La relación de Walter White (Bryan Cranston) y Jesse Pinkman (Aaron Paul) siempre fue de altos y bajos. Suerte de padre e hijo postizo (antes, profesor y alumno), el dúo atraviesa aguas oscuras una vez que unen fuerzas en la fabricación de metanfetamina y deben encarar toda clase de adversidades en Albuquerque.

Buena parte de esos conflictos son inherentes a sus propias debilidades e incompatibilidades. Y la adicción de Jesse a las drogas es una de ellas. Luego de montar una estructura de negocio que empieza a funcionar –tras asociarse con Gus Fring (Giancarlo Esposito) en la distribución del producto–¸ Walter está preocupado por el consumo de heroína de su compañero, una bomba que en cualquier instante podría estallar y provocar la caída de su incursión en el narcotráfico.

Ambos chocan al comienzo de Phoenix, la penúltima entrega de la segunda temporada de Breaking bad. Jesse le exige el pago de su parte, pero su dupla se lo niega hasta que demuestre que está sobrio. En ese momento Jane (Krysten Ritter), la novia de Jesse, amenaza con revelar su faceta criminal si no le entrega el dinero a su pareja. White no tolera el chantaje y se retira ofuscado.

Dirigido por Colin Bucksey y escrito por John Shiban, el episodio es uno de los dos favoritos de Cranston de toda la serie (el otro es Felina, el último de la ficción). Parte de ello puede atribuirse al gran tema del capítulo: la paternidad y el costado más espinudo de esta.

En la historia aparece el padre de Jane, Donald Margolis (John de Lancie), un hombre desesperado por la recaída de su hija luego de más de un año alejada de las drogas. Enterado de su relación con Jesse, lo culpa del estado de su hija y entra en una discusión que casi llega a los puños, para más tarde refugiarse en un bar donde tiene una charla casual con un extraño, nada más y nada menos que Walter White.

Por su lado, el hombre detrás de Heisenberg se pierde el nacimiento de Holly, su segunda retoña junto a Skyler (Anna Gunn). Fiel a la doble vida que se ha creado para financiar su tratamiento contra el cáncer, miente sobre los motivos que le impidieron llegar a la hora al hospital. Luego, orgulloso, le muestra a su pequeña heredera la importante cantidad de dinero que ha ganado durante las últimas semanas y que almacena en su casa. Y en el cierre del episodio regresa a la casa de su otro hijo, su socio de negocios y constante dolor de cabeza.

Foto: Lewis Jacobs/AMC

El zar de la metanfetamina encuentra a Jesse desplomado en su cama junto a su novia. Pese a sus mejores intentos por despertarlo, Pinkman no reacciona y de pronto se da cuenta de que Jane se empieza a ahogar con su propio vómito. Su instinto le dice que debe socorrerla, pero se detiene en seco. Sólo la observa mientras muere y su pareja está a su lado sin poder hacer nada. En los segundos posteriores a su muerte, a White le caen algunas lágrimas, aunque luego la frialdad se apodera de su expresión. No hay palabras, pero sabemos que está más tranquilo sin que ella exista en el complejo mapa de Albuquerque.

Esa es una de las escenas más desgarradoras de Breaking bad, y así lo recordó Cranston en 2015. Invitado a Inside the Actors Studio, le confesó al presentador James Lipton que “en un momento, vi la cara de mi hija en lugar de la de ella”.

Taylor Dearden Cranston es 12 años menor que Krysten Ritter, la actriz que encarna ese personaje, pero por un instante inevitablemente imaginó que era ella quien agonizaba en la cama junto a Jesse Pinkman. “Ella es una niña pequeña, es lo suficientemente joven como para ser mi hija. Y supongo que por eso cerré los ojos, no estoy seguro. No recuerdas los detalles”, agregó frente a su entrevistador, enfatizando el “precio emocional” que existe detrás de la labor del actor.

La escena, que ha perturbado a espectadores desde su emisión, en 2009, volvió a ser examinada este año. Ahora en el estudio de The Kelly Clarkson Show, el intérprete se detuvo en su oscura trastienda.

Foto: Lewis Jacobs/AMC

“(A pesar de) estar preparado para eso, de repente, su rostro desapareció y apareció el rostro de mi hija real, y yo estaba viendo morir a mi hija real”, explicó. “Es el riesgo emocional por el que pasan los actores, tenemos que ponernos en una posición de vulnerabilidad para que eso suceda, porque estás dispuesto a adentrarte en lo desconocido”.

Con toda justicia, Cranston ganó el segundo de sus cuatro Emmy por ese episodio de Breaking bad. Además de brindar una portentosa clase de actuación en pantalla, aprendió unas cuantas cosas sobre humanidad y el vértigo de su profesión.

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