Salvador Allende no se complicó. En el invierno de 1971, dos noticias tenían preocupado al entonces Presidente de Chile. Primero, el asesinato del exministro Edmundo Pérez Zujovic, por parte de un grupo de extrema izquierda; segundo -y más urgente- el terremoto que asoló al país el 8 de julio de 1971. Entonces, el Mandatario decidió ir a terreno para conversar con la gente y evaluar los daños. Estando en Viña, un grupo de jóvenes de clase alta comenzó a gritarle insultos al jefe de Estado. Tocado, “Chicho” se dio vuelta a encarar a los mozuelos y al primero que vio le aforró un derechazo cual púgil en el Caupolicán, derribándolo. La situación luego fue controlada por sus escoltas, los GAP, en una muestra de cómo se estaban caldeando los ánimos.
La anécdota la relata el escritor nacional Carlos Tromben, con su pluma siempre ágil, y señala que fue real. “Max Marambio lo describe con detalles en su libro sobre sus años en el GAP”, comenta a Culto. Por supuesto, usa los elementos de la narrativa para darle vida a esa y otras historias del gobierno de la Unidad Popular (UP) en su nuevo libro: Allende, una novela en cinco actos (Ediciones B). En voz de una mujer que va recordando esos años, Tromben recorre historias poco recordadas de los mil días del socialista y masón.
El hombre de El vino de Dios reconoce que de alguna manera este libro surgió de un modo algo lógico. “Fue, por un lado, la fecha, los 50 años del golpe, pero también la continuación lógica de mis novelas históricas anteriores. En Baquedano, la república militar (2022), Allende aparece como un adolescente que juega ajedrez con un anarquista italiano. En Balmaceda: la guerra entre chilenos (2016) está la soledad del poder, la polarización política y el suicidio. En Santa María de Iquique (2017) el conflicto social y la represión. Todos esos elementos convergen en el gobierno de Allende como placas tectónicas. Son como espejos que se anticipan y se explican unos a otros”.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Un tanto distinto, puesto que yo era un niño para el 73 y recordaba algunas cosas: imágenes, calles, modas, programas de TV. En todas las demás novelas esto era más conjetural, tenía que imaginar muchas más cosas a partir de fotos, relatos y crónicas, mapas, etc. Pero con la época de Allende tenía mi propio registro como punto de partida. La propia voz de Allende, la gestualidad y el ritmo que usaba al hablar. Además de estos elementos, otra diferencia importante es que hice muchas entrevistas a actores políticos, militantes, científicos, funcionarios, gente que era joven en ese entonces. En ese sentido fue un trabajo más periodístico que los anteriores.
Como en sus otros libros, gran parte del argumento de Allende, Tromben lo sustenta en hechos reales, a los que añade ficción en partes más específicas. Todo en la línea de la novela histórica más clásica. “Hay personajes reales como Beatriz Allende o Miguel Enríquez, otros que son ficticios, pero están basados en personas reales que, por necesidad de la trama tuve que modificar en alguna medida. La ficción no está tanto en los hechos mismos como en los detalles. En ese sentido seguí el mismo método de las novelas anteriores. Lo sorprendente es que, a pasar de la mayor cercanía temporal, todavía existan tantas zonas grises en el registro periodístico e histórico, y por ahí se cuela la ficción como si fuera una suerte de aglutinante”.
Al inicio de la novela aparece actividad del MIR en el regimiento de Peldehue. ¿Eso fue efectivo?
Así es, Luciano Cruz, uno de los fundadores del MIR, estuvo involucrado en ello con su primo, un oficial de ejercito activo. Encontré la noticia original y la versión del general Prats en sus memorias. Sin embargo, las distintas versiones difieren en los detalles y ahí, una vez más, entra la ficción. Unos dicen que miristas y paracaidistas rebeldes quisieron apoderarse del cuartel de Peldehue; otros dijeron que comenzaron a darle instrucción militar a pobladores de La Bandera. De hecho, todavía no me queda claro quien infiltró a quien, si el ejercito al MIR o viceversa. En cualquier caso, catorce efectivos fueron dados de baja, cuatro entraron al GAP y fueron guardaespaldas de Allende. 8 son detenidos desaparecidos o ejecutados políticos.
También pusiste una visita del filósofo francés Michel Foucault a Chile en 1971, en un plano más ficcional…
Lo histórico es que una delegación de académicos y científicos franceses visitó el país en agosto del 71, justo cuando Francia estaba detonando sus ensayos nucleares en el Pacífico. Al averiguarlo yo dije: ¿y si meto a Foucault en esa delegación y vemos que pasa? El objetivo era colocar un observador externo, un extranjero peculiar que viera el proceso y lo analizara desde alguna óptica interesante. Hubo otros candidatos como Graham Greene, Hobsbawm, Costa Gavras y otros intelectuales y artistas que vinieron, pero Foucault se impuso en el casting. A través de él se podía entrar en el tema de la homosexualidad y la biopolítica en los años del allendismo.
