Tony Bennett, el elegante intérprete cuya consagración al cancionero clásico estadounidense le valió durante décadas la admiración de artistas desde Frank Sinatra hasta Lady Gaga, desde Paul Anka hasta Vicentico, falleció este viernes 21, dos semanas antes de cumplir los 97 años.
Su publicista Sylvia Weiner confirmó el deceso a la Associated Press y dijo que murió en su ciudad natal de Nueva York. No hubo una causa específica, pero le habían diagnosticado el mal de Alzheimer en 2016.
El último de los grandes cantantes de salón de mediados del siglo XX, Bennett solía decir que la ambición de su vida era crear “un catálogo de hits más que discos de hits”.
Publicó más de 70 álbumes que le despacharon 19 Grammys, 17 de ellos después de cumplir los 60 años.
Era uno de los últimos grandes crooners de nuestra era. Además, gozaba del afecto profundo y duradero de fans y colegas, junto con un talento interpretativo voraz, cálido, imponente y refinado.
Estuvo en Chile a fines de los 80 y en 2012, para un alabado y exquisito show en el Teatro Municipal de Santiago, donde hasta invitó al propio cantante argentino Vicentico.
En febrero de 2021, su esposa, Susan Bennett, le dijo a AARP The Magazine que Bennett supo que tenía la enfermedad de Alzheimer en 2016. Continuó actuando y grabando a pesar de sus progresivos problemas de salud; su última actuación pública fue el 5 de agosto de 2021, cuando apareció con Lady Gaga en el Radio City Music Hall en un programa titulado One Last Time. Ambos, pese a venir de generaciones distintas y de géneros casi antagónicos -la canción de etiqueta y el pop colorido- eran muy amigos.
De alguna forma, su amistad con estrellas como Gaga sirve para sopesar su herencia: a través de su voz y de su manejo escénico, Bennett pudo dar a conocer a generaciones completas el vasto terreno del cancionero norteamericano, los estándares cogidos del jazz y la balada, cubriéndolos de una clase y una categorías únicos en su especie.
A tanto llega su alcance e impacto -sobre todo en términos temporales-, que puede jactarse de algunos hitos: cantó con la legendaria intérprete Rosemary Clooney cuando ella tenía 20 años, pero también con Celine Dion cuando alcanzaba los mismos 20.
Una trayectoria de más de 70 años fue notable no sólo por su longevidad, sino también por su consistencia. En cientos de conciertos y fechas en clubes y más de 150 grabaciones, se dedicó a preservar la canción popular estadounidense clásica, escrita por Cole Porter, los Gershwin, Duke Ellington, Rodgers y Hammerstein, y muchos otros.
Un hombre en la guerra y los bares
De orígenes italianos, Anthony Benedetto nació en Astoria, un barrio del distrito de Queens (Nueva York), el 3 de agosto de 1926. El mundo del espectáculo lo descubrió a través de uno de sus tíos, un antiguo bailarín de tap, quien lo llevó a muchas funciones de vaudeville y le mostró el gran catálogo americano de principios del siglo XX, el sonido en sepia que definiría su destino: Al Jolson, Eddie Cantor, Judy Garland, Bing Crosby, y artistas del jazz como Louis Armstrong, Jack Teagarden, y Joe Venuti.
Como resultado, Anthony ya se fogueaba como un buen intérprete desde los 10 años, actuando en 1936 frente al alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, en la inauguración del Triborough Bridge, la red de los tres famosos puentes que unen los principales distritos de la urbe. Era un niño prematuro.
Estudió en el High School of Industrial Art no solamente música, sino que también pintura, un arte que siguió practicando con éxito hasta su adultez (firmaba sus cuadros como Benedetto). Pero tuvo que dejar el centro educacional a los 16 años para ayudar económicamente a su familia: no se olvidó eso sí de la música, presentándose como cantante en algunos bares y clubes de Queens para recopilar algo de dinero.
Hasta que cumplió los 18 años y llegó el momento de girar de actividad: tal como Elvis décadas más tarde, apareció el Ejército. Y en su caso, la Segunda Guerra Mundial. Fue alistado para combatir en Alemania por las fuerzas estadounidenses, tomó parte en la 63ª división de infantería y participó en la liberación del campo de concentración de Landsberg. Al terminar el conflicto permaneció por un tiempo en el país, formando parte de una banda musical que entretenía a las fuerzas ocupantes.
