El choque de Martin Scorsese y la religión: fe en contradicción
El director de Taxi Driver se ha definido a sí mismo como “un creyente con algunas dudas”, pero eso no lo ha limitado en su exploración de la culpa, la redención y otros aspectos que definen el cristianismo. En medio de un 2023 en que llega con un nuevo filme, acaba de confirmar que está trabajando en un proyecto en torno a Jesús.
Debido a que padecía asma, Martin Scorsese (Nueva York, 1942) no fue un niño que pudiera disfrutar de los deportes ni de involucrarse en actividades demasiado vertiginosas. Eso facilitó que sus padres, dos inmigrantes italianos, lo llevaran con frecuencia al cine y se enamorara de la que sería su gran pasión como menor de edad y luego como adulto.
Prácticamente en paralelo, la religión también ocupó un espacio preponderante durante sus primeros años de vida. Asistió a un colegio católico fundado por las Hermanas de la Caridad de Nueva York y más adelante, por consejo de un sacerdote cercano, ingresó a estudiar en un seminario. Sin embargo, los encargados lo invitaron a que desistiera después de apenas un año, a causa de ser “muy malo en mis estudios y comportamiento”, según sus propias palabras.
Producto de ese rechazo de la institución eclesiástica, no se convirtió en cura ni en misionero, sino que en director de cine, uno curtido tanto en la misa como en los códigos de la calle. Desde su ópera prima, Who’s that knocking at my door (1967), el elemento religioso se filtró en sus imágenes y personajes. En esa película el protagonista es un joven italoamericano desempleado y católico (interpretado por Harvey Keitel) que abandona su vida de parranda cuando se enamora de una mujer con estudios (Zina Bethune). J.R., como lo conoce el mundo, es un alma atormentada y compungida que al final de la cinta encuentra refugio en la iglesia.
Calles peligrosas (1973), su tercer largometraje y su primera gran obra, fue más evidente en esa búsqueda, erigiéndose como un relato sobre la culpa y la redención en el contexto de las experiencias de una pandilla de barrio. Transparenta su objetivos desde un inicio a través de una voz en off que anuncia: “Los pecados no se redimen en la iglesia. Se redimen en las calles. Se redimen en casa. El resto es cuento y tú lo sabes”.
Scorsese se ha definido como un “un creyente con algunas dudas. Pero las dudas me empujan a buscar un sentido más puro del otro, un sentido más puro, si se quiere, de la palabra ‘Dios’”. Aunque la fe no ha sido el motor de cada una de sus películas, es una hebra que ha acompañado toda su filmografía, definiendo lateralmente a algunos de sus personajes más renombrados en la pantalla, como Travis Bickle (Taxi driver, 1976), Jake LaMotta (Toro salvaje, 1980) y Eddie Felson (El color del dinero, 1986). Criaturas complejas que obedecen al intranquilo imaginario de su creador.
Su intento más frontal por abordar el corazón de la religión es, qué dudas cabe, La última tentación de Cristo (1988), su adaptación de la controversial novela del griego Nikos Kazantzakis. Llegó a los cines precedida de críticas de diferentes sectores de la iglesia y en varios países (incluido Chile) ni siquiera se mostró debido a la censura.
Más allá de que el cuestionamiento de la época fue desmesurado, lo más interesante es que el director se permitió trabajar al protagonista en su plano más humano y agobiado, en una estructura en que los ejes son Jesús (Willem Dafoe), Judas (Harvey Keitel) y María Magdalena (Barbara Hershey). Aunque el filme reconoce que el Mesías no tiene vía de escape y debe cumplir con la voluntad de Dios, se permite estudiarlo en la duda y seducido por el demonio, hasta el punto de que Judas no sólo es quien lo traiciona sino quien evita que caiga en la tentación.
Puede que no haya generado el mismo nivel de revuelo, pero Silencio (2016) ofreció al público preguntas tanto o más incómodas. También basada en una novela (publicada por Shûsaku Endô en 1966), es la historia de dos jesuitas portugueses, Rodrigues (Andrew Garfield) y Garupe (Adam Driver), que llegan a Japón con la misión de determinar el paradero de su maestro, Cristóvão Ferreira (Liam Neeson).
Es el siglo XVII y el dúo se encuentra con que los católicos que viajan a esas tierras son obligados a apostatar, o sea, a abandonar su fe, a menos que prefieran un castigo mayor y más cruel. El propósito de su tarea se cumple, pero, para desconsuelo de Rodrigues, su mentor se ha apartado del catolicismo y no hay modo de que eso se revierta.
En consecuencia, el personaje de Garfield inicia su propio periodo de cuestionamiento personal, dando paso a profundos momentos de duda que dialogan bien con las escenas de vacilación de La última tentación de Cristo. Scorsese, un cineasta definido por su ímpetu y su negativa a seguir pautas ajenas, filma esos pasajes con una intensidad que conmueve más allá del grado de afinidad del espectador con la religión.
Son imágenes que vuelven a la memoria ahora que el octogenario director de Buenos muchachos (1990) confirmó que está trabajando en un nuevo proyecto cinematográfico en torno a Jesús. Lo reveló esta semana tras mantener una audiencia privada junto al Papa San Francisco en el Vaticano, en el marco de la realización de la conferencia para la Estética Global de la Imaginación Católica. No entregó más detalles ni especificó si está ligado a una idea anterior (alguna vez pensó en hacer una cinta del Evangelio ambientada en una Nueva York contemporánea), pero eso debiera despejarse en breve.
Será un tema de conversación obligado cuando se acerque el debut de Killers of the Flower Moon, su primer filme con Leonardo DiCaprio y Robert De Niro en la misma historia, que arribará a las salas en octubre de este año.
También lo serán las palabras que compartió en la previa a su estreno en el Festival de Cannes. “Se me ha abierto el mundo entero, pero es demasiado tarde (…) Quiero contar historias, y no hay más tiempo”, señaló con resignación al portal Deadline. Si todo camina bien, al menos habrá margen para otra película sobre su fe en contradicción.
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