Fue un guiño al pasado. Antes que Lorena Amaro Castro fuera una de las destacadas críticas literarias del país, y Doctora en Filosofía, Licenciada en Estética y Magister en Teoría Literaria, fue periodista. Sin embargo, fue una carrera que cortó rápidamente, “aunque alcancé a trabajar en varios diarios entre los 21 y los 25 años”, comenta a Culto. Esa historia trunca se la estaba comentando al editor de Montacerdos y de repente ahí lo vieron. El rebote del pasado hizo eco en el presente y tomó cuerpo la idea de que Amaro hiciera un libro con entrevistas a escritoras latinoamericanas.
Así, durante el 2022, Amaro se puso manos a la obra y realizó una serie de charlas con escritoras latinoamericanas de primera línea. Esas charlas hoy aparecen compiladas en el volumen Recolectoras, que publica la casa editorial independiente Montacerdos. En el volumen, aparecen las charlas que la crítica literaria tuvo con Mariana Enriquez (Argentina), Nona Fernández (Chile), Liliana Colanzi (Bolivia), Alejandra Costamagna (Chile), Verónica Gerber Bicecci (México), Fernanda Trías (Uruguay), Claudia Ulloa Donoso (Perú), Selva Almada (Argentina), Margarita García Robayo (Colombia) y Samanta Schweblin (Argentina). De alguna manera, los nombres más representativos del “boom” de autoras latinoamericanas que desde hace al menos una década viene publicando libros importantes en el panorama editorial de esta parte del globo.
- Estas entrevistas las fuiste realizando durante el 2022, ¿Por qué solo mujeres?
-Comencé a hacer investigación sobre género y feminismo como ayudante en la universidad, ya en 1995. Desde entonces he trabajado diversos temas que dicen relación con eso. En cuanto a este libro, yo estaba trabajando con un corpus de narradoras desde 2017, cuando levantamos un proyecto con Fernanda Bustamante (FONDECYT), con un listado larguísimo de autoras de todo el continente. Nos movía, en ese momento, la idea de que habían pasado 30 años desde el famoso Congreso de Literatura Femenina que se hizo en Chile y en que participaron poetas, narradoras, críticas. Valeria Luiselli había escrito hacía poco una columna muy crítica del feminismo. Daba para preguntarse hasta qué punto las escritoras se alineaban o no con las propuestas feministas y cómo esto se plasmaba en sus escrituras. En ese momento todavía no se hablaba de un “boom” de narradoras. Empezamos a estudiarlas, entonces, sin que hubiese el mismo interés que existe ahora, tratando de entender hasta qué punto había continuidades y diferencias estéticas y también políticas entre las que estaban en nuestro corpus de trabajo (nacidas después de 1970, con más de un libro publicado, que circularan, además, fuera del país de origen) y las generaciones anteriores.Queríamos hacer una “carto(corpo)grafía” de esta narrativa y de su articulación feminista, y en el camino decidí hacer estas entrevistas de autoras a las que había leído bastante, deseaba revisar todo su trabajo.
-¿Y por qué estos nombres?
-No pensé la lista como un canon. No las une ser “las diez mejores” o “las diez más conocidas” o “las diez con mayor proyección”, como se suele hacer este tipo de selecciones. Tampoco me veía constreñida por los criterios que formalizan el trabajo académico, donde tienes que justificar mucho tu corpus de trabajo. Me preocupa, en verdad, que en la universidad muchas veces se estudie la literatura sin que medie el placer lector en los criterios de selección de un corpus. En mi relación con los textos de estas escritoras media ese placer, el disfrute y también la afinidad ideológica con ellas. Con casi todas había podido hablar antes de las entrevistas, las conocía, así que eso ayudó, yo creo, a sostener conversaciones que sentí muy fluidas, lo que me interesaba mucho. Lo resalto en el título del libro, la palabra “conversación”. Siento que a causa de Internet hoy las entrevistas, muchas realizadas como cuestionarios escritos (y se entiende, porque cada vez tenemos menos tiempo para todo), ya no presentan, casi, contrapreguntas, disgresiones…se ha perdido mucho la contrapregunta, el ir pensando en conjunto. En algún caso me ofrecieron responder la entrevista solo por escrito y desestimé más de una entrevista por ese motivo. Y me interesaba algo más: en las entrevistas a escritores, la máquina neoliberal lleva a preguntarles casi siempre por el último libro, sin hacer acopio del pasado, de la experiencia que hay en ese trabajo. Me propuse leer a estas autoras desde sus inicios y conversar con ellas una trayectoria. Tal vez esa sea la mayor gracia del libro.
