Steven Spielberg siempre se llevó mejor con su mamá que con su papá. Desde que eran pequeños, Leah Posner se relacionaba con él y sus tres hermanas desde cierta horizontalidad. Concertista de piano hasta antes de dedicarse a la crianza, era una mujer con una gran niña interior que se consideraba a sí misma la lúdica líder de una pandilla compuesta por cuatro retoños.

Si con ella todo giraba en torno a los relatos y los juegos, Arnold Spielberg proyectaba algo diferente. Su profesión era la de ingeniero eléctrico –trabajó para General Electric y RCA– y en el hogar se mostraba como un hombre preocupado pero que expresaba cariño desde un costado más cerebral. Siempre a la vanguardia de la tecnología de la época, él le regaló su primera cámara de video a quien más tarde se transformaría en el cineasta de Tiburón (1975) y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977).

Y fue a través de él que conoció a veteranos de guerra de la Segunda Guerra Mundial. El propio Arnold luchó para su país entre 1942 y 1945 e invitó a otros antiguos compañeros a su casa. Esas conversaciones estuvieron presentes en la residencia de los Spielberg desde temprano, así como también las vinculadas al Holocausto. Si bien la familia no adhería a las tradiciones judías típicas, la historia de su entorno era clara: la abuela materna del director fue profesora de inglés de sobrevivientes del genocidio y su padre sufrió la pérdida de varios familiares a manos de los nazis.

Como describió en Los Fabelman (2022), el primer largometraje en que aborda frontalmente su infancia y adolescencia, las películas que grabó en 8mm cuando niño eran en su mayoría westerns y cintas de guerra. Producciones donde, para disgusto de sus tres hermanas, no había demasiados roles femeninos, pero en las que ya se advertían los primeros indicios de su prodigiosa mano como realizador.

Sin embargo, tardó en llevar esa obsesión al cine profesional. Fue después de convertirse en el director más exitoso del mundo y luego del acontecimiento que significó La lista de Schindler (1993), el filme “serio” que le había permitido echarse a su bolsillo a los detractores que por años lo habían acusado de sólo tener talento para cintas palomiteras y sensibleras.

En esa época se acercó al trabajo de Stephen E. Ambrose, uno de los historiadores más destacados en el estudio de la Segunda Guerra Mundial y el autor de la biografía de Dwight Eisenhower. Spielberg estaba particularmente interesado en el 6 de junio de 1944, el día en que las fuerzas aliadas desembarcaron en las playas de Normandía para propinar un golpe a la invasión de la Alemania nazi. Sería su puerta de entrada a realizar su primera película bélica y su segunda incursión en la Segunda Guerra Mundial.

Se alió con el guionista Robert Rodat en la creación de una cinta que recién empezaría a filmar a mediados de 1997. Antes debía ocuparse de la secuela de Jurassic Park (1997) y de Amistad (1997), su lectura de la esclavitud en Estados Unidos.

Se podría decir que estaba inmerso en una década en que, si bien le otorgaría espacio al tipo de espectáculos que lo transformaron en un titán de Hollywood, se concentró en proyectos de una densidad que en los 70 y 80 apenas había rasguñado. Y no sólo eso: por llamativo que parezca, fue el decenio en que hizo la película que le dedicó a su padre.

Dentro del frente de batalla

Para protagonizar Rescatando al soldado Ryan (1998), Spielberg confió en una de las mayores figuras de los 90. Respaldado por dos Oscar en años consecutivos (Filadelfia, Forrest Gump), Tom Hanks aceptó el desafío de ponerse en la piel del Capitán Miller, el líder que guía al grupo a través de una misión de vida o muerte.

A la estrella le tocaría encabezar a un elenco compuesto mayoritariamente por nombres que hacían sus primeras armas en la actuación. Tom Sizemore era uno de los que tenía más recorrido y el cineasta selló su fichaje luego de un llamado en que lo convenció de renunciar a La delgada línea roja (1998), otro filme de guerra que pasaría a la posteridad.

“Me dijo: ‘¿Quieres ir a Australia con Terry Malick o quieres venir a Gran Bretaña e Irlanda conmigo y Tom Hanks?’ Y le dije que quería ir a Gran Bretaña e Irlanda”, recordó Sizemore hace unos años, orgulloso del giró por el que apostó.

Rescatando al soldado Ryan (1998).

Todos los miembros del reparto debieron someterse a una estricta preparación comandada por Dale Dye, veterano de Vietnam que se especializó como asesor militar en la industria cinematográfica (Pelotón, El último de los mohicanos). Su misión consistía en que el elenco luciera y se moviera como soldados estadounidenses. Era indispensable porque Spielberg les tenía preparado un set que los haría retroceder inmediatamente hasta 1944.

