En muchos sentidos y de manera abrumadora, los Beatles son una banda perfecta. Iniciaron su carrera discográfica con una declaración tan simple, demoledora y universal como Love me do -Ámame-, para cerrar magistrales y rotundos al titular The end su última composición, un punto final extraordinario con moraleja incluida: nada como retirarse en alto. Entre medio, revolucionaron al mundo para siempre artística y culturalmente en los 60, una de las décadas más intensas del siglo XX. Seguirán siendo idolatrados y estudiados por siglos en su condición de pioneros, clásicos y masivos, mediante una trayectoria que goza de una curatoría ejemplar sobre preservar y proyectar una obra pop con ribetes del mejor arte.
Si bien existen quejas respecto de un eventual sobre análisis al cuarteto -Billy Corgan lo ha dicho-, como se discute la envergadura de su influencia en relación a Kraftwerk, de rastros más evidentes en el pop actual -aunque en una competencia de karaoke entre ambas bandas, es masacre a favor de los ingleses-, las canciones de los Beatles integran la memoria colectiva a nivel planetario. A 60 años de ingresar a la escena mundial, las historias en torno al cuarteto y los lanzamientos en diversidad de formatos, acaparan la atención eterna del público.
Sin embargo, ¿necesitamos un tema nuevo de los Beatles como se anunció esta semana? Los antecedentes de Then and now, la pieza a lanzar a fin de año, no son precisamente alentadores. Desempolvada para el enciclopédico proyecto Anthology (1995), del que surgieron Free as a bird y Real love, armadas por Paul, George y Ringo en torno a maquetas caseras de John, no clasificó por objeción del guitarrista ante la mala calidad del audio. La tecnología de hace casi 30 años no permitió avanzar mucho sobre la cinta de la embrionaria pieza. En cambio hoy, con un tratamiento de IA, McCartney promete “la grabación final de The Beatles”.
Sir Paul ha tomado progresiva posesión de la narrativa oficial del conjunto, en un intento por clarificar quién hacía qué y derribar prejuicios. Como sobreviviente y líder no reconocido durante toda la segunda etapa de los Beatles, tiene el derecho. A estas alturas, es oficial que la composición codo a codo con Lennon funcionó solo los primeros años, y que el bajista se interesó por la vanguardia mucho antes que su amigo y rival. Mediáticamente John perpetuó a Paul como proclive a las canciones ñoñas -que las hizo-, obviando su versatilidad y temperamento musical superior a los restantes beatles.
En 1995 Free as a bird emocionó pasajeramente con el espejismo de una nueva canción, capaz de recrear la dinámica composicional de Lennon y McCartney. Repasada hoy, no supera la prueba del tiempo. El testeo arroja peores resultados para Real Love.
Se anuncia un registro final cuando queda la mitad de la banda, como una manifestación del poder de Paul para definir el relato de los Beatles a su antojo. No hay mayores objeciones cuando se remezclan los originales bajo la promesa de una nueva experiencia -lo es, la discusión es si vale la pena-; pero la historia de los Beatles tiene un inicio y un final definidos. Como dice sabiamente Daddy Yankee, lo que pasó, pasó.
Todo lo sucedido entre medio es materia de debate y análisis. La música ya fue escrita y ejecutada por cuatro veinteañeros con el poder de cambiar el mundo hace seis décadas. El epílogo está en las muertes de John y George, mientras la obra radica en esas 188 canciones compuestas hasta separarse en 1970. El resto es reescribir la historia sin necesidad alguna. Con retazos, fantasmas y algoritmos no revive la química de Los Beatles.