Columna de Marisol García: Jane Birkin en lo opaco
Se entiende que los obituarios de esta semana hayan reproducido las estampas de estilo, belleza y provocación que acompañaron su fama, de su cuerpo para la envidia en La piscina o Blow-up, a ¡esos gemidos! de Je T’aime … Moi Non Plus junto a Serge Gainsbourg. Pero son postales estáticas y conservadoras para una mujer de recovecos aun más interesantes.
“Al volver a leer mi diario se me hace evidente que no se cambia nunca. Lo que era con doce años es lo que soy hoy. La falta de confianza, los celos, las ganas de agradar. Entiendo bien por qué mis amores no lo han soportado…”, anotaba Jane Birkin en el prólogo de sus Munkey Diaries 1957-1982, recién traducidos al castellano (editorial Monstruo Bicéfalo), en una involuntaria coincidencia que ahora permite a lectores hispanos acceder a ellos a la vez como recuento autobiográfico y legado póstumo de la actriz, cantante y referente de estilo muerta en París el pasado domingo, a los 76 años.
Es un libro revelador, de cruces con nombres y lugares fascinantes; pero que repite muchas veces las palabras ‘culpa’, ‘vergüenza’, ‘soledad’ y ‘tristeza’. Que Birkin haya tenido una vida de privilegios en muchos planos no quita que, sobre y bajo estos, se hayan instalado coyunturas objetivamente desoladoras, que ella eligió enfrentar sin mentirse a sí misma ni a los demás sobre cuan golpeadoras le resultaron. Es un agobio que aparece en pasajes de sus diarios, pero también en las letras de sus canciones (y, cómo no, en esa manera tan frágil suya de cantarlas), pero sobre todo en dos películas de no ficción sobre su fama que consiguieron retratarla sin encandilarse ante su belleza (la de “una pin-up sin curvas”, según propia definición) ni simplificar la no tan sencilla tarea de haber devenido musa para un marido genial y una cultura a la que se asomó como intrusa (“nos deja la más parisina de los británicos”, la despidió esta semana la alcaldesa de París, quien también homenajeó “su acento incomparable”).
El primero es Jane B. par Agnès V., el filme de 1988 que Agnès Vardá ofreció dirigirle cuando le escuchó decir que al cumplir 40 años temía haber comenzado a verse fea. No es un recuento biográfico, sino mucho más un ensayo sobre los estereotipos con los que convivía una mujer como ella, en constante tensión entre su rutina privada real y su estampa pública ficticia, y que acaso por eso termina enseñándonos montones sobre su trayectoria, fantasías e inseguridades.
El segundo es Jane by Charlotte (2021), atípico ejercicio documental en el que Charlotte Gainsbourg (también actriz y cantante) entrevista a su madre sobre sus opciones disidentes y de provocación artística que asombraron al mundo pero a veces descolocaron a su propia familia.
La generosidad del retrato, sin reproches ni juicios morales, no consigue maquillar que Birkin vivía una vejez adolorida, en cuerpo y espíritu. Las arrugas le impiden reconocerse en el espejo, confiesa. Y el recuerdo de su hija mayor muerta, acaso por suicidio (Kate Barry cayó de un cuarto piso a los 46 años), transmite la pesadez de lo ya irremontable. Para entonces cargaba con un diagnóstico de leucemia.
Se entiende que los obituarios de esta semana hayan reproducido las estampas de estilo, belleza y provocación que acompañaron su fama, de su cuerpo para la envidia en La piscina o Blow-up, a ¡esos gemidos! de Je T’aime … Moi Non Plus junto a Serge Gainsbourg. Pero son postales estáticas y conservadoras para una mujer de recovecos aun más interesantes, que si en su belleza fue inimitable, en su vocación libertaria consiguió volverse inspiradora.
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