La mesa quedó servida durante ocho días. Un banquete desperdiciado que debía celebrar el cumpleaños del dueño de casa y, sobre todo, el éxito de su empresa más audaz.
Karl Flach, maestro fundidor alemán, salió la mañana del jueves 3 de mayo de 1866, día en que cumplía 53 años, desde su casa en la subida Tubildad -hoy Almirante Montt- del cerro Alegre en Valparaíso. Lo acompañaba Heinrich, su hijo de 16 años, para abordar un artefacto sumergible que les daría gloria. El proyecto convertía a Chile en el quinto país del mundo y el segundo en Latinoamérica, en contar con un submarino. Nunca regresaron.
La esposa y madre Henriette Müller lloró desconsolada, hasta que sus amigas alemanas y sus hijas la convencieron de lo evidente: el submarino diseñado, financiado, fabricado y capitaneado por su esposo, había fallado.
Karl Flach construyó la nave motivado por la guerra contra España librada desde el año anterior, un conflicto esencialmente marítimo con una división naval chilena muy modesta liderada por la Esmeralda, la misma que se hundiría en Iquique. Aún así, arrebató a la potencia en declive la goleta Covadonga el 25 de noviembre de 1865, en el combate de Papudo.
A pesar del triunfo y ciertamente desesperado, el gobierno alentó proyectos privados para fabricar armas capaces de enfrentar a la poderosa escuadra española. Era cuestión de tiempo su arribo a Valparaíso con sed de venganza.
Flach, propietario de una fundición en el puerto, diseñó un sumergible impulsado por cuatro tripulantes activando manivelas, cigüeñales y poleas para rotar un par de hélices. Podía estar sumergido hasta ocho horas y navegar a una velocidad de tres nudos. Según las crónicas de la época, el artefacto semejaba una ballena con un par de cañones capaces de disparar bajo el agua.
Mientras el alemán estaba en plena construcción de la nave que tomó tres meses, el 31 de marzo de 1866 las naves de guerra españolas atacaron impunemente a Valparaíso. 2600 bombas asestaron de preferencia en almacenes portuarios y los principales edificios de la ciudad. Las pérdidas fueron millonarias afectando por años el comercio internacional chileno.
Envalentonado por el ataque, Flach terminó el artefacto en la playa Las Torpederas. Realizó una primera prueba inmerso a ocho metros durante una hora. Tras otros testeos sin problemas remolcó el submarino rumbo a la bahía. La leyenda popular asegura que, entusiasmado, invitó al presidente José Joaquín Pérez a la inmersión final.
“¿Y si se chinga?”, habría respondido el mandatario, declinando.
Karl Flach eligió el día de su cumpleaños como último chequeo, sin enemigo a la vista. Los buques españoles habían zarpado el 14 de abril quemando un par de diques como un último acto de represalia, humillados por la pérdida de la Covadonga.
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“Se sentía muy seguro”, contó el médico Guillermo Stegen, bisnieto de Karl Flach, en 2007. “Incluso quería llevarse a sus chiquillas, pero la madre no le aguantó”.
El doctor Stegen relató además que el verdadero nombre de su antepasado era Gottfried Cornelius, identidad que cambió por la de un muerto –Karl Von Flach-, antes de huir a Chile desde Alemania, debido a su actividad política en las revueltas liberales germanas de 1848.
“En la prueba oficial se sumergió, salió a flote, saludó a la gente en la orilla, y anunció que iba a hacer otra inmersión”, relató Stegen. “Ahí empiezan las especulaciones. Yo creo que en su entusiasmo se sumergió muy rápido, se resbaló la gente a bordo y los lastres que hacían contrapesos. El submarino se fue a pique y no lo pudo sacar del fango”.
El 22 de mayo de 1866 el comandante Michael de Courcy de la fragata británica Leander, escribió en el puerto peruano de Arica una carta detallando el experimento del que había sido testigo. El oficial estaba tan interesado en el sumergible, que había enviado a un subalterno a la fundición de Flach a copiar los planos.
