Hace dos semanas que Pedro Aznar celebró sus 64 años. Han sido décadas dedicadas a la música y la poesía. Una vida artística que va desde su participación en bandas históricas como Madre Atómica, Serú Girán y Pat Metheny Group, a una inquieta carrera solista responsable de discos como Fotos de Tokyo (1986) y Quebrado (2008), pasando por una icónica colaboración con Charly García que tuvo como resultado los álbumes Tango (1986) y Tango 4 (1991).
El mundo no se hizo en dos días (2022), su disco más reciente, es un claro signo de que su energía creativa sigue vigente. Lo que tampoco significa que, para Aznar, todas las cosas se mantengan en el mismo sitio que antes. “Si yo miro en retrospectiva mi carrera, la veo con mucha satisfacción”, afirma el músico a Culto, sentado en algún rincón de su casa y acompañado por Chardonnay y Angelina, dos de sus tres gatos.
“Hay algunas cosas que ya me olvidé un poco cómo las hice, y cuando las escucho es como escuchar a otro. Creo que recuperé un poco de objetividad en algunas de esas cosas, porque me sorprenden. Y gratamente. Digo ‘ah, ¿cómo habrá sido que se me ocurrió esto?’, y ya no me acuerdo muy bien cómo fue. Pero me gusta el resultado. Y eso es una buena cosa, poder mirar la propia vida y sentirse satisfecho. Y, por otro lado, desde luego que hay una mayor conciencia de la finitud”, agrega el músico en un tono sereno.
En ese último punto es donde el argentino reconoce la mayor consecuencia del paso del tiempo. “Cuando uno está en la flor de la juventud se siente eterno, y está bien sentirse así, porque es parte de la belleza de la juventud. La madurez trae consigo un montón de ventajas, tal vez con lo agridulce de la sensación de que el tiempo por delante se va acortando, y es una realidad. Uno empieza a ver las cosas y a vivir de una manera más definitiva, si se quiere. Empieza a valorar su tiempo de otra manera, a valorar su esfuerzo de otra manera, y empieza a sentir que, bueno, esto dentro de no mucho se termina”, define el artista.
Aunque eso no significa que el fin de su carrera artística esté entre los planes. Ante la pregunta sobre si se ve en los escenarios a los 80 años, tal como otras figuras del cancionero popular como Paul McCartney o Bob Dylan, el trasandino responde sin dudarlo: “Sí, claro que me veo”.
“Qué me gustaría dejar como legado es una linda pregunta para hacerse. Por supuesto que no es fácil. Uno muchas veces quisiera quedarse muchísimo tiempo. Otros dicen ‘no, mejor terminar con toda esta lata y ya está’. Y pasar a los siguiente que quién sabe qué será”, lanza Aznar entre risas. Aun así, y a pesar de la angustia que suscita el pensamiento en torno a la muerte, la postura del músico es optimista en torno a lo que viene después de la vida.
“Yo imagino en un punto que, por experiencias que tuve de consciencia ampliada y que algunos dicen que son un poco como una vista previa de lo que puede pasar cuando uno trasciende este cuerpo, lo que parece haber del otro lado es de una belleza inconcebible. Porque es un océano de amor. Si uno cuando se va de acá se une definitivamente a ese océano de amor, es la bendición más absoluta”, concluye el músico, que visitará nuestro país los días 9 y 10 de noviembre para presentar El mundo no se hizo en dos días, su último disco, en el Teatro Oriente.
Un nuevo disco bisagra
El más reciente trabajo de Aznar ha sido definido por él mismo como un verdadero manifiesto. No solo en torno a las letras –que abordan la política “en un sentido amplio de la palabra”, con una mirada crítica en torno a la gestión de la crisis climática–, sino también en cuanto a la incursión en diversos estilos y géneros.
El mundo no se hizo en dos días, la canción que abre la placa y que da su nombre al disco, es un buen ejemplo de aquello. Con una pista sintética, el descarnado rap de Aznar señala en una de sus partes: “Cuando veas ahí, desde tu silla/ La maravilla del pueblo consciente/ Apretá los dientes/ Vos y tus secuaces/ Tenaces violadores del entorno/ Las razas, las especies/ Hablamos de extinción”.
Para el argentino, este álbum doble, escrito entre el 2018 y la pandemia, “es fuertemente resultado de ese período, porque tiene una gran carga de introspección y también de mirada política en un sentido amplio de la palabra. No la política partidaria, sino el entenderse como un humano en el mundo y como un humano en sociedad. El disco es una reflexión profunda en ambos sentidos”.
“Va muy hacia adentro y hacia afuera también”, asegura. “Es como un manifiesto en muchos sentidos, de mi pensamiento actual, de las cosas que me ocupan y preocupan, y por eso creo que es nuevamente un álbum bisagra en mi trabajo. Como fue Quebrado en su momento, este es un disco que marca un antes y un después. Es un punto de madurez”.
Dentro de esa manifestación política, las problemáticas medioambientales ocupan una parte importante. “Que se sigan explotando pozos de petróleo, que se siga haciendo minería intensiva usando los recursos del agua que son tan escasos y tan preciosos, y que no se busque denodadamente las alternativas para reemplazar todas esas prácticas que van contra el medioambiente es un crimen de lesa humanidad. Como lo ha dicho en su momento Greta Thunberg, no le estamos dejando un mundo viable a las generaciones que vienen detrás”, afirma el cantautor, que desde principios de los 90 colabora activamente con Greenpeace.
