Un “puñado de libros”, cojines repartidos por el suelo y una pantalla que proyectaba imágenes de autores chilenos son los elementos centrales del Pabellón Santiago en la Feria del Libro de Buenos Aires (Filba) que quedan en la memoria de quienes pasaron por ese espacio, de 200 metros cuadrados, cedidos a la ciudad en su calidad de invitada de honor del evento editorial más importante de Sudamérica.

Allí, atendido por personas vestidas con un overol verde, se concentró la exhibición de obras y las actividades de los escritores invitados. Un programa que en su conjunto tuvo un costo de $ 450 millones para el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio (Mincap).

Finalizada el 15 de mayo, la Filba fue la última feria que le dio un lugar de honor a la literatura chilena. Antes fueron Guadalajara en dos ocasiones (1999 y 2011) y Bogotá (2007). La próxima podría haber sido Frankfurt, la muestra editorial más importante y más grande del mundo.

Hace una semana estalló la controversia por la negativa de Chile a participar en Frankfurt como invitado de honor. Mientras las resonancias de esa polémica aún no se apagan del todo, está pendiente el balance de la presencia de Santiago en la Filba.

La participación de la capital en la feria había arrancado con polémicas mucho antes de iniciarse la fiesta. Durante el verano, el diseño de lo que Chile presentaría alimentó el debate entre editores, críticos y escritores, tanto en torno al contenido de la propuesta como de los nombres convocados a representar a la literatura local. ¿Qué balance hacen los protagonistas? ¿Cómo fue la imagen que transmitió el país? ¿El programa logró visibilizar a los invitados y sus obras?

Óscar Contardo, uno de los 60 invitados oficiales, asegura que Filba “era la oportunidad de instalar a Santiago y a Chile, como un país, una ciudad, una capital en la que estaban pasando cosas interesantes a nivel literario, editorial, de publicaciones, de pensamientos, de ideas”.

Tal como lo hicieron las ciudades anteriores, Ámsterdam, Sao Paulo, Ciudad de México, Montevideo, Barcelona y La Habana, se esperaba que Santiago presentara “un contenido cultural especial, rico y distintivo”, como adelantaron los organizadores argentinos. Sin embargo, según los participantes, eso estuvo muy lejos de suceder.

“Era una ocasión muy importante para el mercado de los libros en toda su amplitud, desde las editoriales grandes a las editoriales más chicas o independientes”, dice Simón Soto, parte de la delegación chilena. Pero su experiencia no fue satisfactoria: “Yo, por ejemplo, me imagino que estaban algunos de mis libros ahí, pero no tengo recuerdos de haberlos visto. Mi participación no fue importante y pasó totalmente desapercibida”.

Organizada en el recinto La Rural, en Palermo, la Filba cuenta una superficie de 45 mil metros cuadrados y ocho pabellones de grandes dimensiones. Al interior de uno de ellos, el amarillo, estaba el pabellón Santiago. Sea por temas de difusión o por los énfasis del programa, al parecer las actividades organizadas por el Ministerio de Cultura no convocaron mayormente a los visitantes a la feria.

Esa sensación es compartida en el medio editorial. Soledad Gutiérrez, directora ejecutiva de la Corporación del Libro y la Lectura, organización que reúne a las grandes casas editoras con sede en Chile, cree que hubo poca claridad y precisión en el trabajo: “Todos fuimos a ciegas: los autores, las editoriales, los gremios. Se pudo haber trabajado mejor, eso quedó en evidencia”.

“Un horror”

La edición 47 de la Filba se realizó desde el 25 de abril hasta el 15 de mayo. Los inconvenientes en torno a la participación de Santiago comenzaron antes de hacer las maletas. La presentación fue coordinada por el Mincap, junto a la Gobernación de Santiago, Fundación Imagen Chile y la Dirección de Asuntos Culturales de Cancillería.

A su vez, se formó un comité curatorial integrado por las académicas Lorena Amaro, Carolina Rivas, Constanza Vergara y Alejando Stevenson, junto a representantes de la Dibam, el Consejo del Libro y la gobernación. Pronto, desde el medio editorial surgieron críticas en torno a la falta de participación y a la poca transparencia del proceso: alegaron que no se conocían los criterios de selección de autores y que no tuvieron injerencia en la narrativa que se pretendía llevar.