La carta de Michael de Courcy revela la existencia de un segundo submarino construido también por un alemán, Gustavo Heyermann. Lo armó en Santiago y lo transportó con bueyes hasta Valparaíso, cuando cubrir la capital y el puerto demoraba al menos dos días a todo galope.
Apenas tocó las aguas porteñas el 21 de abril, la nave se hundió por una falla garrafal en el diseño. Mientras Flach soldó la nave, Heyermann usó remaches.
En el documento del comandante dirigido a sus superiores se lee que tras la partida de la escuadra española de la bahía de Valparaíso, “dos torpedos o botes sumergibles, construidos por privados, fueron botados al mar”.
“Después de unos pocos días de pruebas preliminares, el más largo, construido por un alemán de nombre Flack (sic) se sumergió en la mañana del Jueves, el 3 último, y supuse que por algún proceso que yo ignoraba, las vidas de esas personas allí dentro se podrían sostener (…)”.
Dados los hechos, la prensa porteña emitía reportes sombríos sobre la suerte de los tripulantes. “A las tres de la tarde no se ha visto todavía salir al bote submarino. Como a las nueve fue la hora en que empezó su navegación. Varias veces salió a flote y volvió a bajar. La última sumersión se hizo cerca del fondeadero de los vapores. Uno de los prácticos que andaba en un bote se aburrió de esperarlo y se vino a tierra. Diez hombres andan a bordo del bote submarino”.
En la mañana del viernes 4 fue solicitada la asistencia de buzos de la Leander, “los cuales inmediatamente proporcioné en el sitio mismo en donde el torpedo había bajado”, escribió Michael de Courcy. La fragata intentó reflotar el aparato sin éxito.
“Ya está perdida toda esperanza”, sentenció ese día El Mercurio de Valparaíso. “Aquellos desgraciados han perecido víctima de su arrojo y de su falta de previsión. El constructor de la embarcación es un padre de siete hijos, el mayor de los cuales tendría unos catorce años y lo acompañaba en su arriesgada empresa. Queda una viuda en el más absoluto desamparo. Esto es desgarrador”.
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Entre 2005 y 2007 hubo un proyecto del realizador audiovisual Juan Enrique Benítez, el mismo tras la noventera serie documental Patiperros de TVN, por ubicar el submarino de Flach. Benítez buscó financiamiento, enganchando a millonarios como el ex presidente Sebastián Piñera y el empresario Nicolás Ibáñez, más el concurso de la universidad SEK y la Armada de Chile.
También contactó a la afamada psíquica de Chimbarongo, Isabel Ávila. “El señor Benítez vino a mi casa con un croquis y fotos muy antiguas”, relató en 2007, “pero le pedí que no me diera más datos porque no me conviene contaminarme con mucha información. Sólo me confunde”.
La mentalista fue a Valparaíso y navegó por la bahía que contiene al menos medio millar de naufragios. “Los buzos quedaron impresionados porque les dije que estaban a 40 metros”.
La mujer también aseguró que no eran 11 los tripulantes de la nave, entre alemanes, franceses y chilenos como se asevera en los registros, sino 14 personas.
“Yo no veo nada en particular”, explicó. “Son sensaciones las que me llegan. Es importante que este tipo de búsquedas se hagan sin ambición. Yo no busco tesoros, busco personas. ¿Si sé por qué se hundió? Fue algo así como un aspa o un timón que no les funcionó. ¿Si lo van a encontrar? Creo que si”.
Ese mismo 2007, Juan Enrique Benítez aseguró que el submarino había sido localizado.
En 2018 en declaraciones a El Mercurio, el buzo Daniel Malfanti, integrante de la expedición, detalló el sitio donde yace. “Si uno se para en el restaurante El Bote Salvavidas y mira hacia la punta del molo de abrigo, el submarino está a unos 800 metros de distancia”.
Curiosamente, durante décadas la ubicación del sumergible no era un misterio en Valparaíso. Una boya indicaba el lugar del hundimiento, pero fue retirada. Una de las tías abuelas de Guillermo Stegen, hija de Karl Flach, recordaba el sitio cada vez que la familia iba a remar a la bahía.
Ahí, bajo el agua, estaban sepultados su padre y hermano.