-En el prólogo, señalas que el llamado “Boom femenino” “sólo contribuye a maquillar las desigualdades estructurales y las asimetrías de poder que siguen existiendo en el ámbito cultural”. ¿De qué manera tu libro es una respuesta a eso?
-Sí, me parece que el “boom femenino” es un titular promovido por el mundo editorial español, que maquilla o encubre las desigualdades que efectivamente siguen existiendo en el campo cultural tanto de ese país como de los nuestros. Es una interpretación exitista del trabajo escritural. Es por eso también que hace algunos años me opuse de manera tan terminante al eslógan “todas las escritoras somos todas las escritoras”, que postulaba una igualdad, cuando las experiencias en el campo cultural son tan disímiles y hasta hoy tan marcadas no solo por el género, sino también por la clase social, la raza, la edad, etc. Por otra parte, muchas de las escritoras que efectivamente han pasado a formar parte del mainstream, no podrían vivir solo de sus libros publicados, cuando, por el contrario, el concepto de “boom” pareciera afirmar un impacto brutal en el mercado.
Es que el famoso “boom” no se traduce en tranquilidad para poder escribir; el mercado obliga a escritoras y escritores, a los artistas e intelectuales, a promoverse, a destinarle tiempo a su imagen para poder formar parte del campo (no digo ya de alguna discusión pública, cuando lo público se ve tan diezmado). Las mismas autoras del “boom” reclaman, también, que se las haya “invitado a la mesa” de la literatura, pero a condición de que hablen de mujeres o de temas considerados propios de estas autorías (maternidades, violencia de género, etc.). Entonces, el “boom” no se traduce en más poder o en más reconocimiento de su autoridad o su valor intelectual. Desde luego que hay temas que el feminismo afortunadamente ha puesto en agenda, pero eso no tiene por qué reducir o limitar el universo de nuestras intervenciones. Eso es un tremendo problema, porque siguen siendo los hombres los que se arrogan la universalidad del conocimiento y la estética. Y es aquí donde creo que el libro hace su contribución y constituye una respuesta al ghetto: si bien solo entrevisto escritoras, no nos limitamos a hablar de literatura de mujeres, o del famoso “boom” editorial, que ya es casi una muletilla. Uno de los propósitos que me hice con el libro fue hablar de todo, principalmente de algo que hoy a las escritoras se les pregunta poco: sus ideas acerca de la literatura. Y eso está presente desde los títulos que escogí para cada conversación.
-¿Alguna declaración que te haya sorprendido de alguna de ellas?
-La verdad es que todas las conversaciones fueron muy naturales y disfruté cada una, porque pude preguntarles cosas que realmente me producían curiosidad de su trabajo como escritoras. Me sorprendieron algunas ideas que descubrí luego, haciendo las transcripciones y editando esos textos, algunas continuidades o resonancias entre ellas. Me encantó, por ejemplo, hablar con Fernanda Trías sobre la cuestión del dinero en sus relatos, y cómo la carencia de dinero y el esfuerzo físico de los personajes finalmente le van dando una estructura a sus narraciones. Con Liliana Colanzi me gustó mucho ir descubriendo, con ella, ciertos mecanismos menos visibles de un cuento suyo alucinante, La ola. Aunque la conocía de antes, me encantó el desenfado y la inteligencia de Mariana Enriquez, la forma en que te envuelve en sus estéticas fetichistas. No sé, con cada una me entretuve un montón. Y me llamó mucho la atención que varias mencionaran entre sus lecturas de juventud a Ray Bradbury. Me pregunté hasta qué punto Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 constituyen marcas generacionales que han sobrevivido al tiempo mucho mejor que Rayuela o Cien años de soledad, sobre todo porque hoy muchas de nuestras grandes interrogantes tienen que ver con la identidad, con quiénes somos y quiénes deseamos ser.
- ¿Qué sientes que une a todas estas escritoras?