Además, Aznar está convencido de que la poesía y el arte juegan un rol fundamental a la hora de alzar la voz sobre este tipo de problemáticas. “Cuando se expresan estas cosas a través del arte, llegan a un mejor lugar, porque involucran también al corazón, a la intuición y la imaginación. No solamente se quedan en la corteza prefrontal y en el procesamiento de datos, sino que va mucho más allá”.
La potencia del urbano
Pero esa no es la única característica que diferencia a este disco. “Es una ampliación de un concepto que ya venía, que es el uso de la palabra poética en nuevas dimensiones”, asegura el argentino. “Canciones como 1918 revisitado o No voy a cantarle a tu culo toman de la música urbana esa potencia de lo poético para decir cosas fuertes, poniéndose en este poder de la poesía de comunicar de una manera hermosa pero contundente”, señala sobre la decisión de abrazar géneros como el trap o el reggaetón.
Hoy, Aznar valora ampliamente lo que sucede con el género urbano a nivel regional, donde Argentina ha tenido un rol fundamental. Aunque es sincero al confesar que no siempre fue así. “Muy jovencito también cometí el pecado del fundamentalismo, y de pensar que ciertas músicas iban a salvar al mundo y que ciertas otras lo iban a hundir. Cosa que es una tontería absoluta”, relata entre risas.
“Hace muchos años que entiendo que hasta la música que tal vez pueda mal llamarse ‘primitiva’ es música que apela a algo ancestral en nosotros, como por ejemplo el ritmo. Eso es absolutamente fundamental, porque es el latido del corazón hecho sonidos con instrumentos, desde la percusión en adelante. O el canto ancestral, como el canto andino, que es música hecha con cinco notas y que se podría decir que es entre comillas muy ‘básica’, pero que a la vez es una música cósmica. Comunica algo esencial del ser humano. E ir reconociendo eso con el tiempo me ayudó a eliminar un montón de prejuicios y a abrirme a todas las posibilidades musicales, porque en todas esas estéticas hay semillas de verdad”, reflexiona el trasandino.
“Mientras sienta que me puedo lanzar a un nuevo territorio y que le puedo hacer una mediana justicia, ahí voy a estar. Porque soy un tipo curioso e inquieto. Así que bienvenido sea”, asegura.
Inteligencia Artificial, un arma de doble filo
El desarrollo de la IA ha sido el tema de conversación obligado en todos los rubros, y la música no se ha quedado atrás en el debate. En los últimos meses, las redes sociales se han repletado de canciones contemporáneas siendo interpretadas por artistas fallecidos, e incluso Paul McCartney anunció el uso de IA para recuperar la voz de John Lennon en la que será la última canción de los Beatles.
Aznar la reconoce como una gran herramienta, aunque es cauto al momento de reflexionar en torno a sus dimensiones. “Es un tema muy complejo porque involucra nada menos que la creación de una nueva especie consciente en nuestro planeta. Se puede decir que de alguna manera son nuestros herederos, pero como pasa con las nuevas generaciones, los chicos aprenden de los padres, pero después hacen su propio camino. Y en este caso va a pasar lo mismo”, apunta el ex Serú Girán.
“Yo creo que es una moneda de dos caras. Por un lado, es esperable que dentro de no mucho tiempo alcancen niveles de desarrollo cognitivos sorprendentes, por decir poco. Y, en muchos sentidos, superiores a los humanos. Esperar que esta nueva especie trabaje para nosotros es un disparate y además es una pretensión humana de entender el mundo como si nosotros fuéramos los reyes inequívocos de todo. Venimos haciendo eso hace muchos siglos. Y bueno, están los resultados a la vista del desastre que estamos haciendo. Estamos a punto de extinguirlo todo”, reflexiona el artista.
Bajo su perspectiva, suponer que esa posible nueva especie esté a la merced del ser humano es un error, “una tontería arrogante y obscena. Por eso digo que es una moneda de dos caras, porque, en un punto, vamos a tener que darles la verdadera identidad que tienen como entidades conscientes. Y como tales, por qué no llamaríamos ciudadanos a entidades conscientes que tienen una inteligencia equiparable a la nuestra o superior”.
En ese contexto, el músico considera que todo el desarrollo en torno a lo que prefiere denominar como “inteligencia cibernética” -en tanto no es un “artificio” que esté fuera de la naturaleza-, traerá consigo un replanteamiento filosófico obligado para el ser humano como especie.
“Una vez que pase eso, ¿cuál va a ser el lugar del humano? Es la gran pregunta que tenemos entre manos ahora. Y no es menor. Hay un científico sueco norteamericano que yo admiro mucho, que se llama Max Tegmark, que propuso una idea que me parece brillante. Hablando de esto, dijo: ‘tal vez deberíamos dejar de llamarnos homo sapiens, el humano que conoce y que sabe, y pasar a ser ‘homo sentiens’, el humano que siente’. Y tal vez eso sea lo que nos diferencia de la inteligencia cibernética”, comparte Aznar.