda Guerra Mundial con los niños judíos, cuyos padres se separaron de ellos para enviarlos a Inglaterra y escapar de los nazis. Más del 90% de esos niños nunca más vio a su familia.
-En esta novela hay referencias al pasado, a la Noche de los cristales rotos y la infancia de Samuel Adler. ¿Qué considera que es lo más interesante en unir el pasado y el presente?
Cuando uno ve el pasado, te das cuenta de que muchas historias se repiten. Y aunque es cierto que la humanidad evoluciona y que estamos mucho mejor que hace 100 años, a veces las cosas se repiten en forma tan similar que da pavor. Yo creo que al conocer el pasado uno tiene una perspectiva para juzgar el presente y tal vez para evitar los errores que se cometieron.
-En el pasado está su propia historia de desarraigo...
Yo creo que mi condición de ser una persona desarraigada me permite tener más empatía y más comprensión por lo que le sucede a la gente. Nadie deja su casa, su idioma, su familia, sus hijos para irse a otra parte si no es por absoluta necesidad. O estás tratando de salvar la vida, o tienes que mantener a tu familia trabajando en otra parte para mandarles plata, que es lo que pasa con la mayor parte de la gente que viene aquí. Y es muy distinto ser una persona que pide asilo o un refugiado que un inmigrante, porque el inmigrante generalmente es una persona joven que decide irse para mejorar su vida y que no mira para atrás, no está pendiente del pasado, está pendiente del futuro. En cambio, un refugiado o una persona que tiene que salir por necesidad, lo único que quiere es volver.
-El viento conoce mi nombre, es una frase de Anita la que le da el nombre a la novela. ¿Por qué escogió ese título?
Porque, entre otras cosas, los niños que llegan al sistema pierden el nombre, porque como los están moviendo de un lado para otro, nadie puede pronunciar su nombre, así que les ponen un número. Entonces, Anita es un número, pero ella sabe que tiene un nombre y Selena siempre se lo está recordando.
Pero en esta novela, Isabel Allende también le saca lustre a su dimensión feminista. Al tratar de ubicar a la madre de Anita, Selena y Frank van internándose en una historia de maltrato, acoso y violencia. De hecho, en un minuto la abuela de Anita -quien es la única familiar ubicable en El Salvador- dice como una sentencia: “Esta es una guerra contra las mujeres”. El tema no le es indiferente a la autora nacional.
“El femicidio en México, en El Salvador, en muchas partes es un problema nacional en que a las mujeres las raptan, las violan, las matan con absoluta impunidad. Mi fundación trabaja con mujeres y niños en muchas partes del mundo. Hay un programa que nosotros ayudamos a financiar que se llama Demasiado joven para casarse, y eso está tratando de impedir que los padres vendan a las niñas de ocho, nueve, diez años en matrimonio con unos tipos que son 40 años mayores que ellas porque no las pueden mantener. Necesitan el dinero y las venden. Esas niñas se llamaban hasta hace poco Niñas novias, ahora se llaman Las novias del arroz porque las cambian por arroz en algunas aldeas de Afganistán, debido al hambre. En esas mismas aldeas la gente vende los riñones para órganos de trasplante. Esa es la realidad que estamos viviendo”.
De la pandemia y Chile
La novela también toca los días en que el mundo debió encerrarse debido a la pandemia del coronavirus. El anciano Samuel Adler debe -de un momento a otro- adaptarse a las tecnologías y a las reuniones por Zoom. Prepara su casa y aunque debe resignarse a no dar más charlas ni actividades musicales en directo, la compañía de Leticia -la empleada doméstica- lo ayuda a pasar el encierro. Isabel Allende confiesa que la pandemia fue un momento especial para ella.
“Yo la viví bien porque estaba recién casada. Entonces fue como una eterna luna de miel. Estuve encerrada escribiendo, saqué tres libros a los dos años de la pandemia. Y ahí decidí que muchas de las cosas que hacía antes no son necesarias. Ya no viajo por trabajo a ninguna parte. No hago la mitad de las cosas que hacía antes, ni conferencias ni paneles, ni seminarios, ni clases, ni nada. Todo eso se fue. Cuando me preguntan, ¿cuándo te vas a jubilar? Yo digo que estoy jubilada de todo lo que no quiero hacer y sigo haciendo lo que me gusta, que es escribir”.
-¿Y cómo lo hizo con el tema tecnológico?
(Ríe) Por suerte tengo a mi hijo Nicolás, que es el experto en tecnología de la familia, y él trabaja aquí al lado, a doce minutos de esta oficina. Entonces él me ayuda con todo. No estaría aquí conversando contigo si no me hubiera instalado el Zoom y todo lo demás.
-Y hablando de eso, ¿tiene alguna opinión sobre Chat GPT y la inteligencia artificial?
Es sumamente grave para un escritor. Imagínate que cualquiera le pone el tema y te escupe la novela en 30 segundos. Es grave, sí, pero también es un desafío. Y lo que dice mi hijo es que hay que aprender a utilizar esta cosa maravillosa que es la inteligencia artificial a tu favor. Mi nieto Alejandro usa inteligencia artificial en su trabajo. Él es un programador. Dice que su productividad es diez veces mayor. La tecnología no ha reemplazado la creatividad, pero la ha agrandado de una manera fabulosa. Pienso que tal vez me ayude en mi trabajo. En vez de que sea un enemiga, hacerla mi aliada.
-¿Le tiene miedo a la inteligencia artificial?
No, nada me da miedo a esta edad. Absolutamente nada.
Otro tema que es inevitable al hablar con Isabel Allende, es sobre la contingencia. Esta entrevista se hizo solo dos días antes de las elecciones de consejeros que redactarán la nueva Constitución. Desde Estados Unidos, donde reside, la autora de Eva Luna no le ha perdido pisada al Proceso Constituyente.
“Yo lo veo con mucha preocupación. Cuando llegó a la presidencia el proyecto de Boric, venía con un gran entusiasmo popular por cambiar el país. Una visión del país con paridad de género, con inclusión, con diversidad, con preocupación por el planeta y la naturaleza, por tantos temas que hacían que el proyecto anterior de Constitución fuera la más progresista del mundo y que era un proyecto para Chile. Es un país que es el que se detiene y dice ¿qué país queremos? Y este crea un sistema, una Constitución para ese país inventado, imaginado. Bueno, eso se fue al diablo y entonces ahora tenemos la posibilidad de que la Constitución sea realmente un proyecto de la derecha. Y eso es muy grave. Pero bueno, las cosas van en zigzag. Es la ley del péndulo que va y viene. En los años de mi vida yo he visto que la humanidad progresa, evoluciona, pero con culatazos y retrocesos”.