*Una bestia que te engulle
Christopher Nolan ha pasado por su filtro las cintas de guerra y ciencia ficción, los thrillers psicológicos y las películas de superhéroes. En todos los casos el director de Memento (2000) ha exhibido facilidad para construir relatos absorbentes, filmes donde materializa su convicción en que el cine es un espacio diseñado para vivir una experiencia trepidante, ojalá en la pantalla más grande y con el sonido más estruendoso.
El asunto alcanza nuevas cotas en Oppenheimer, su retrato del físico teórico que desarrolló la bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre Japón en 1945, desencadenando el fin de la Segunda Guerra Mundial. Utilizando desde imágenes abstractas hasta largas conversaciones en oficinas, Nolan busca desmenuzar las contradicciones y el ingenio de una mente que definió el planeta como lo conocemos.
Es cierto que su guión toma como base un gran y exhaustivo libro sobre el personaje (Prometeo americano: El triunfo y la tragedia de J. Robert Oppenheimer, de Kai Bird y Martin J. Sherwin), pero no se guía por las pautas de las películas biográficas convencionales.
El largometraje opera en varios frentes, muchas veces en paralelo: está el retrato del intelecto de “Oppie” frente a alumnos y colegas; la exploración de su intensa vida amorosa; la épica que rodea el origen y desarrollo del Proyecto Manhattan y su trabajo clandestino en Los Álamos, Nuevo México, y el desprestigio que sufre durante la posguerra, cuando sus posturas contrarias a la carrera armamentista nuclear irritaron al gobierno estadounidense. En escenas íntimas o grandilocuentes, la cinta no da respiro y a ratos puede resultar extenuante.
En las primeras páginas de su libro, Bird y Sherwin describen a Oppenheimer como “una figura inmensamente humana, de tanto talento como complejidad, brillante e ingenuo al mismo tiempo”. El director lo comprende bajo esas mismas claves, y a través de su ímpetu y densidad narrativa lo dibuja como el protagonista de una gran tragedia.
*Poder divino en mano de hombres
Nolan está hablando del hijo de inmigrantes alemanes que se convirtió en el “padre de la bomba atómica”, pero también está contando una historia de ribetes terroríficos sobre políticos, militares y científicos que, acorralados en un conflicto bélico –y con el conocimiento y los recursos necesarios–, deciden que llegó el momento de que el hombre se adueñe de un poder divino: crear y destruir en cosa de segundos.
La película se ocupa de esbozar un escenario en que EE.UU. corría contra el tiempo porque los alemanes supuestamente también se encontraban desarrollando armas de destrucción masiva, pero es igualmente contundente al manifestar el impacto y posterior arrepentimiento que causa en Oppenheimer el haber sido autor de un invento que cambió para siempre la humanidad.
El filme es una inmersión en una mente atormentada y contradictoria, que sustenta su tesis en la célebre frase que pronunció tras ver las consecuencias de su creación: “Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
*Un Cillian Murphy imperial
Colaborador frecuente del director de El gran truco (2006), el intérprete de Peaky Blinders asume por primera vez el rol protagónico de uno de sus largometrajes. Aunque el filme tiene una extensa lista de secundarios (Robert Downey Jr., el mejor), las tres horas de película descansan sobre los hombros del actor irlandés, quien se calza con aplomo el traje del físico teórico que originó la era atómica.
O, mejor dicho, sobre sus ojos azules, una mirada penetrante y expresiva que marca el compás de la película y que acecha incluso después de terminados los créditos. La propuesta de Nolan requería de un talento contundente, capaz de encarnar los diferentes estados que padece el personaje principal: la iluminación, el enamoramiento, la duda, el terror y el abatimiento. Todos son canalizados de manera prodigiosa por Murphy.
*Blanco y negro y varias líneas temporales
En las semanas previas al estreno, Nolan se ocupó de hacer una aclaración quizás pertinente para la masividad que pretende alcanzar su nueva cinta. Oppenheimer tendría imágenes en color y también en blanco y negro: las primeras reflejarían la experiencia subjetiva del protagonista y las segundas expresarían un punto de vista más objetivo o neutro, asociado a la intervención de otros personajes.
Esa información ayuda a orientarse en los primeros minutos de la película. En 1959, el político Lewis Strauss (Robert Downey Jr.), una figura que en el pasado se enfrentó a Oppenheimer cuando oficiaba como presidente de la Comisión de Energía Atómica, se ve obligado a volver a hablar sobre él cuando busca ser ratificado por el Senado en un apetecido rol.
Unos años antes, en 1954, el físico teórico es el centro de una investigación –activada silenciosamente por el propio Strauss– que busca exponer sus antiguas simpatías políticas, cuando participaba en actividades del Partido Comunista de EE.UU., con el fin de erosionar su prestigio.
Esos dos hitos se desarrollan en blanco y negro, mientras que en color –y casi siempre de manera cronológica– se describe la evolución académica del personaje principal y su llegada a Los Álamos, Nuevo México. Todo corre en paralelo hasta una conclusión apabullante.