Las duras experiencias vividas en la guerra reafirmaron sus convicciones pacifistas: en los convulsos años 60, en los días de movilizaciones por los derechos civiles y el fin del conflicto en Vietnam, cuando ya era una estrella, participó en la histórica marcha de Selma a Montgomery en 1965, y junto con Harry Belafonte y Sammy Davis Jr. actuó en el mitin Stars for Freedom en el campus de la ciudad de St. Jude en las afueras de la misma Montgomery, la noche previa a que Martin Luther King ofreciera uno de sus discursos más legendarios. Toda la vida se definió como un demócrata liberal. Tras las muertes de Michael Jackson, Amy Winehouse y Whitney Houston, incluso hizo un llamado público para legalizar las drogas.
Su era dorada
De regreso en Estados Unidos tras la guerra, siguió actuando sin muchas pretensiones en recintos de pequeña envergadura, hasta que fue descubierto por la actriz y cantante Pearl Bailey, quien lo eligió como telonero para un espectáculo que ella ofrecía en el barrio de Greenwich Village. Ahí los hechos adquirieron sincronía pura: en esas citas, lo vio el popular artista Bob Hope, quien quedó fascinado con su voz y su presencia escénica, llevándoselo de gira. Eso sí, antes de hacer las maletas le sugirió un pequeño cambio: Anthony Benedetto no era una carta de presentación demasiado original para la escena de esos días. Por tanto, para crear una identidad distintiva, pasaría a llamarse Tony Bennett.
Animado por el propio Hope, en 1950 grabó una prueba de la canción Boulevard of Broken Dreams y la envió a la Columbia Records, compañía discográfica que pertenecía a la multinacional CBS; fue contratado y así arrancó su despegue profesional.
El sello disquero, y el propio Hope, le dieron un consejo: para triunfar, no debía imitar en demasía a Frank Sinatra, el otro gran faro del género vocal. Por lo mismo, Bennett desarrolló un timbre más sereno y melódico, menos visceral, desenfadado y cavernoso que “La Voz”. The New York Times lo llamó en sus reseñas un cantante “escurridizo”. Alcanzó su primer éxito en 1951 con el tema Because of You, una balada con arreglos realizados por Percy Faith, que ganó popularidad sonando en jukeboxes (cajas musicales) y que llegó al número uno de las listas pop en 1951.
Los años 50 marcan su gran era de oro. Explora géneros tan diversos como el country, el jazz y la música con orquesta. Sus shows -a veces debía hacer tres diarios en Nueva York- se repleta de jovencitas que lo idolatraban y gritaban por él, como Sinatra o el mismo Elvis en sus primeros años. Era una figura que parecía engolada, pero que igual agitaba nervios y hormonas entre sus contemporáneos.
Su excelencia en escena llega en 1962, con un célebre concierto en el Carnegie Hall, donde graba su canción emblema, I Left My Heart in San Francisco. Durante décadas, muchos incluso pensaron que -pese a ser neoyorquino hasta la médula-, había nacido en San Francisco. El tema le valió dos Grammy y una consolidación indiscutida.
Pero llegó el rock. Y las guitarras eléctricas. Y la Beatlemanía. Y todo un grupo de artistas que barrieron con los hombres y mujeres de etiqueta que le habían dado garbo a la canción global. No lo pasó bien en los 60 y los 70: entre el declive de la música que hacía, un matrimonio fallido y su adicción a las drogas, fueron sus etapas más oscuras como figura pública. Pese a eso, se resistió durante años a grabar rock and roll, aunque productores más jóvenes se acercaban a convencerlo de lo contrario, persuadiéndolo de que era la única manera de declarar vigencia. Nunca quiso.
Pero el mundo artístico da revanchas. Recoge de las cenizas a astros que parecían en extinción. Tal como sucedió con otros emblemas como Johnny Cash o el propio Sinatra, los 80 y los 90 vieron nacer a una generación que reconoció en Bennett a un señor de la interpretación, a la encarnación de una época sin vértigos ni sobresaltos, sin manidos trucos de sobreproducción y maquillaje tecnológico en la música, amparada en las orquestas y en el cine de vieja escuela. Un mundo de caballeros con traje y buen vestir, sin más recursos que un micrófono.
En su últimas décadas, en 1994 grabó un MTV Unplugged junto a Elvis Costello y K.d. lang, mientras que cinco años más tarde sorprendió al aparecer en el festival inglés de Glastonbury, la gran meca del rock a nivel planetario. Al parecer, se había reconciliado con el ritmo que lo hizo a un costado.
En 2006, 2011 y 2012 grabó tres exitosos álbumes de duetos con figuras tan disímiles como Lady Gaga, Amy Winehouse, John Mayer, Elton John, George Michael, Alejandro Sanz, Thalía, Gloria Estefan, Roberto Carlos, Vicentico y Vicente Fernández, entre otros. Su último Grammy lo obtuvo el año pasado, gracias al disco Love for sale, con la propia Lady Gaga.
El último gran triunfo de una leyenda sin contrapesos. La última gran voz de un período que parece haberse ido para siempre.