“Fue un proceso lleno de dimes, diretes, complicaciones”, recuerda Soledad Gutiérrez. “El ministerio pudo haber establecido mejores canales. Es algo que nosotros hemos pedido, que para las próximas participaciones en ferias internacionales, en este caso del libro, exista un proceso más claro, en que se puedan ir determinando las fases. Que, efectivamente, existan esas instancias de participación, de diálogo, con los distintos agentes y mundos involucrados”.

Precisamente, el perfil y elaboración del relato fueron los que alimentaron la controversia inicial. Por encargo del Micap, el poeta Guido Arroyo elaboró un guion que abordó ocho hitos en la historia de la ciudad, entre los que destacaron los 50 años del Golpe de Estado y el estallido social.

“El relato es divisivo, polarizado, invita muy poco al reencuentro”, dijo entonces María Angélica Zegers, editora en Ediciones UC.

“Un horror”, así lo describe hoy Pablo Dittborn, exmiembro del Consejo Nacional de Cultura y uno de los que no recibieron invitación a participar, aun estando en Buenos Aires entonces. “La tontería más grande que podemos haber hecho en los últimos tres años es ir a Argentina a hablar de un estallido social ocurrido dos años antes en el país vecino”, afirma.

Matías Rivas, director de Ediciones UDP, fue crítico con la “opacidad” del proceso. Ahora recalca que “el invitado no era el gobierno, sino el país”, acusando sesgo ideológico tanto en la elaboración del relato como en la lista de invitados.

Si bien la delegación consideraba a autores incuestionables, como el poeta Raúl Zurita o las escritoras Diamela Eltit y Nona Fernández, el conjunto parecía conformar una lista “oficialista”, como dijo Rivas. Autores como Carlos Franz, Arturo Fontaine o Rafael Gumucio, que han escrito en torno a Santiago y tienen posturas discrepantes con el oficialismo, no recibieron invitación.

“No hay diversidad de ideas, es todo uniformidad ideológica”, llegó a decir Guido Arroyo, autor del guion.

De algún modo, se expandió la sensación de que la lista no era inmune a factores políticos, si bien el comité curatorial defendió la calidad literaria de la delegación.

Otro de los puntos cuestionados fue la permanente postergación al dar a conocer los nombres de los invitados, información que se conoció en capítulos, según algunos. Simón Soto asegura que recibió su invitación en marzo. Contardo agrega que “el proceso de invitación fue lento y fue súper opaco, porque empezó ‘a goteo’ y, por ende, se prestaba para especulación”. Ello, además, generó problemas a los editores a la hora de definir su envío a la feria.

Del mismo modo, la ausencia de reconocidos autores, como Isabel Allende, no pasó desapercibida. La autora chilena más leída en el mundo no fue considerada en la primera ronda de invitaciones, sino en la segunda instancia y, tal vez, teoriza un observador, esa pudo ser la razón de su ausencia.

“Todo tenía que ver con política”

Hoy el balance entre autores y editores no parece favorable. Las críticas a la participación en la Filba apuntan, en mayor medida, a que no se logró cumplir con las expectativas de los invitados ni de los propios organizadores del evento, al “trasladar un problema local” a un anfitrión que buscaba conocer la riqueza literaria de su invitado de honor. En palabras de los participantes, “Chile se miró el ombligo”.

Un relato que logró poco eco y un pabellón “de una pobreza franciscana”, como la describe Dittborn, no colaboraron en la creación de un ambiente propiamente literario. Matilde Sánchez, editora de la Revista Ñ (El Clarín, Argentina), observó que “los chilenos nunca estuvieron todos juntos, entraban y salían. Entonces nunca había una masa crítica de autores chilenos, nunca tenían más de cuatro autores juntos”.

María Paz Morales, presidenta de Editoriales de Chile, asociación que reúne a parte importante de los editores independientes, profundiza las críticas: asegura que “el stand de Santiago no pareció a la altura de una ciudad invitada a una feria internacional. Muy oscuro, sin mayor orientación o profundidad en lo que se estaba exponiendo, ni cariño por los libros expuestos. De hecho, muchos de los libros estaban puestos de una forma muy poco atractiva, sin mayor protagonismo”.

En el mismo sentido, Simón Soto agrega que “era una feria inmensa, por lo que había que ser inteligente y muy hábil en la utilización del espacio, y creo que no se logró, finalmente fue poco atractivo”.

