Eran dos fuerzas de la naturaleza durante los 80. Antagónicas, telúricas, inquietas y viscerales: ahí donde uno copaba la radio y la televisión con su estilo vanguardista y peculiar, el otro circulaba por otras vitrinas dando cuenta de los rastros más descascarados del Chile bajo dictadura.
Charly García y Jorge González compartieron época, son símbolos inequívocos de una misma banda sonora –la del rock latino ochentero-, pero también se erigieron como íconos distintos, opuestos en algún punto, cada uno orbitando su propio cosmos.
Para empezar, una diferencia simple de descifrar: bastaba con encender la TV para darse cuenta que el argentino siempre contó con una tribuna mucho más amplia. Con él no había mordaza ni miradas de recelo.
Su primera vez en la pantalla chica fue el sábado 4 de agosto de 1984, cuando junto a su equipo y sus músicos llegaron a los estudios de Canal 13 para grabar una entrevista y una presentación con playback en el espacio Noche de Gigantes, el gran estelar de la época, suerte de apéndice más reposado y refinado de Sábados Gigantes, comandado también por Don Francisco.
Ahí, el músico convivió con otros invitados con los que abordó el tema del respeto (o no) por las raíces culturales de un país y qué tanto la juventud de ese entonces reverenciaba las tradiciones de una sociedad. En el panel también estaban el sociólogo Pablo Huneeus y el cantautor Eduardo “Lalo” Parra, hermano de Nicanor y Violeta.
Con chaleco morado, verde y azul, pantalón negro, zapatillas y calcetas blancas, Charly fue presentado de un modo al menos llamativo. Mario Kreutzberger dijo al micrófono: “Ya está sentado junto a nosotros Charly García, que viene por primera vez a Chile y que ha tenido mucho éxito, sin que se le conociera por el disco, porque tus discos no tienen difusión aquí en la radiofonía”.
El argentino le respondió riendo: “Sí, parece que sí. Yo soy el primer asombrado”.
Luego, el conductor arremetió: “¿Por qué crees tú que a la juventud le gusta esta música?”. Don Francisco, claro, nunca especificó a qué tipo de música se refería.
El cantante giró los ojos hacia arriba e intentó atrapar una respuesta: “Y yo creo que deben tener ganas de escuchar rock and roll y de ver un espectáculo. Además, saben que hice mucha música en Argentina y que de alguna manera Sui Generis es muy conocido. Va a ser una cosa muy fuerte, como algo que no se pensaba pero que sucede”.
La siguiente pregunta de Kreutzberger también buscó acorralarlo: “Ahora, por ejemplo, Piazzolla dice que tú no eres, digamos, que no tienes sentido nacional, porque el rock es norteamericano”.
Ahí el conductor chileno tropezó con un error. El bandoneonista argentino genio del tango Astor Piazzolla sí se había referido en términos elogiosos a la generación rockera de García sólo un par de años antes en la TV de su país.
Luego, el hombre de No me dejan salir tuvo que esquivar con paciencia una serie de cuestionamientos dedicados a su bigote bicolor o a lo que opinaba de Julio Iglesias.
Sobre el cierre, el artista cantó en el escenario del set Nos siguen pegando abajo, ejecutando un burdo y evidente playback del que él mismo se burló, haciendo una mímica desfasada y socarrona. Era, en todo caso, la ley de esos años en la TV chilena.
Todo secundado por su mejor banda, integrada en pleno corazón de los 80 por Pablo Guyot (guitarra), Alfredo Toth (bajo), Willy Iturri (batería) y Fito Páez (teclados). El público presente aplaudió sin agitarse demasiado.
Éxito y censura
En contraparte, el debut en TV de Jorge González al frente de Los Prisioneros fue quizás menos vistoso y lejos del horario prime. En 1985 pasaron por Canal 11 y Canal 13. En la en ese entonces estación católica, tocaron el sábado 14 de septiembre en su buque emblema, Sábados Gigantes, presentados también por Don Francisco. El animador era tan omnipresente que ni siquiera el rock escapaba de su sombra ubicua.
“Vamos al rock. Al rock, pero con un conjunto que compone sus propios temas, que tiene motivaciones del medio ciudadano en que viven. El título: Voz de los 80. Y el aplauso para Los Prisioneros”, introdujo Kreutzberger, antes de que los sanmiguelinos también desenfundaran en modo playback su gran himno. El público del estudio respondió bastante más eufórico que en el caso de Charly.
“La voz de los 80 con Los Prisioneros, un conjunto que se impone en la juventud”, fue la frase con la que el conductor los despidió tras la canción.
Sólo tres meses después, el reencuentro con la pantalla chica fue mucho más áspero y explosivo. También un sábado, el 7 de diciembre de ese 1985, la banda se presentó como parte de la sexta versión de la Teletón. En su temporada de consagración, eran un número imprescindible en la cruzada televisiva.
