Álvaro Henríquez (53) alguna vez tuvo que demostrar cuánto valía como cantante: le fue mal.
“Cuando traté de entrar a Música en la Universidad de Chile, me daba el puntaje y todo, pero había 15 cupos y éramos 140 huevones. Entonces, nos hacían pasar de a uno. Fueron dos días de espera. Cada uno tenía que cantar algo frente a una comisión. Me toca a mí, entré y me preguntan qué voy a cantar. Y yo les empiezo a cantar Be-bop-a-lula. Y me largo: Be-bop-a-lula, she’s my baby...”, rememora el artista, entonando ahora el inicio del clásico del rock and roll popularizado por Gene Vincent.
“Por supuesto que no quedé. Nada. Cero, cero opción. Chao. Los tipos se miraban entre ellos y decían ‘este gallo está loco’. Entraron otros que eran mucho más mateos”, continúa frente a un relato que se contrapone a la oficina en donde hoy está sentado, una suerte de cuartel general en Ñuñoa que gira en torno a sus proyectos -Los Tres y Pettinellis- y que rebosa puro triunfo en paredes con fotos suya en portadas de revistas o imágenes que atrapan capítulos estelares de su trayectoria.
“Es que a mí nada me iba a desanimar. Yo tenía clarísimo lo que quería hacer. Lo supe desde que murió Lennon, cuando tenía once años: ahí decidí que iba a ser músico. Vi la noticia por la tele, la dio Raúl Matas y ahí dije ‘chucha, ¡pero cómo matan a un músico!’ Mostraban a los Beatles cantando Help!, con todas las minas gritando, y yo decía: ‘yo también quiero ser esto’. Me convencí cuando vi a Los Jaivas tocando en La Tortuga el año 81, lanzando Machu Picchu. Ahí quedé loco viendo a Gabriel Parra con la máscara y a todo el resto vestido de blanco. Así que mejor que esa comisión no me haya dejado. No tenían idea a quién tenían al frente”.
Sin embargo, Henríquez ha vuelto a cantar el tema del rechazo, Be-bop-a-lula, en las últimas semanas. Y esta vez lo han aplaudido. Nadie lo ha tratado de loco.
Fue la canción con la que a mediados de julio en la sala SCD de Plaza Egaña abrió la primera fecha de su show Con los acordes que son, donde apenas provisto de una guitarra acústica y acompañado de Sebastián “Chiporro” Cabib -el último guitarrista de Los Tres antes de su reciente pausa- desenfundó clásicos de su cancionero y algunos covers en versiones esqueléticas. La cita agotó sus boletos en un par de minutos. Para un hombre casi siempre asociado a un conjunto y con una obra en su gran mayoría conjugada en plural, pocas veces se le había visto tan solitario y desnudo en un escenario.
Precisamente tal austeridad coincidió con el paréntesis que Los Tres abrieron en abril pasado, cuando informaron de un receso “hasta nuevo aviso”. Entonces, ¿a qué iba a dedicar ahora el tiempo libre? El penquista se convirtió en un activo usuario de Instagram y cada tanto empezó a subir videos caseros en que mostraba los arreglos en guitarra de algunas de sus composiciones más señeras, lo que tiempo después precipitaría la gran pregunta a sus seguidores: “¿qué tal un concierto con guitarras de palo, tal como fueron compuestas?”. Fue el embrión de su actual performance, la misma que replicará por partida doble el 1 de septiembre en el teatro Zoco, en Lo Barnechea (18 y 21 horas, entradas en Puntoticket).
“Fue algo súper al voleo. El show lo armamos en, no sé, diez minutos. Además, yo jamás pensé que iba a usar Instagram en mi vida. Lo encontraba súper hedonista. Era puro mostrarse todo el rato. Y heme aquí usándolo. Es un regalo para esa gente, hacerla feliz tocando pedacitos de canciones desde mi casa. Qué me cuesta. Es darles un alegrón. Pero también yo quería algo primario. No una orquesta, ni percusiones, ni nada. O sea, esto es como si estuviéramos en la casa, sentados en el living”.
-¿Hay algo que le aburrió de ser parte de una banda?
Puede ser, fíjate. Lo que pasa es que la dinámica con una banda es súper cansadora, en el sentido de que tienes que estar pendiente de muchas cosas al mismo tiempo. En cambio esto otro es más un relajo, que era lo que yo quería, lograr relajarme con la música, porque de repente la música también te estresa, tienes que hacer muchos conciertos, un grupo, otro grupo y otro grupo.