Junto al director de fotografía Janusz Kamiński, uno de sus colaboradores más estrechos, el responsable de la saga Indiana Jones aspiraba a construir una película de guerra como el cine aún no había conocido.

Y para ello resolvieron que su arrojo quedara de manifiesto desde un inicio: la dupla diseñó una visceral secuencia de apertura que cortaría el aliento de los espectadores, frenéticos 24 minutos en que Miller y los suyos desembarcan en la playa de Omaha y atraviesan un sangriento paisaje de balas, bombas y toda clase de brutalidades. De ese modo, el público se volvía casi un partícipe más del conflicto y no solo un mero testigo. Ese arranque marca el ánimo de las casi tres horas del largometraje, una experiencia desgarradora que no admite lecturas simplistas sobre la guerra.

La cinta es excepcional por varios motivos. Uno de ellos está asociado a cómo desarrolla su premisa, siempre en tensión debido a que la pregunta que asecha al grupo liderado por Miller es incómoda: ¿vale la pena arriesgarlo todo por el soldado Ryan del título? Parte de una familia que ya ha perdido tres hijos, su paradero es una incógnita y no se descarta que esté muerto. Podría ser más simple retornar pronto a casa, sin conocer jamás esa respuesta. Toda la misión que finalmente emprenden es una gran exhibición de valor y cada obstáculo que atraviesan es una prueba para los protagonistas. No hay edulcoramiento, por lo que cada acto de dignidad en general les cuesta caro.

Stephen E. Ambrose fue contactado por la producción cuando quedaban algunos meses para su estreno. El historiador, sin mayor roce con las estrellas y las grandes producciones de Hollywood, se encontró con la sorpresa de que estaba siendo invitado a una función privada del largometraje.

Su reacción fue elocuente: se levantó de su asiento para pedirle al proyeccionista que pausara el filme. “Yo estaba temblando. Estaba destrozado emocionalmente”, resumió. Terminada la cinta, le escribió una carta a Spielberg, donde sintetizó su opinión en un concepto: “la mejor película de guerra jamás realizada”. Luego hubo una llamada en que hablaron de la Segunda Guerra Mundial y de sus respectivos padres.

En efecto, Spielberg le dedicó la cinta a su papá, con quien a esa altura había vuelto a tener una relación fluida después de las turbulencias asociadas al divorcio con su madre. De hecho, por entonces Arnold se desempeñaba como consultor de la Fundación Shoa, la organización que fundó tras La lista de Schindler pensando en los sobrevivientes del Holocausto.

Rescatando al soldado Ryan desató el furor en su lanzamiento en Estados Unidos, el 24 de julio de 1998. The New York Times reportó que el silencio se tomó el término de una función realizada para integrantes de la industria. Pero las palabras que se alcanzaron a recoger fueron poderosas. El director John Singleton aseguró que “va a inspirar a toda una generación de cineastas” y Dennis Hopper la ensalzó como la mejor película de guerra que había visto.

Tal como en otras ocasiones, Spielberg volvió a dominar la pantalla grande: la cinta fue la más vista del año en su país y triunfó en cinco categorías de los Oscar, incluyendo la estatuilla a Mejor director. El único sabor agridulce lo aportó su derrota en Mejor película, que terminó en manos de Shakespeare enamorado, el drama romántico con Gwyneth Paltrow y Joseph Fiennes. El hecho es recordado como una de las victorias más sorprendentes de la maquinaria de Harvey Weinstein.

Sin el fenómeno de Rescatando al soldado Ryan, probablemente no se entiende la realización de Band of brothers, la serie de HBO que Spielberg comandó junto a Tom Hanks y siguió a un batallón durante la Segunda Guerra Mundial. Lo mismo se podría decir de La conquista del honor (2005), la cinta que originalmente dirigiría el autor de El color púrpura (1985) a partir de un libro de James Bradley y Ron Powers, y que terminó en manos de Clint Eastwood.

También ejerció una importante influencia en Dunkerque (2017), el largometraje en que Christopher Nolan se aproximó a las tropas británicas y francesas que estuvieron acorraladas por el ejército alemán en 1940.

Foto: REUTERS/Mark Blinch

El filme no ha perdido nada de su poder”, opinó el director de El origen (2010) en ese momento. “No queríamos competir con él porque es un gran logro. Me di cuenta de que estaba buscando un tipo diferente de tensión”.

Atendiendo que Caballo de guerra (2011) es más un relato sobre un joven y su animal que una película del género, podría decirse que Spielberg no ha vuelto a pisar el mismo terreno que en Rescatando al soldado Ryan. Tampoco parece estar en sus planes. Quizás intuye que ni él mismo sería capaz de superar su hito de 1998.

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