Parafraseando a George Orwell en La Granja de los Animales o Rebelión en la Granja que dice que todos los animales son iguales, pero hay algunos mas iguales que otros, podríamos decir, que todos los seres humanos son la excepción del otro, vale decir que todos somos incomparables, pero hay algunos seres humanos que son más incomparables que otros. Y esto se hace particularmente relevante con la figura de la ya ausente Cecilia, la incomparable.

Tal como ocurrió con Violeta Parra no tengo ninguna duda que la figura de Cecilia crecerá con el tiempo porque tal como no había dos Violeta Parra en Chile tampoco había dos Cecilia Pantoja Levi en Chile.

Recuerdo que en 1965 llegó a vivir a nuestra casa para ayudar en los quehaceres domésticos a mi madre que trabajaba como profesora, una muchacha que venía de Tomé. Su nombre era (y espero que siga siendo) Hortensia Figueroa Esparza. En las noches mientras ella lavaba los platos cantaba a todo pulmón “Baño de Mar a Medianoche”. Y reía con una risa salvaje.

Esa risa salvaje era la semilla que había plantado Cecilia el año anterior con ese cover de Bagno di mare a mezzanotte, de Domenico Modugno.

Cecilia marcó profundamente a la sociedad chilena con su audacia de mujer tan mal mirada por nuestra sociedad patriarcal. Cecilia parecía una viajera del tiempo. Ella visitaba la década de los sesenta viajando desde el futuro.

De un futuro que aún no llega. Futuro en que las mujeres puedan hacer lo que les dé la gana; tirar besos “de taquito”; manejar autos de carrera de pie; amar a otras muchachas. Todo sin grandes aspavientos. Todo como ella, con una seguridad en sí misma abismante.

Chile es un país que rehúye a los ídolos y las ídolas en la cultura popular. Muy distinto a lo que pasa en Argentina. Un comentarista decía que Cecilia era nuestro Sandro. En Chile Sandro no hubiese sido Sandro. Habría sido solo un “flaite” de nombre Roberto Sánchez y que se las daba de gitano y rockero.

El poder del establishment, los medios de comunicación y buena parte de nuestra sociedad conservadora, derechizada, moralista y católica evangélica, más los y las políticos y políticas de nuestra derecha, no tuvo en Cecilia a una favorita. Para nada. Es que no era “señorita”. Hacía lo que ella quería y no lo que le ordenaban que hiciera, como a tantos ídolos y tantas ídolas de cartón que para congraciarse con el poder no son ellos mismos, sino que se amoldan a figuras pre-establecidas.

Cuando volví del exilio alguna vez una señora me contó que su marido que trabajaba en una carnicería era el bajista de Cecilia y que la acompañaba en unas fiestas solo para mujeres que se hacían en un hotel de calle Baquedano entre Santo Domingo y Catedral, a media cuadra de Le Trianon de la despampanante Candy Dubois. Estamos hablando de mediado de la década del ochenta cuando todo tipo de expresión de género disidente era duramente castigada. La esposa del carnicero-bajista me contaba que a veces llegaba a ese hotel la policía porque había denuncias que en esas fiestas había ofensas a la moral y a las buenas costumbres. Ahí cantaba Cecilia. Ahí resistía Cecilia. Ahí desgastaba su bella voz.

En el año 90 me llamaron los organizadores de las Fiestas Spandex para que fuera a cantar con mi guitarra en mi rol de “cansautor lateroamericano”. Me llevaron a una oficina-camarín en donde estaban los y las organizadores y organizadoras. Recuerdo entre otras y otros a quien hacía la locución para todo el local. De pronto se interrumpía la música y esta mujer decía con voz de aeromoza: “Le avisamos a nuestros pasajeros que nuestra aeronave ha entrado en una zona de turbulencia, por lo tanto, nos moveremos un poco”. Alguien me dijo que era una clave para avisar que habían entrado tiras o pacos de civil. Nadie fumaba “pitos”. Y ahí estaba yo con mi guitarra en esa oficina-camarín “más perdido que computador en oficina de Ministerio de Desarrollo Social” y de pronto entra una mujer diciendo que vayan a sacar a Cecilia del camarín de las niñas porque la zona de turbulencia en ese camarín era grande y que Cecilia no quería cantar. A todo eso me habían comunicado que yo debía telonear a Cecilia, pero si Cecilia se negaba a cantar yo no iba a salir al escenario ya que mi misión era telonearla y presentarla. Esperamos pacientemente hasta que un organizador la trajo a la oficina-camarín. Cecilia estaba en otra. Amurrada, un poco incoherente y desorientada, decía que no quería cantar. A la sazón Cecilia contaba con 47 años. Pidió que trajeran al camarín a quien hacía de cabeza de los organizadores de la Fiesta Spandex, un joven muchacho que estaba bailando en un cubo alumbrado por los reflectores y a medida que bailaba se le iba cayendo la ropa y transpiraba más que caballo corriendo diez mil metros. Uno de los ayudantes de apellido alemán que seguía las instrucciones de la piloto de aquella aeronave iba y volvía desde el cubo: “No, no, no, no quiere venir, está bailando con los ojos cerrados”. Y Cecilia decía: “Si no lo traes, no canto”. La piloto le decía al joven que insistiera para que no se cayera la presentación de Cecilia. Al tercer intento el joven de apellido teutón volvió con el bailarín mojado como si viniese saliendo de una ducha y con la ropa hecha jirones (no por estar desgastada o vieja, sino que respondía a un diseño mediante el cual la indumentaria se “deshacía” en tiritas tras los voluptuosos movimientos del muchacho).

25/07/2023 VELATORIO CECILIA FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA

Cecilia se alegró enormemente al verlo y corriendo hacia él lo abrazó gritándole: “Ven para acá maricón mío para cortarte el pico”. El joven la abrazó con gran efusividad, Cecilia se tranquilizó. Yo pude cantar “Nada” de Carlos Pezoa Véliz y “Triste Funcionario Policial” dedicado a mis torturadores. En la pantalla se proyectaban imágenes del bombardeo a La Moneda. Al finalizar mi segunda canción tuve el honor de presentar a Cecilia. El Spandex se vino abajo con gritos, chillidos, aullidos, aplausos, zapateos y Cecilia entró al escenario como una Reina, porque era una Reina.

Eso fue hace 33 años. Los más jóvenes dirán: “fue hace mucho tiempo”. Los más viejos y viejas como yo diremos: “¡Ah! Fue el 90. Fue hace poco”. Y hace menos todavía. Justamente para el Estallido Social hubo un gran acto en el Estadio Nacional. Yo fui a tocar con mi grupo. Antes de entrar al escenario me encontré con mi amiga Johanna Watson. Ella me dijo que un camarín estaba Cecilia. Entré con mi hija a saludarla. De esa ocasión es la fotografía que ilustra esta columna. Nos reímos. Seguiremos riéndonos por siempre.

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