“Me puse a pensar más en mí. Uno siempre piensa en el público y nunca piensa en uno. De repente estás tocando una canción que no te sale tan bien y te empiezas a desesperar. O, cuando estás con un grupo, siempre tienes que tocar las versiones que la gente espera escuchar. En cambio acá es tocarla en una versión que es menos que un demo. Mucho más descarnada. Eso como si fueran vacaciones musicales para mí. Hace harto tiempo que no me pasaba. En ese show en la SCD, yo estaba feliz, como hace mucho no estaba tan feliz. Con Chiporro hicimos el repertorio antes de salir, en el camarín. Así de visceral. Es entretenido no saber qué vas a tocar. No quiero llegar a un punto en que diga ‘perdí mi ignorancia y no sé cómo recuperarla’”.
-¿Qué es lo que lo hace más feliz de este formato?
Cantar las canciones que yo quiero. Y es ir un poco contra la corriente, porque hoy está toda la tecnología, la Inteligencia Artificial y la no sé qué, pero aquí no, es sólo guitarra de palo, sin ningún efecto. No tener nada en el escenario de repente es una delicia. De hecho, mi plan original era tocar en la calle, hasta que llegaran los Carabineros y nos llevaran. Pero después dijimos ‘mejor no, hagámoslo en un teatro’.
Una vida larga y feliz
Henríquez también reconoce que la serenidad que transmite su actual puesta en escena es el retrato de una vida menos estridente, ya con más de 50 años y tras haber sorteado minutos difíciles, como cuando en 2018 recibió un trasplante de hígado. “Yo creo que sí, porque he pasado por muchas cosas”, reafirma, para después profundizar: “Es que la vida es muy larga. Le gente siempre dice que la vida es corta, pero yo la encuentro larga. En general estoy mucho más focalizado en lo que hay que focalizarse, que es la música. El resto de la chaya, la fiesta y la huevá, para mí ya no existe. No me interesa. Es mucho más entretenido fijarse y estar permanentemente en contacto con tu música, con eso yo soy feliz. Por eso es que ando contento, con eso ya me cambia la cara”.
“De repente, entre medio del camino, uno igual se pega unas desviadas, pero lo importante es que sigues el camino. Yo decidí seguirlo y lo voy a seguir hasta que me muera. Seguir centrado en la música hasta que me llegue el momento, cuando se me caiga la espada de Damocles en la cabeza”.
El resto de la chaya, la fiesta y la huevá, para mí ya no existe. No me interesa
Álvaro Henríquez
-¿Cómo imagina su carrera de aquí a diez años? ¿Toma como ejemplos a músicos de mucha vigencia en la adultez, como McCartney o Dylan?
Claro. O sea, lo que pasa es que yo vivo al día. Yo creo que uno se puede morir mañana y cagaste igual. Por eso que hay que hacer todas las cosas que uno quiere hacer rápido, porque en cualquier momento… bueno, yo siempre he pensado que tengo que envejecer con dignidad. Yo no quiero ser un viejo así como lolo, que anda engrupiéndose a las minas de 25. No pos, ya estoy en otra, completamente. Y me siento bien. Yo creo que este es uno de los mejores momentos de mi vida. Antes era todo tan rápido que no alcanzaba a disfrutar nada. En cambio, ahora, me doy el tiempo de disfrutar, de ver a la gente, lo mismo con Instagram. Fui desarrollando con el tiempo la paciencia, antes quería todo al tiro.
“Igual, yo para autodefinirme soy pésimo y no me gusta la gente que se autodefine. Yo, como te digo, voy viviendo el día a día. Espero llegar a los 70 como McCartney y seguir tocando. Ahora, el que se pasó en esa onda es Keith Richards. Ese sí que es un fenómeno. ¿Has cachado los memes que salen y que dicen ‘qué clase de planeta le vamos a dejar a Keith Richards’? Es como Charly”.
-¿Está familiarizado con el actual éxito de la música urbana?
Sí, he escuchado, más que nada por mi hija Olivia, que le gustan los buenos traperos y los buenos de la música urbana. Creo en la cohabitación de los diferentes estilos y este es el momento de ellos y luego vendrá el momento de otros; yo seguiré escuchando rock and roll y a don Roberto Parra hasta que me muera. Lo urbano no son ni un obstáculo ni enemigos, son colegas y los respeto. Yo me sigo sintiendo muy agradecido del público chileno.