Pero tropezaron con la censura de esos días. Cuando empezó su presentación también con La voz de los 80, el canal público, TVN, se fue inmediatamente a comerciales. La dictadura no quería el discurso incómodo del trío en sus propias narices. El resto de las señales continuó con la emisión. Una parte importante del país no pudo verlos. Pese a ello, el show sí fue grabado y archivado en la videoteca de TVN.
Tanto con Charly como con Jorge González ya figurando en los medios nacionales, los periodistas empezaron a preguntarles por sus colegas de generación. Eso sí, las consultas estaban algo desbalanceadas: casi siempre se le interrogaba a González sobre sus coetáneos del rock argentino, sus reflexiones acerca de sus letras, sus looks y, sobre todo, la mayor figuración que tenían en radios, diarios y canales.
El rock penca
Desde sus inicios, parte importante de la prensa quería saber qué pensaba el cantante de los colosos del otro lado de la cordillera. Por supuesto, los dardos eran el obsequio más común.
Una de las pruebas más tempranas es una entrevista que el escritor Fabio Salas le realizó al autor de Sexo en abril de 1984, en la Fuente Suiza de Plaza Ñuñoa, cuando sólo tenía 19 años y junto a su agrupación recién acumulaba sus primeras presentaciones en liceos y gimnasios. Aún faltaban ocho largos meses para la salida de su debut, La voz de los 80.
En el diálogo -que Salas después incluyó en su libro El grito de amor (1987)-, se le pregunta en torno a su propia generación, a los jóvenes de su misma edad. “Mal, no hacen nada, todos tratan de ser gringos, no me identifico ni me siento parte de ella. Es fácil de manejar, está muy presionada, no creo que le quede algo por hacer”, es el diagnóstico de González.
Incluso se pesimismo se extiende a la hora de analizar una posible eclosión rockera en el Chile dictatorial. El cantante ahí lanza: “No. No creo que pase nada, sólo creo en Los Prisioneros. No digo que seamos los mejores, sólo que es el único grupo que me gusta. Con el resto de la gente que he conocido en la universidad, en el liceo o en la calle, no pasa nada; creo que tienen otros objetivos, lo que quieren es recibirse de cualquier cosa para empezar a ganar plata”.
“Yo hice rock porque todo era penca y me pregunté por qué estos tipos se llenaban de plata y lo pasaban bien si no hacían nada del otro mundo (…) Un paltón no podría hacer rock, porque el rock es un reclamo contra todo; el rock es reclamar, y entonces un paltón, ¿de qué va a reclamar si lo tiene todo? Uno debe ser consecuente con lo que exige”, sigue el artista.
Y llega el gran minuto en que le preguntan por Charly García, ya en ese momento con una carrera solista sonando en Chile gracias a emisoras emblemáticas de la FM, como Concierto. Ahí, González afina la puntería y no tiene piedad: “Se cree griego, creo que daría la vida por haber nacido norteamericano. ¿Cómo creerle si se ha subido al carro de la victoria de cada cosa que han inventado los gringos?”.
Para culminar, remata: “Es un posero”.
“Son unos vendidos”
En los 80, García no tuvo sentencias tan lapidarias contra los chilenos. Tuvieron que pasar 19 años para que ex Serú Girán dirigiera algo así como una respuesta tardía contra el joven González: en el Festival de Viña 2003, el músico trasandino compartió cartel con el conjunto nacional. Mientras ellos se presentaron el 22 de febrero -y disfrutaban de una segunda vida tras el retorno de dos años antes en el Estadio Nacional-, la voz de Rap de las hormigas lo hizo justo una jornada después, el día 23.
Esa noche de su show, justo después de bajarse del escenario y tras ofrecer una performance sólo regular, García dio una entrevista al diario El Mercurio en su camarín de la Quinta Vergara. Ahí le preguntaron precisamente por Los Prisioneros, contemporáneos en años difíciles y ahora parte del mismo espectáculo televisivo.
Ahora fue el argentino quien preparó un misil teledirigido: “Como músicos son muy malos. Me parece que tratan de tener éxito comercial y me parecen unos vendidos, porque yo también soy vendido”, aseguró.
Luego agregó: “La ropa que usan es horrible. Al principio me gustaban, no por la música, sino por la ondita que tenían, cuando me criticaban a mí. Se ve que las críticas de ellos no sirven para nada”.
Para él, el principal problema de Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia era la falta de talento y ambicionar un modelo en exceso comercial. “El asunto es cómo lo hacés, si tenés talento. Talento, no estoy hablando de otra cosa. Hay que tener algo en la cabeza y saber tocar. Si sos un imitador de todo y tocás todo mal, y encima lo que querés es ir a Miami y ser como Juanes, me parece una cagada. Me parecen unos vendidos”, concluyó.
Cuando le preguntaron cuál músico chileno admiraba, sugirió una respuesta muy similar a la expresada dos décadas antes en Noche de Gigantes, en ese frío set televisivo donde nadie parecía entenderlo mucho: “Violeta Parra. No mucho más”.
Por supuesto, ni Los Prisioneros -ni González- entraban en su bitácora.