Más allá de las anécdotas, ¿qué quisiste que el lector experimente con este libro?
Este libro tiene varios lectores y lecturas. De partida muchos son extranjeros (se publica en España Y toda América Latina). Algunos lectores vivieron la UP, otros no. Pero globalmente quería alejarme del estereotipo, hurgar en el circuito deseo-pulsión de muerte. También estudiar la generación de los 60 y 70, las parejas jóvenes. Hoy son adultos mayores y han tenido que vivir con todos esos recuerdos, con el peso de muchas cosas, muchas decisiones terribles y sus secuelas también dolorosas.
Si bien esta es una novela, ¿encontraste algo de este período que te haya sorprendido mientras te documentabas?
Montones de cosas. Primero, el nivel de violencia doméstica, la dimensión brutal del suicidio que había en Chile en esos años. La aparición del medio ambiente como crisis anunciada es otra cosa que me sorprendió. Que las fake news no son nada nuevo. Que la palabra rock era tabú. Finalmente, que los temas se repiten: las mujeres, los indígenas, los “raros”, las disidencias sexuales que entonces eran objeto de mofa y desprecio transversal. Y que los chilenos somos imprudentes y agresivos para manejar. Hasta el día del golpe murió mucha más gente en accidentes de tránsito que por violencia política. Pero eso después cambió y de manera brutal.
¿Por qué una mujer como narradora?
Al principio no tenía un narrador sino muchos registros y la novela no se armaba. Necesitaba una voz que uniera todas las partes y les diera sentido. Que fuera femenina cayó por su propio peso. Tenía que ser una mirada atenta a la intimidad, a los detalles, pero también a los arquetipos que están en juego. Las tres hijas de Allende, las tres hijas del Rey Lear. Siempre son tres mujeres las que anuncian el destino y se conectan con el misterio.
Hay otro elemento que aparece: el proyecto cibernético de la UP, el “fusilar” computadores.
Cybersyn es un relato que ha ido creciendo con el tiempo y hoy tiene eco Mundial como un hito tecnológico. Recién salió un artículo en The Guardian. Lo de la computadora fusilada, es decir, clonada, es un detalle menos conocido. Era un hecho que el Estado no tenía la suficiente capacidad informática para hacer funcionar el proyecto tal como estaba diseñado. Eso habría obligado a procurarla por otros métodos. Encontré dos fuentes que confirmaron el hecho, pero no los detalles más allá del modelo. Pero para eso está la ficción.
En la novela das cuenta de ciertos hechos, como por ejemplo, la compra de una camioneta roja de la “Payita” (la secretaria de Allende) que derivó en un escándalo, o la muerte de un poblador de Lo Hermida. ¿Pensaste en desmitificar la UP?
En cierta medida, sí. Era una época ultra paranoica y quizá más conspirativa que hoy. Pero si me apuras, siento que los que tienen más mitificada a la UP son quienes la depusieron por la fuerza. Ellos y sus herederos políticos han inflado la parte negativa del mito. La izquierda también lo ha hecho, pero menos: como dijo alguna vez Bielsa, la derrota enseña más que la victoria. Mi impresión es que no fue una época alegre, sino todo lo contrario. Pero también fue una época extraordinariamente creativa e innovadora. La escuela de Santiago, con sus múltiples expresiones a través de la neurociencia, las terapias, la biodanza y el propio proyecto informático dan cuenta de ello y de la tragedia que fue perder este impulso.
En tu novela, el Presidente Allende después del “Tanquetazo”, de alguna forma “claudica” y se entrega a su destino. ¿Fue tan así?
Eso le reprocharon los elementos más radicales del PS y el MIR, que insistiera en negociar con Aylwin y la DC y limitara el “poder popular”. Allende realmente no concebía la violencia como herramienta política. De ahí su reticencia a distribuir armas.
Se menciona poco la visita de Fidel Castro, ¿por qué?
No entraba en mi agenda, que comprende únicamente los meses de invierno de cada año y el día del golpe. Castro se robó la película en noviembre del 71, pero mi personaje es Allende.
¿Qué te parece el debate generado por sectores de derecha que han justificado el golpe?
Penoso. Vergonzoso. La derecha política lo hace con un oportunismo electoral que repugna. Tengo amigos de derecha intelectual con una visión mucho más amplia y humanista. Estoy seguro que van a disfrutar del libro. Más interesante es discutir si el golpe era inevitable, si había otra salida y preguntarse quienes fueron los que trabajaron activamente por clausurarla. Esa reflexión rebasa mi novela, pero mi aspiración como escritor es contribuir a ella.