-¿Se siente profeta en su tierra?
Yo creo que recién ahora, que voy a cumplir 54, me siento un poco profeta en mi tierra.
-¿Por qué recién ahora?
Por todas estas demostraciones de cariño de la gente, en Instagram, en los medios en general, hay buena onda.
-¿Y antes no lo sentía así? ¿Le costaba sentirse más querido?
No, yo sabía que yo era querido, lo que pasa es que cuando uno lo ve en lo físico, es distinto. O sea, lo ves ahí en la pantalla y cachai que hay buena onda, entonces eso también te lleva a hacer las cosas de otra forma.
-¿Por qué decidió poner en pausa a Los Tres?
Ya habíamos tocado mucho y necesitábamos tener vacaciones, hacer otras cosas. El año pasado tuvimos muchas tocatas, entonces dijimos ‘ya, ok, lleguemos hasta acá, tomemos unos meses y después, eventualmente, retomamos’.
-¿Se cansó de canciones que ya tienen 30 años? ¿No dijo en algún momento ‘oh, qué lata seguir tocando Amor violento’?
Lo que pasa es que yo tengo mi teoría: tocar de nuevo, por ejemplo, Amor violento, es una excelente oportunidad para cantarla mejor. Yo no me lo tomo así como ‘qué lata’. De repente veo gente en la tele o en Instagram quejándose, así como ‘qué horror cantar esta canción’. ¡Pero sí para eso naciste hombre!
-Hay muchos músicos que dejan de tocar sus éxitos de los primeros discos.
Claro, es como ir a ver a un grupo y toca puros lados B. Lo más probable es que no te guste tanto el concierto. Esperas otra cosa.
-La lata entonces no iba por el lado musical.
No, porque lo paso la raja. El tedio iba por el lado de esperar en el aeropuerto, ir a la van, moverse. Como decía Ron Wood, este trabajo es 80% espera y 20% de show. Me cansaba eso. De pronto tomar un avión a las siete de la mañana para tocar el mismo día. Viajabas ocho horas para pararte sobre el escenario una sola. Y después eran otras ocho horas de vuelta. Todo lo que se mueve en torno a tener un grupo es pesado, porque tienes que esperar demasiado. Yo ya estaba chato de eso. Pero la música nunca me aburrió, nunca.
-¿Le gustaría que el próximo regreso de Los Tres fuera con la formación estelar de los 90?
Mira, te voy a decir algo: con Los Tres, nunca se sabe… (se ríe)
-O sea, puede pasar.
Tómalo como quieras. Lo que yo te digo es que por la historia de Los Tres, uno nunca sabe. Somos un grupo misterioso. Hemos hablado varias veces también, hay buena onda entre nosotros, todo bien. Pero, como te digo, nunca se sabe, no te podría decir más.
-Pero, ¿le gustaría o no?
Es que estoy tan metido en estas otras cosas que no me he puesto a pensar en eso. Cuando me meto en algo, me la tomo muy en serio. Entonces estoy pegado en eso, buscando más canciones para el repertorio de mis actuales shows. No he pensado en lo que me preguntas de si volvemos o no con Los Tres. No lo pienso en lo inmediato. Pero como te digo, nunca se sabe.
-A propósito de reuniones, ¿le merece alguna opinión el reciente retorno de Los Bunkers?
Excelente. Sí, buenísimo. Los Bunkers son una súper buena banda. Tienen muy buenas canciones. Mi favorita es esa que dice ‘me dices que es muy tarde, me dices que es mejor’… Les deseo lo mejor a Los Bunkers.
-Usted trabajó con ellos.
Sí, trabajé con ellos, por supuesto. Los metí al sello y todo el rollo. Yo los ayudé harto al comienzo. Éramos bien amigos y yo creo que esa amistad todavía sigue, no nos hemos visto en años, pero son una gran banda y me alegra mucho de que les haya ido bien, que hayan llenado todos los estadios y eso. El otro día me encontré con los hermanos López en el aeropuerto en México. Y nos vimos, nos dimos un abrazo y ‘puta, qué gusto verte’. No nos veíamos hace años. Entonces, prevalece la amistad, la cercanía y el respeto. La música que hacen ellos es muy buena.
-¿Son un buen ejemplo de cómo armar un regreso?
Súper buen ejemplo.
-De pronto, por si vuelven Los Tres.
No me mezcle las cosas, por favor…