Columna de Marisol García: Muertos que cantan
Cada avance técnico en la música ha traído un debate asociado, pero el de la IA es hoy un campo en el que todavía prima la perplejidad, y en ello radica precisamente parte de su trampa. Circulan audios de Johnny Cash cantando Barbie Girl, de Twisted Sister ocupados en un villancico, de un (creíble) disco de Oasis por el que nunca pasaron los Gallagher. ¿Son una broma o una blasfemia?
Un comercial de auto como cualquier otro, o eso es lo que parece: una cantante famosa (Maria Rita) entona al volante una canción popular (Como nossos pais) mientras conduce por la ancha carretera de algún lugar de Brasil. De pronto, en el segundo 40, a su lado se ubica otro Volkswagen. Es un minibús más antiguo, conducido por una mujer de pelo corto y sonrisa encantadora, quien con entusiasmo se suma al canto. Mírenla bien: ¡sorpresa! No es cualquier rostro publicitario. Es la madre de la protagonista. Es un símbolo de la música popular brasilera. Es Elis Regina. Y está muerta hace 41 años.
Lo que hasta ahora está haciendo la inteligencia artificial con la música consigue al menos la reacción unánime del asombro, sí. Pero de ahí en adelante nos pasa de todo: surgen juicios tan diversos como inencontrables. Volver a ver a Elis Regina en las pantallas de Brasil ha sido para muchos una cumbre emotiva, un acierto publicitario capaz de apelar a lo más hondo de la memoria de una nación.
Pero hay quienes se han indignado: que lo permita la técnica no quita que no califique de explotación; en este caso, de una mujer fallecida cuyas inquietudes políticas y artísticas jamás la hubiesen hecho prestarse para la promoción de una firma multinacional, y menos con un tema originalmente compuesto como reflexión sobre el opaco legado de la dictadura militar para su generación. Están los que se preguntan: ¿y quién lo autorizó? ¿Y por cuánto? Y están los que responden: es un truco digital que tomó 2.400 horas de producción, ¿por qué alguien tendría que autorizarlo o esperar un pago? El caso está hoy siendo evaluado más formalmente por el Consejo Nacional de Autorregulación Publicitaria de Brasil.
“¿Acaso el entusiasta del gramófono no pierde tiempo valioso con su esposa y su familia?”, escribió quien hace más de un siglo veía en el acceso a las primeras grabaciones de música una disyuntiva moral. “Si ahora podemos escuchar en casa a los más grandes músicos con tan sólo activar un mecanismo, ¿quién entonces se dará el trabajo de aprender un instrumento? Ningún niño va a querer practicar…”, sopesaba a su vez el compositor John Philip Sousa, más atento a lo educativo.
Cada avance técnico en la música ha traído un debate asociado, pero el de la IA es hoy un campo en el que todavía prima la perplejidad, y en ello radica precisamente parte de su trampa. Circulan audios de Johnny Cash cantando Barbie Girl, de Twisted Sister ocupados en un villancico, de un (creíble) disco de Oasis por el que nunca pasaron los Gallagher.
¿Son una broma o una blasfemia? ¿Una proeza técnica o una banalidad? ¿Ponen en riesgo a la industria o muy pronto se nos harán aburridos? Vendrá el día que hablemos de una “canción-canción” para diferenciarla de una impostura, como hoy con el “café-café”. El músico “muerto-muerto” será intocable, y el (tan sólo) “muerto”, carne de experimentos. Y entonces la imprecisión y el error se convertirán en dotes, imposibles de programar.
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