Le había hecho la invitación, pero no sabía si llegaría. Sin embargo, ante los sorprendidos ojos de Cristián Warnken, apareció Jorge Teillier Sandoval. Vestido impecablemente, con un vestón gris, camisa blanca y corbata roja. Parecía un funcionario bancario. El poeta fue parte de las primeras entrevistas del programa La belleza de pensar, que en 1995 transmitía el canal de cable ARTV.
“Para mí fue muy emocionante que él llegara a la entrevista, porque no estaba muy bien -recuerda Warnken al teléfono con Culto-. Pero llegó, se preparó, se vistió con chaqueta y corbata. Le dije: ‘Oye Jorge, te vestiste súper elegante’, y él me respondió: ‘Es que a los poetas en Chile no se les respeta’, y me dio ejemplos de otros países donde a los poetas se les hacía descuentos en parques de entretenciones y lugares así”.
Poco después, el 22 de abril de 1996, Teillier falleció dejando un legado fundamental en la poesía chilena. Esa huella es la que recoge la antología Cuando todos se vayan, que publica Ediciones Universidad de Valparaíso y que da un paseo por los libros del vate oriundo de Lautaro. También por su trabajo narrativo, incluyendo el cuento Las persianas y sus publicaciones en periódicos.
Warnken, editor, profesor de literatura y conductor en radio Pauta, estuvo involucrado en el trabajo de selección de los poemas. “En Teillier yo hablaría de la poética del regreso, es decir, el regreso al originario, el regreso a la aldea, a un mundo más humano, el regreso a través de la memoria”.
“Ese es un motivo muy antiguo en la historia de la literatura -añade Warnken-. Ulises regresa a Itaca, después de un largo viaje, y yo siento que Teillier de alguna manera intenta regresar a Itaca. Pero no es un regreso fácil”.
El editor Ernesto Pfeiffer también participó en la selección de la antología, y comparte la idea de Warnken. Para él, Teillier está mucho más allá de la etiqueta de “Poeta de los lares”, al que se le suele asociar por su interés en lo campesino. “Hay un regreso a los dominios perdidos. Busca volver al paraíso perdido, al orden inmemorial, donde las cosas estaban en armonía, y yo creo que su poesía está contenida en uno de sus primeros poemas, Otoño secreto (1956)”.
Parte de los versos en cuestión dicen: “Cuando las amadas palabras cotidianas / pierden su sentido / y no se puede nombrar ni el pan / ni el agua, ni la ventana / y ha sido falso todo diálogo que no sea / con nuestra desoladora imagen”.
“Eso es la incapacidad de las palabras de nombrar, y a la vez el recuerdo -explica Pfeiffer-. Rememora cosas como las manzanas puestas a guardar. Ahí está toda su poética. Aunque después de Muertes y maravillas (1971) empezó con otra variedad de registros. Se va simplificando, depurando. No lo veo tan orgánico como la primera parte. Eso sí, el caso de Teillier es de esos donde parece que siempre está escribiendo el mismo poema”.
En 1994, en una extensa entrevista que concedió a la revista Simpson 7, Teillier comentó que por entonces, estaba leyendo a los poetas suecos ¿Por qué? porque se aproximaban a su forma de entender la poesía. “Tienen mucho que ver con los chilenos. Sobre todo con los del Sur de Chile. Con poetas muy de paisaje. Todas sus ciudades están dentro del paisaje. No han perdido el concepto del bosque, la nieve, la lluvia, los elementos; las ciudades son un lugar donde estar no más, pero realmente viven con la naturaleza”.
Esa dimensión paisajística, Teillier también la desarrolló en otro formato. En el citado Muertes y maravillas, hay una sección llamada Cosas vistas -que la antología reproduce de manera íntegra-. Ahí entrega una serie de poemas breves, en estilo Haikú, el tradicional formato de poesía corta japonesa. No siempre los autores occidentales salen airosos de tal ejercicio (Mario Benedetti es un caso lamentable), pero Teillier lo logra.
“Tiene unos poemas breves muy deslumbrantes -indica Warnken-. Hay uno que dice: ‘Nieva / y todos en la ciudad/ quisieran cambiar de nombre’. Eso es un Haikú. Ahora, no es un Haikú ortodoxo, porque en el sentido estricto los poetas japoneses antiguos -como Bashō o Issa- evitaban cualquier conceptualización o cualquier imagen muy abierta. Son poemas muy precisos, muy concretos. Pequeñas iluminaciones muy cotidianas. En el caso de Teillier hay más una reverberación mítica, más significación. Son Haikú, pero pasados por la nostalgia teilleriana”.
Ernesto Pfeiffer también comenta ese paso de Teillier por el formato nipón. “Es notable ese ejercicio, porque es un Haikú a la chilena, y me recuerda harto a la poesía de (Gonzalo) Millán. Porque hay una forma de enfocar y de ver, haciendo yuxtaposición de imágenes, a veces usando close up. Dejaba constancia de lo visto llevado a su propio tono”.
Warnken nos cuenta que esa entrevista en La belleza de pensar no fue su primer encuentro con Teillier. Con él, había compartido muchas veces. “La primera vez que lo conocí fue cuando estaba en el colegio. Estudié en el Alianza Francesa y fuimos un grupo del taller literario a verlo, a la casa donde alojaba, en Las Condes. Fue en el 78-79. Él me regaló una edición de Para un pueblo fantasma (1978) y en la dedicatoria me puso: ‘Para Cristián, cristianamente’”.
“Él era una persona de trato cordial, conversaba con la gente de la calle, hasta con los mendigos -recuerda Warnken-. Los saludaba como si fueran príncipes. Tenía mucho sentido del humor y era muy irónico. Era bonito hablar con él, tenía una energía distinta a los escritores de la ciudad”.
Como parte de la Generación literaria de 1950, Teillier fue contemporáneo de otro coloso de las letras nacionales, Enrique Lihn. Sin embargo, es conocido que ambos no tenían la mejor relación. Warnken es sobrino del autor de La pieza oscura, y no elude el bulto. “Yo admiro mucho a Enrique Lihn, pero hizo unos comentarios bien irónicos sobre Teillier, decía que era una ‘poesía de ovejas’, como de campo. Yo creo que ahí se equivocó”.