Alguna vez Richard Linklater la describió como “el aire que respiras”. Por su parte, Paul Thomas Anderson reconoció que “me conmueve cada vez que vuelvo a verla”. Según Quentin Tarantino, es “la película nostálgica que definiría los 70″.
Pero hubo una época en que nadie apostaba por American Graffiti. George Lucas venía de estrenar, a los 26 años, su primer largometraje, THX 1138 (1971), un ejercicio de ciencia ficción recibido con más entusiasmo por la crítica que por el público. Francis Ford Coppola, su amigo y mentor, valoraba su potencial y lo había instado a escribir “algo cálido y humano”, un llamado al que respondió con gusto.
Lucas se concentró en sus recuerdos de adolescente en Modesto, California. En esas calles había sido un estudiante discreto y había bebido alcohol, conocido chicas y conducido diferentes vehículos. En especial eso último: en algún momento imaginó que se transformaría en piloto de carrera, pero un grave accidente, en que una colisión con otro auto causó que se volcara y se estrella contra un árbol, acabó con esos sueños.
El cineasta tomó esas experiencias y creó la historia de un grupo de cuatro jóvenes que pasan su última noche juntos antes de que dos de ellos abandonen la ciudad para partir a la universidad. La ambientó en 1962, la temporada en que se graduó del colegio. Quizá por su falta de pergaminos o por las particularidades del guión, estuvo dos años intentando sacar adelante el proyecto, sin éxito.
Sólo una vez que Coppola –ya con el fenómeno de El Padrino (1972) en el cuerpo– se involucró como productor el largometraje levantó interés y Universal se comprometió a financiarlo. Su idea se podría materializar; sin embargo, el presupuesto no sería muy holgado y el rodaje se desarrollaría en un régimen de austeridad: tenían 28 jornadas para toda la filmación y la exigencia de sólo grabar de noche, debido a que la historia relata una sola velada en las calles de Modesto.
La rutina de Lucas contemplaba que durante el día se dedicaba al montaje y, cuando caía la noche, se acercaba a Petaluma, la localidad donde se desarrollaban las grabaciones. La rutina era exigente, pero el realizador tenía el oficio y la visión para sacar adelante la tarea. Quería hablar sobre el fin de una era –marcada por las repercusiones de la Guerra de Vietnam– y las diferentes versiones de sí misma durante su adolescencia, todas vinculadas a los roles interpretados por Charles Martin Smith, Paul Le Mat, Richard Dreyfuss y Ron Howard.
“Empecé como Terry the Toad, pero luego pasé a ser John Milner y luego me convertí en Curt Henderson, el intelectual que va a la universidad. Todos eran personajes compuestos, basados en mi vida y en la vida de mis amigos. Algunos murieron en Vietnam y un buen número murió en accidentes automovilísticos”, reveló a The New York Times en 1973.
Se salió con la suya con una de las particularidades de la cinta: cerca de un 10% del presupuesto se gastó en los derechos musicales, logrando contar con temas de Chuck Berry, The Beach Boys, Buddy Holly y The Diamonds. Lucas deseaba no sólo hacer un guiño a sus propias obsesiones, sino que explorar la relación entre adolescentes y el rock.
Todos esos elementos condimentaron una película que fue recibida con euforia desde su debut en cines de Estados Unidos, en agosto de 1973. Sus actores se convirtieron en figuras altamente cotizadas (Harrison Ford, con un rol pequeño, empezó a saborear la fama) y el filme recuperó varias veces su inversión. El director tendría la oportunidad de llevar a la pantalla grande la épica espacial que ya había empezó a escribir. Era el cierre de una etapa y el comienzo de otra.