Por afinidades o gustos, en más de una oportunidad en la música chilena se han generado vínculos entrañables y románticos entre músicos y músicas. En julio de 1966, algo así fue lo que se formó entre Violeta Parra y Pedro Messone. Todo ocurrió entre la convivencia diaria de la Gira Chile Ríe y Canta, entre el domingo 17 y el martes 19 de ese mes, con dos funciones diarias y que llevó a la cantante a la Patagonia.

Así al menos lo cita Víctor Herrero en su libro Después de vivir un siglo. Una biografía de Violeta Parra (Lumen, 2017). El tour era financiado originalmente por el Banco del Estado, pero cortó la ayuda tras la molestia que les causó a los gerentes la canción de Rolando Alarcón Yo defiendo mi tierra; ahí fue la Corporación de la Reforma Agraria la que financió el espectáculo.

Fue en esos días en el frío antártico del sur del mundo, en presentaciones en Punta Arenas, cuando surgió una chispa entre ambos. No iban solos, también estaban en el grupo Sergio Sauvalle (de Los Huasos Quincheros), Silvia Urbina, Rolando Alarcón y Patricio Manns. Nombres clave del neofolclor chileno, el movimiento que precedió a La Nueva Canción Chilena y que amplificó la canción de raíz hacia las masas, vistiéndola con otra estética y con una cáscara más pop.

En ese tour, Manns y Messone eran los mejor pagados, por tratarse de los más célebres.

Pero Manns, en el libro, gira el foco hacia otros hechos: “La Violeta estaba enamorada todo el tiempo, ¡y se enamoraba como colegiala! Él era un lolo que andaba con puras lolitas del barrio alto, pero salieron a caminar, se tomaron unos tragos, se calentaron, se fueron a un hotel y se echaron un polvo”. También es citado René “Largo” Farías: “La vimos enamorarse del cantor de moda en ese tiempo y allí nació Volver a los diecisiete”.

Violeta Parra en 1958. Foto de Quequo Larraín.

Farías no exagera. Había una notoria diferencia de edad entre ambos, ya que Messone era 20 años menor que ella. Aunque el recién fallecido cantante sitúa la relación por otros confines más alejados del amor y con el tiempo le bajaría el perfil a un posible amorío: “Ella tenía la imagen y la importancia de una persona mayor. Se comportaba de manera maternal con el resto”.

Pero tal como señala Farías, lo que sí dejó ese breve e intenso vínculo, fue justamente una de las canciones que harían inmortal a Violeta. Fue en la parte final de la gira, cuando el bus ya se encontraba camino al aeropuerto y se detuvo brevemente en una de las playas agrestes de la región de Magallanes. Ahí todos aprovecharon de bajar, estirar las piernas, recoger piedras y conchas. Parra y Messone se alejaron un tanto del resto. Tras un rato, les gritaron que debían volver.

Messone relata: “Miro hacia atrás y veo que la Violeta viene sin ningún aspecto atlético, incómoda. Me volví y le pregunté: ‘¿Qué te pasa?’, ‘¿Te ayudo con la bolsa?’ La tomé del brazo, después de la mano. ‘Apúrate, apúrate’, le decía. ‘Ahh, cómo se te ocurre que me vas a hacer correr? Si no se pueden ir sin nosotros dos’. ‘Vamos, parecemos cabros de 17 años’, le dije. ‘¿Qué me dijiste, que parecíamos algo de 17?’. ‘No sé, que parecemos cabros chicos de esa edad, corriendo y jugando a las carreras, recogiendo conchitas’, le respondí”.

Lo siguiente que vio Messone, ya en el bus, fue a Violeta tomando lápiz y papel escribiendo algo. La idea de los 17 le había quedado dando vueltas. ‘¿Qué estás escribiendo?’, le pregunté. ‘No, nada’, y guardó el papel. En el avión siguió escribiendo. Ella siempre escribía en papeles”.

El tema cobraría vida en noviembre de 1966, en el fundamental disco Las últimas composiciones, ahí, como segundo tema de la cara B, estaba Volver a los 17, junto a otros tan relevantes como Gracias a la vida, El Albertío o Mazúrquica Modérnica.

Pocos meses después, en febrero de 1967, la artista pondría fin a su vida con un disparo, en su carpa de La Reina.

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