El pabellón de Santiago, de acuerdo al relato de autores y editores, consistía en un par de vitrinas donde se exponía un número reducido de libros, cojines de diferentes colores repartidos en gran parte del suelo y una estructura metálica donde se proyectaban imágenes relacionadas a los libros expuestos. El diseño, dicen, “no convencía, no se entendía bien”.

Soledad Gutiérrez agrega que el espacio contaba con algunos anfitriones, todos vestidos con overoles verdes, y eso “no se entendía mucho, ni por qué la uniformidad. También el tránsito y la visibilidad misma de los autores eran malos”, dice.

Si el propósito del comité organizador chileno era “posicionar a Santiago como polo cultural y editorial”, el resultado dista de ello. Acaso fue un problema de difusión. Óscar Contardo menciona que “la idea de ciudad literaria no se instaló nada, no fue interesante en términos públicos para la gente que asistía, ni para los locales, ni mucho menos para la prensa”.

Eventualmente, hubo una deficiencia en las tareas de promoción del pabellón y sus actividades. Así lo piensa Josefina Alemparte, directora editorial de Planeta: “Hubiera sido importante un mayor trabajo de promoción: solo en la medida en que hay un fuerte apoyo de prensa y comunicaciones es que uno va sembrando para lograr instalar a un autor en nuevos mercados”.

Francisco Ortega, autor de Bahamut. Foto: Juan Farías / La Tercera.

Francisco Ortega, otro de los invitados, concuerda con que “quedamos al debe”, y agrega: “Siento que todo giró en torno a los 50 años del Golpe, al estallido social y hubo muy poco de Santiago como ciudad, todo tenía que ver con política. No sentí Santiago. Todo estaba centrado en una agenda política evidente”.

Aún más categórico, Dittborn insiste en que fue “un fracaso total: no ha sido ni negocio económico, ni negocio en términos de imagen”.

El misterio de Frankfurt

La duda es la misma, pero las conclusiones son diferentes: ¿Influyó la participación de Chile en Buenos Aires en la negativa de asistir a Frankfurt?

“Es un misterio. Y yo creo que ese misterio no debería existir”, dice Óscar Contardo, “creo que alguien debería aclararlo. El ministro debería aclarar cuándo supo él, quién le informó o quién no le informó”.

2025 era el año en que Chile participaría por primera vez como invitado de honor en la Feria de Frankfurt, el encuentro más importante a nivel mundial para la industria editora. Hace unos días se dio a conocer la negativa del país. Fue el propio Presidente Gabriel Boric quien se mostró contrario a esta decisión que, según dijo, “no pasó por mí”. Desde el Ministerio de Cultura, Jaime de Aguirre asumió la responsabilidad y afirmó que la invitación tendría un costo de US$ 8 millones para el país. El Mandatario discrepó con el ministro y afirmó que “gastar en cultura es una tremenda inversión, no un gasto, esta no es plata que se tira a la basura”.

24/03/2023 FOTOGRAFIAS A JAIME DE AGUIRRE, MINISTRO DE CULTURA FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

La automarginación de Chile de un evento de resonancia mundial provocó un amplio rechazo entre los actores culturales. “Insólito” es la palabra que más se repite entre los consultados. “Es como no querer ir a un Mundial porque sale caro”, comenta Rivas.

Sin duda, la crítica más de fondo apunta a la gestión ministerial y de gobierno. “Este gobierno asumió con un compromiso con el mundo de la cultura. Y parte de los atributos que tiene la figura del Presidente Boric es su sensibilidad con la lectura y el arte. Es contradictorio”, agrega Contardo.

Aun con la insatisfacción y las críticas del mundo literario y editor, la subsecretaria de las Culturas y las Artes, Andrea Gutiérrez, dice no haber escuchado comentarios desfavorables en torno a la Filba. Es más, su balance parece de otra feria: “Desconozco las críticas a las que te refieres, desde el mundo editorial y la delegación de escritores y escritoras se hizo un positivo balance de la participación. Por eso, para el ministerio el balance, sin duda, es positivo, ya que nos permite posicionar a los autores y autoras, los editores, mediadores de lectura, etc. en la escena literaria internacional y particularmente en una de las más relevantes de Latinoamérica”.

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