-Tal vez lo que las une es una línea imaginaria, que pasa por mí, como lectora contemporánea de ellas. Son diez escritoras que leo con mucho interés. A muchas las había abordado en mi trabajo, a propósito de la llamada “literatura de los hijos” y escribí en algún momento sobre “las hijas” que, como yo misma, vivieron la atmósfera violenta de la dictadura: Nona Fernández, Alejandra Costamagna. Con ese enfoque político había leído también, con sus diferencias contextuales, algunos libros de Margarita García Robayo, Fernanda Trías, Verónica Gerber. Me interesa mucho mantener viva, hoy más que nunca, la reflexión sobre el pasado, sobre cómo ese pasado sigue estando activo en el presente. Es algo que se da en muchos de estos textos, esa calidad dialéctica de las imágenes en que relampaguean varios tiempos al unísono. También la capacidad que tienen todas ellas para construir relatos bizcos, de “irse por las ramas”, como titulé la entrevista con Costamagna. O sea, para salir de la linealidad y saber observar lo inesperado, la rendija por donde se cuela, finalmente, la densidad del mundo.
- ¿Por qué el título Recolectoras?
-En las conversaciones muchas de ellas, buenas lectoras todas, mencionan o aluden a Ursula K. Le Guin y su ensayo La teoría de la bolsa de la ficción, un texto en que la autora norteamericana plantea un contrapunto entre el narrador “cazador” y el “recolector”, a partir de teorías antropológicas que hacen de la bolsa un primer instrumento civilizatorio. En tiempos de catástrofe ambiental y reformulación del lugar de lo humano en el mundo, así como del feminismo, que nos ayuda a reconstruir los lugares comunes y los saberes presuntamente universales sobre la literatura, resulta natural tratar de pensar otra relación con las historias que contamos y este es un ejemplo. Varias de las entrevistadas hablaron de recoger y reciclar historias de otros, porque además hoy nuestra relación con los archivos olvidados y el rescate de las experiencias desplazadas es muy importante. La metáfora de la recolección se suma, en mi introducción al libro, a otras: médiums, hoarders, consteladoras. Me interesa mucho este aspecto: cómo ellas construían metáforas autoriales, que hablan de los materiales que utilizan y de cómo disponen esos materiales en sus ficciones.
-Hagamos un juego breve, de ficción. Sin el límite del tiempo y la muerte. ¿A qué autora habrías incorporado a este libro y por qué?, ¿cómo habría dialogado con estas escritoras?
-Me encantaría hablar con muchas. Creo que la primera escritora que me impactó enormemente fue Djuna Barnes. Yo era adolescente y leí El bosque de la noche y más tarde, ya en la universidad, sus Perfiles. Admiré mucho su escritura, recuerdo que me costaba seguirla, era algo totalmente nuevo para mí a esa edad. También me enamoré de la época que vivió, de su difícil biografía. Creo que por eso me gustó tanto, después, El affair Skeffington, de María Moreno, que aborda ese tiempo de los años 20 en París, y que se inventa a una escritora que tiene mucho que ver con Barnes y otras grandes artistas de ese tiempo. Pero sobre todo me hubiese gustado conversar con Marta Brunet. Lo saben mis amigos Natalia Cisterna y Osvaldo Carvajal, que desde hace año la estudian y conocen muy bien su archivo. Pienso que ella era una escritora asombrosa y que además recién hoy comenzamos a saber realmente un poco más de las luchas que tuvo que dar para insertarse en el campo cultural, con una relación muy compleja con el crítico Alone y un tremendo ímpetu que la llevó a cartearse y buscar espacios editoriales muy pronto fuera de Chile. Hay mucho por difundir aún, varias capas de su pensamiento literario, también de su experiencia vital, que valdría la pena remover, sobre todo en la línea de lo que hice en este libro de entrevistas. Me gustaría preguntarle, por ejemplo, cómo se le ocurrió la estructura de un cuento tan genial como Piedra callada, en que prácticamente levanta una anatomía de la violencia en Chile. Que me lo contara, paso por paso. Me sorprende que haya sabido ver ya entonces y con tanta claridad, la construcción patriarcal, las hipocresías sociales y la indolencia y crueldad patronales que nos siguen afectando aún. Le preguntaría por ese tema, también, claro: qué le parece el país que tenemos hoy.